A las 8:30 am del primer día de cuarentena en Venezuela por el coronavirus, Melba Araujo, de 76 años de edad, deambulaba alrededor de la plaza La Castellana en busca de un cajero automático. Con el bastón que requiere para caminar y un tapaboca, ofreció explicaciones: “Necesito dinero en efectivo, porque mi hijo tiene cáncer y necesita ser hospitalizado. Y tú sabes, mijo, madre es madre”.
La señora Araujo era una de las pocas transeúntes en las calles del municipio Chacao este 16 de marzo. A una cuadra, José Colmenares barría el asfalto y lamentaba que la empresa de aseo urbano para la cual trabaja no le suministrara una mascarilla. Con un pedazo de tela se cubría la boca y la nariz.

Dos funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana caminaban distendidamente por la plaza Francia de Altamira; uno lleva tapaboca y otro no. Sin embargo, a 200 metros de distancia el oficial Maikel Villanueva, también de la PNB, advirtió tajantemente: “La orden es que nadie puede andar sin tapaboca en la calle”.
Caracas amaneció menos bulliciosa y más lenta, pero no totalmente paralizada por la restricción del libre tránsito dispuesta por el gobierno de Nicolás Maduro para prevenir la propagación de la pandemia, luego de la confirmación oficial de que 17 personas que están en Venezuela han contraído el coronavirus.
El Metro de Caracas operó sin mayores dificultades y se acortaron los lapsos de espera para abordar los trenes. El rasgo distintivo del transporte subterráneo fue la notable disminución de la afluencia de usuarios y que la mayoría de ellos llevaban tapabocas, aunque fueran improvisados. El transporte superficial en la capital del país también fue inusual. Hubo menos unidades en circulación, pero la mayoría estaban casi vacías y los pasajeros podían ir con relativa comodidad sentados.
Un taxista apostado en una esquina de Parque Cristal, en Los Palos Grandes, sospechaba que su jornada no sería productiva: “Hoy no hay vida, mi pana. Tengo una hora y media aquí varado y no he hecho ni una sola carrerita”.
El terminal de pasajeros del Nuevo Circo estaba clausurado y resultaba extraño ver los andenes vacíos y limpios. Como extraño era ver despejados los principales corredores viales de la ciudad.

¿Salir a la calle o preservar la vida?
Juana (“no te voy a decir mi apellido”, advirtió) se movilizó en Metro desde San Agustín hasta el apartamento en Santa Eduvigis donde trabaja como empleada doméstica. “Todo ha estado controladito. Hay poca gente en el Metro. Hoy no hubo esa apretujadera de todos los días y hasta los aires acondicionados funcionaban. Todo el mundo llevaba tapabocas y nadie se agarraba de los tubos. Yo tengo que salir a trabajar, porque soy la que mantengo a mi familia. Sé que esto del coronavirus es grave, pero si no trabajo no como e igual me muero. Yo ando con Dios y con esta mascarilla”, dijo la mujer de aproximadamente 50 años de edad.
Una percepción similar del riesgo expresó Guillermo Herrera. Tiene 67 años de edad y limpia botas en una esquina del boulevard de Sabana Grande: “Yo vivo en Cúa y de lunes a sábado vengo para acá a trabajar. Como siempre, hoy agarré una camioneta, después el ferrocarril y después en el Metro hasta Plaza Venezuela. Pero la cosa está muy floja; no hay casi gente en la calle y menos quien se quiera limpiar los zapatos”.

El señor Herrera dijo estar muy preocupado, porque, aunque bajó los precios, hasta el mediodía de este 16 de marzo apenas había sumado 30.000 bolívares: “Con eso no me alcanza para llevar algo de comida a mi casa”.
Este limpia botas sexagenario trabaja frente a una farmacia, donde no había mascarillas, guantes, antibacteriales ni alcohol. Ni que quisiera, podría comprar estos insumos para protegerse del coronavirus. Ha reusado el tapaboca que lleva puesto desde hace más de una semana.

Algunos vendedores ambulantes también se lanzaron a la calle, como Fabiola Nieves, una costurera de 31 años de edad, que ofrecía tapabocas artesanales a un dólar. A su lado, su socia, Scarlet González, amamantaba a un niño. “Trabajamos toda la noche. Hicimos 20 tapabocas y ya hemos vendido 10. Los policías nos quitaron dos, pero pa’ lante”.
En el extremo oeste del boulevard de Sabana Grande un piquete de funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana se prepara para emprender un operativo. Un comandante advierte la presencia de la prensa y se esfuerza por dar un mensaje cívico: “Ya saben diríjanse a los ciudadanos con respeto y díganles que no deben estar en la calle por la gravedad del coronavirus; insistan en señalarles que es por su salud”.

El operativo consistió en imponer el cierre de los pocos establecimientos comerciales, incluso los de expendio de comidas, que hasta las 2:00 pm habían permanecido abiertos.
Algunos tomaron la situación con buena actitud, entre ellos una pareja de enamorados que se hacían selfies para lucir los tapabocas que llevaban puestos.
Las FAES en Catia
En las farmacias de Catia, como en todas las recorridas por Efecto Cocuyo este 16 de marzo, también escasean tapabocas, guantes, antibacteriales y alcohol. Pero el comercio de alimentos fue efervescente como siempre.
En general, la presencia policial en los municipios Chacao y Libertador fue discreta. Sin embargo, aproximadamente a las 3:00 pm, funcionarios de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), encapuchados y apertrechados con armas largas, se desplegaron por las principales zonas comerciales de Catia. Las FAES ordenaban el cierre de negocios y nadie se atrevía a contrariarlos.
En el boulevard de Catia, cerca de la estación Plaza Sucre del Metro, otros funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana utilizaban el altavoz de una patrulla para instar a los transeúntes a que desalojaran la vía pública y se dirigieran a sus casas. Muy pocos atendían el llamado de atención de la PNB y, a pesar del coronavirus, las calles de Catia permanecían efervescentes como siempre.