De los 143 médicos fallecidos en Venezuela por la pandemia hasta el 11 de octubre, nueve trabajaban en Unidades de Cuidados Intensivos. El personal sanitario que está más cerca de la muerte lidia con el luto para continuar salvando vidas
Cuando la pediatra Mariela Paliche comenzó a ver a sus colegas y amigos enfermar gravemente por COVID-19, pidió a Dios que la “ayudara a ayudarlos”. Con sus consultas paralizadas por la pandemia, decidió sumarse como voluntaria para apoyar a los pocos médicos, residentes y enfermeros que trabajan en la unidad de terapia intensiva del Hospital Universitario Dr. Luis Razetti de Barcelona.
Todos, incluido el jefe del servicio, terminan sus guardias y se quedan más tiempo del que les corresponde. “Es que no los puedo dejar solos”, le dicen a Mariela.
La terapia intensiva del principal hospital para la atención de personas contagiadas con el nuevo coronavirus en el estado Anzoátegui, en el oriente venezolano, ahora cuenta con tres áreas: una sala con capacidad de hasta seis camas; la sala de neurocríticos, con dos, y la sala pediátrica, con otras dos.
La capacidad aumentó para atender el doble de pacientes, pero no ocurrió lo mismo con los especialistas. En cada turno hay un residente y un intensivista, pero solo dos o tres enfermeras, insuficientes para el número de pacientes críticos, que en su mayoría han sido médicos y han tenido que ser intubados.
El 13 de agosto falleció Graciali Rangel, una emergencióloga del hospital. Al día siguiente murió su colega José Guzmán, a quien Mariela le tenía un “cariño inmenso”. Después murió la coordinadora del posgrado de Anestesiología, Thaidé Pulgar. La mañana del 21 de agosto quedaban seis médicos como pacientes en la terapia intensiva. En la tarde, el número se redujo a cinco.
Ese día, Mariela lloró a escondidas al cirujano pediatra Oswaldo Luces, su amigo y ex compañero de clases. En septiembre volvió a enfrentar la muerte de otro de sus colegas: Jorge Gallardo, residente del posgrado de Emergenciología. “A veces digo que me voy a alejar, pero cae otro más de los conocidos. Entonces tú sientes un compromiso. No es tu familia, pero son parte de esa familia de médicos y compartimos muchas cosas en el hospital. No es fácil”, relata.
A pesar de las lágrimas y del trastorno de sueño que comenzó a padecer desde que inició su apoyo en la unidad de cuidados intensivos (UCI), ella se mantiene en el hospital: no quiere abandonar a sus colegas ni al poco personal que hay en la unidad.
Cinco médicos mejoraron y salieron de la unidad de cuidados intensivos del Hospital Luis Razetti en agosto | Foto cortesía.
En Venezuela, los intensivistas escasean, están expuestos y han muerto por COVID-19. De 143 médicos fallecidos en Venezuela por los efectos de la pandemia hasta el 11 de octubre, nueve eran intensivistas: Patricio Torres, del estado de Carabobo; Yamil Assali, de Barinas; Jesús Clavero, del Zulia; Ángel Rodríguez, de Vargas; Ramón Chávez y Luis Díaz, de Táchira; Víctor Lugo, de Carabobo; Antonio Goitía, de Monagas, y Carlos Del Nogal, de Aragua.
Antes de la contingencia sanitaria, en el país se reducían los cupos y se cerraban unidades de terapia intensiva por falta de equipos y de intensivistas. Así sucedió en el hospital de niños J. M. de los Ríos, en Caracas, en febrero de 2020. La UCI fue clausurada por la falta de especialistas.
Para 2019, según la Encuesta Nacional de Hospitales —estudio realizado por la organización Médicos por la Salud, con el aval de la Academia Nacional de Medicina—, el patrón de operatividad de las unidades de terapia intensiva de adultos y de pediatría se mantuvo entre 10% y 20% de unidades cerradas, entre 65% y 70% de unidades abiertas y entre 10% y 15% de unidades con funcionamiento intermitente.
A finales de febrero de 2020, una información filtrada del Ministerio del Poder Popular para la Salud, analizada por el exministro de Salud y miembro de la Red Defendamos la Epidemiología Nacional, José Félix Oletta, indicaba que había solo 102 camas de cuidados intensivos con ventiladores mecánicos en los primeros 45 hospitales públicos seleccionados para la atención de personas contagiadas con el nuevo coronavirus. 51 ventiladores estaban en el área Metropolitana de Caracas y los otros 51 en el resto del país.
El 23 de marzo de 2020, diez días después de la confirmación de los primeros casos de COVID-19 en Venezuela, la administración de Nicolás Maduro informó que había 1.213 camas de cuidados intensivos disponibles, de las cuales 450 pertenecían a la red hospitalaria del sistema público, 573 al Sistema Barrio Adentro y 190 a la red privada de salud. Sin embargo, la cifra no ha sido actualizada y tampoco se ha informado sobre el número de intensivistas destinados a atender esas camas.
El número de expertos en Medicina Crítica y la dimensión del déficit de personal también es una incógnita entre las organizaciones gremiales. En 2016, la Sociedad Venezolana de Medicina Crítica (Svmc) tenía casi 1.000 inscritos; no obstante, en un reciente intento por actualizar los datos de sus agremiados, solo lograron ubicar a 200.
“No sabemos cuántos se han ido. En nuestro caso, tener un número es imposible”, dice Antonio Martinelli, médico intensivista del Centro Médico de Caracas y presidente de la Svmc, quien además explica que no todos los intensivistas se inscriben en la sociedad.
Martinelli advierte que en todo el país hay déficit de personal especializado en cuidados intensivos, principalmente en el área de enfermería.
Cada persona que requiere cuidados intensivos debería tener asignada una enfermera o enfermero para su atención permanente y para la monitorización de signos vitales, presión arterial, oxigenación y saturación. La proporción de atención debería ser uno por uno, pero según el presidente de la Svmc, en las condiciones actuales es imposible lograrlo.
“Puedes tener unidades que tengan una enfermera para tres pacientes, como una enfermera para cada dos pacientes, que sería lo menos malo. Lo que usualmente sucede es una enfermera para dos pacientes”, indica.
En el Hospital Universitario de Caracas (HUC), uno de los principales centros de salud de la capital del país, no han podido habilitar la unidad quirúrgica de terapia intensiva para la atención de pacientes COVID-19, que cuenta con 12 camas equipadas, por falta de especialistas, aseguraron dos fuentes médicas del hospital que pidieron resguardar su identidad.
El déficit de recurso humano no solo responde al éxodo venezolano. Muchos residentes dejaron de especializarse en Medicina Crítica porque la remuneración es muy baja o el ejercicio profesional en estas áreas es muy desgastante, explican los médicos consultados. Un ejemplo de esto es que los residentes que hacen el posgrado de Medicina Crítica en el HUC pasaron de ser 12 a solo 5 este año: tres venezolanos y dos extranjeros.
Los recursos materiales también son escasos. Actualmente, en este centro médico solo hay dos cupos en terapia intensiva para enfermos de COVID-19, de un total de 30 de camas. De los 21 médicos adjuntos que había, seis renunciaron y cinco enfermaron. Quedan 10 médicos especialistas que se rotan en las áreas para pacientes COVID-19 y Emergencia.
La falta de intensivistas ha impedido la habilitación de otra unidad de terapia intensiva para pacientes COVID-19 en el HUC | Foto: Rosalí Hernández
Para José Félix Oletta, el déficit de médicos y enfermeros intensivistas puede aumentar la letalidad de las personas gravemente enfermas. Como respuesta a la falta de personal, propone a los especialistas en Medicina Crítica aliarse con anestesiólogos, internistas, neumonólogos e infectólogos y desarrollar un programa intensivo de capacitación para el manejo de personas que requieren cuidados intensivos prolongados. Lamenta el tiempo perdido para emprender este entrenamiento de emergencia y el alto costo humano.
“La vida de las personas está en juego y no tenemos instrumentos de apoyo para planificar. Manejar la salud, manejar los retos de la salud sin información es totalmente imposible”, resalta Oletta.
Este reportaje forma parte del Programa Lupa, liderado por la plataforma digital colaborativa Salud con Lupa, con el apoyo del Centro Internacional para Periodistas (ICFJ).
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De los 143 médicos fallecidos en Venezuela por la pandemia hasta el 11 de octubre, nueve trabajaban en Unidades de Cuidados Intensivos. El personal sanitario que está más cerca de la muerte lidia con el luto para continuar salvando vidas
Cuando la pediatra Mariela Paliche comenzó a ver a sus colegas y amigos enfermar gravemente por COVID-19, pidió a Dios que la “ayudara a ayudarlos”. Con sus consultas paralizadas por la pandemia, decidió sumarse como voluntaria para apoyar a los pocos médicos, residentes y enfermeros que trabajan en la unidad de terapia intensiva del Hospital Universitario Dr. Luis Razetti de Barcelona.
Todos, incluido el jefe del servicio, terminan sus guardias y se quedan más tiempo del que les corresponde. “Es que no los puedo dejar solos”, le dicen a Mariela.
La terapia intensiva del principal hospital para la atención de personas contagiadas con el nuevo coronavirus en el estado Anzoátegui, en el oriente venezolano, ahora cuenta con tres áreas: una sala con capacidad de hasta seis camas; la sala de neurocríticos, con dos, y la sala pediátrica, con otras dos.
La capacidad aumentó para atender el doble de pacientes, pero no ocurrió lo mismo con los especialistas. En cada turno hay un residente y un intensivista, pero solo dos o tres enfermeras, insuficientes para el número de pacientes críticos, que en su mayoría han sido médicos y han tenido que ser intubados.
El 13 de agosto falleció Graciali Rangel, una emergencióloga del hospital. Al día siguiente murió su colega José Guzmán, a quien Mariela le tenía un “cariño inmenso”. Después murió la coordinadora del posgrado de Anestesiología, Thaidé Pulgar. La mañana del 21 de agosto quedaban seis médicos como pacientes en la terapia intensiva. En la tarde, el número se redujo a cinco.
Ese día, Mariela lloró a escondidas al cirujano pediatra Oswaldo Luces, su amigo y ex compañero de clases. En septiembre volvió a enfrentar la muerte de otro de sus colegas: Jorge Gallardo, residente del posgrado de Emergenciología. “A veces digo que me voy a alejar, pero cae otro más de los conocidos. Entonces tú sientes un compromiso. No es tu familia, pero son parte de esa familia de médicos y compartimos muchas cosas en el hospital. No es fácil”, relata.
A pesar de las lágrimas y del trastorno de sueño que comenzó a padecer desde que inició su apoyo en la unidad de cuidados intensivos (UCI), ella se mantiene en el hospital: no quiere abandonar a sus colegas ni al poco personal que hay en la unidad.
Cinco médicos mejoraron y salieron de la unidad de cuidados intensivos del Hospital Luis Razetti en agosto | Foto cortesía.
En Venezuela, los intensivistas escasean, están expuestos y han muerto por COVID-19. De 143 médicos fallecidos en Venezuela por los efectos de la pandemia hasta el 11 de octubre, nueve eran intensivistas: Patricio Torres, del estado de Carabobo; Yamil Assali, de Barinas; Jesús Clavero, del Zulia; Ángel Rodríguez, de Vargas; Ramón Chávez y Luis Díaz, de Táchira; Víctor Lugo, de Carabobo; Antonio Goitía, de Monagas, y Carlos Del Nogal, de Aragua.
Antes de la contingencia sanitaria, en el país se reducían los cupos y se cerraban unidades de terapia intensiva por falta de equipos y de intensivistas. Así sucedió en el hospital de niños J. M. de los Ríos, en Caracas, en febrero de 2020. La UCI fue clausurada por la falta de especialistas.
Para 2019, según la Encuesta Nacional de Hospitales —estudio realizado por la organización Médicos por la Salud, con el aval de la Academia Nacional de Medicina—, el patrón de operatividad de las unidades de terapia intensiva de adultos y de pediatría se mantuvo entre 10% y 20% de unidades cerradas, entre 65% y 70% de unidades abiertas y entre 10% y 15% de unidades con funcionamiento intermitente.
A finales de febrero de 2020, una información filtrada del Ministerio del Poder Popular para la Salud, analizada por el exministro de Salud y miembro de la Red Defendamos la Epidemiología Nacional, José Félix Oletta, indicaba que había solo 102 camas de cuidados intensivos con ventiladores mecánicos en los primeros 45 hospitales públicos seleccionados para la atención de personas contagiadas con el nuevo coronavirus. 51 ventiladores estaban en el área Metropolitana de Caracas y los otros 51 en el resto del país.
El 23 de marzo de 2020, diez días después de la confirmación de los primeros casos de COVID-19 en Venezuela, la administración de Nicolás Maduro informó que había 1.213 camas de cuidados intensivos disponibles, de las cuales 450 pertenecían a la red hospitalaria del sistema público, 573 al Sistema Barrio Adentro y 190 a la red privada de salud. Sin embargo, la cifra no ha sido actualizada y tampoco se ha informado sobre el número de intensivistas destinados a atender esas camas.
El número de expertos en Medicina Crítica y la dimensión del déficit de personal también es una incógnita entre las organizaciones gremiales. En 2016, la Sociedad Venezolana de Medicina Crítica (Svmc) tenía casi 1.000 inscritos; no obstante, en un reciente intento por actualizar los datos de sus agremiados, solo lograron ubicar a 200.
“No sabemos cuántos se han ido. En nuestro caso, tener un número es imposible”, dice Antonio Martinelli, médico intensivista del Centro Médico de Caracas y presidente de la Svmc, quien además explica que no todos los intensivistas se inscriben en la sociedad.
Martinelli advierte que en todo el país hay déficit de personal especializado en cuidados intensivos, principalmente en el área de enfermería.
Cada persona que requiere cuidados intensivos debería tener asignada una enfermera o enfermero para su atención permanente y para la monitorización de signos vitales, presión arterial, oxigenación y saturación. La proporción de atención debería ser uno por uno, pero según el presidente de la Svmc, en las condiciones actuales es imposible lograrlo.
“Puedes tener unidades que tengan una enfermera para tres pacientes, como una enfermera para cada dos pacientes, que sería lo menos malo. Lo que usualmente sucede es una enfermera para dos pacientes”, indica.
En el Hospital Universitario de Caracas (HUC), uno de los principales centros de salud de la capital del país, no han podido habilitar la unidad quirúrgica de terapia intensiva para la atención de pacientes COVID-19, que cuenta con 12 camas equipadas, por falta de especialistas, aseguraron dos fuentes médicas del hospital que pidieron resguardar su identidad.
El déficit de recurso humano no solo responde al éxodo venezolano. Muchos residentes dejaron de especializarse en Medicina Crítica porque la remuneración es muy baja o el ejercicio profesional en estas áreas es muy desgastante, explican los médicos consultados. Un ejemplo de esto es que los residentes que hacen el posgrado de Medicina Crítica en el HUC pasaron de ser 12 a solo 5 este año: tres venezolanos y dos extranjeros.
Los recursos materiales también son escasos. Actualmente, en este centro médico solo hay dos cupos en terapia intensiva para enfermos de COVID-19, de un total de 30 de camas. De los 21 médicos adjuntos que había, seis renunciaron y cinco enfermaron. Quedan 10 médicos especialistas que se rotan en las áreas para pacientes COVID-19 y Emergencia.
La falta de intensivistas ha impedido la habilitación de otra unidad de terapia intensiva para pacientes COVID-19 en el HUC | Foto: Rosalí Hernández
Para José Félix Oletta, el déficit de médicos y enfermeros intensivistas puede aumentar la letalidad de las personas gravemente enfermas. Como respuesta a la falta de personal, propone a los especialistas en Medicina Crítica aliarse con anestesiólogos, internistas, neumonólogos e infectólogos y desarrollar un programa intensivo de capacitación para el manejo de personas que requieren cuidados intensivos prolongados. Lamenta el tiempo perdido para emprender este entrenamiento de emergencia y el alto costo humano.
“La vida de las personas está en juego y no tenemos instrumentos de apoyo para planificar. Manejar la salud, manejar los retos de la salud sin información es totalmente imposible”, resalta Oletta.
Este reportaje forma parte del Programa Lupa, liderado por la plataforma digital colaborativa Salud con Lupa, con el apoyo del Centro Internacional para Periodistas (ICFJ).