El 31 de diciembre de 2017 Jesús Gallardo tomó la última pastilla de Myfortic que le quedaba en casa. Las consecuencias de suspender el tratamiento fueron irreversibles. Los primeros 11 días de 2018, su cuerpo empezó a rechazar el riñón que le trasplantaron dos años atrás.

Pasó 21 días hospitalizado en en Hospital J. M. Casal Ramos, en Acarigua (Portuguesa), en un intento de reactivar el órgano, pero ya era demasiado tarde. Jesús sufrió un rechazo agudo producto de la escasez de medicamentos inmunosupresores que viven pacientes trasplantados.

El 1 de febrero de 2018 Jesús pasó a sumarse a las estadísticas de la crisis de salud. Según un conteo de la Coalición de Organizaciones por el Derecho a la Salud y la Vida (Codevida), en lo que va de año 32 pacientes trasplantados han perdido su órgano por falta de medicamentos.

Los inmunosupresores son fármacos entregados por el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (Ivss) a través de la red de farmacias de alto costo. Este medicamento evita que el órgano trasplantado, un agente extraño en el cuerpo, sea atacado por el organismo y permite que pueda funcionar correctamente. Sin el tratamiento, el órgano es rechazado.

Jesús tomaba una combinación de tres pastillas antirrechazo: Prednisona, Myfortic y Prograf. El primero lo dejó de tomar en septiembre del año pasado, cuando agotó sus últimas reservas. El segundo lo despidió con el año viejo el último día de 2017. El tercero fue el único que pudo mantener durante los primeros días de 2018, pero no fue suficiente para preservar su riñón.

“Mientras estuve hospitalizado, mi familia se movió para buscar Solumedrol, a ver si podíamos salvar el órgano. Se movieron por todas partes, pero solo conseguimos el medicamento vencido. No pudimos hacer nada”, lamenta el electricista residenciado en San Carlos, estado Cojedes

Una cruz doble

La lucha de Jesús se divide en dos. Los primeros dos años peleó en las diálisis para poder tratar su condición de insuficiencia renal. Su riñón no funcionaba correctamente, así que debían “conectarlo” a una máquina para que ésta cumpliera con la función vital: eliminar las toxinas que se acumulan en la sangre y limpiar el tejido.

La segunda parte de la lucha llegó con su nuevo órgano. Exámenes, pruebas médicas y viajes a Caracas marcaron los días del veinteañero durante meses hasta que le trasplantaron el riñón en el Hospital J. M. Casal Ramos. Su tía le donó el órgano, pero ese solo fue el inicio. Ahora debía cuidarlo con un régimen de tratamiento diario.

Ni siquiera dos años atrás el riñón de Jesús estuvo fuera de peligro. Ya para ese momento no tenía su tratamiento garantizado a través del Ivss. “Aquí el trasplantado vive acorralado. Desde que me operé, siempre hubo problemas para conseguir los inmunosupresores, pero antes uno guardaba una reserva y tenía para cubrir cuando el Seguro Social no entregaba. Ya no es así”, explica.

En su segundo año con el trasplante, Jesús dejó de conseguir las medicinas en el Seguro Social de San Carlos. Pronto empezó a moverse -tanto como podía- para conseguir los antirrechazo: viajaba 95 kilómetros a Valencia (Carabobo) y 153 kilómetros a Barquisimeto (Lara) en el intento de dar con el tratamiento por el este y por el oeste del país

La segunda mitad de 2017 ya no intercambiaba una caja por otra, sino apenas de a blísters. “Ya nadie tenía reservas de nada. Apenas unas pastillitas”, recuerda.

Depender de una máquina

Tras dos años de haber llevado una vida normal, el 20 de enero de 2018 Jesús volvió a conectarse a una máquina de diálisis. Sin embargo, no ingresó al Centro Nefrológico de Cojedes sino en febrero. Días antes, los pacientes incluso trancaron los accesos al edificio para protestar por la falta de filtros dializadores.

Al igual que a cualquier otro paciente crónico, la crisis de salud persigue a Jesús adónde vaya. Ni siquiera se dializa las cuatro horas diarias que debería porque, de hacerlo, saldría muy tarde del centro y el transporte es un problema en la zona.

No pensó que después de tanto esfuerzo volvería a un centro de diálisis. Este jueves 8 de marzo, Día Mundial del Riñón, sabe que podría verse obligado a volver a trasplantarse, pero sabe también que la crisis en Venezuela lo volvería a acorralar. “Uno pudiera entrar a otra lista de espera, pero me trasplantaría en otras condiciones, si tengo para conseguir mi medicamento”, finaliza. 

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