Vuelvo a ver Las Sufragistas. Cuarta vez, mismo sufrimiento, misma sensación de impotencia, injusticia, extrañeza, asombro de que las cosas tengan que ser tan difíciles para nosotras las mujeres, las de esa época y las del presente.
Pensar que apenas se van cumpliendo 100 años de esos acontecimientos. Pensar que aún en muchos países del mundo las mujeres no pueden votar, ni ir a la escuela, ni vestirse como quieren, ni decir esta boca es mía, porque la religión, o la costumbre o el poder, no lo permiten, no quieren, no les da la gana.
Veo entonces las cosas que posteamos las feministas con optimismo, los comentarios que hacemos cotidianamente resaltando logros y avances, las acciones que emprendemos sobre la base o creencia de que todo lo conquistado hasta ahora está asegurado, y de pronto, nos damos de narices con noticias muy tristes que dan cuenta real de la condición de la mayoría de las mujeres en el planeta: revocación del derecho constitucional al aborto en los Estados Unidos, aumento del desempleo femenino después del Covid-19, baja la representación de mujeres en posiciones de poder, retroceso del respeto a los derechos fundamentales basados en el sexo, incremento de la brecha salarial, incremento de feminicidios, todo esto registrado en lo que va del 2022. Constatar que estamos tan lejos aún de la verdadera igualdad de derechos duele.
Discusiones que ya se habían superado desde el siglo pasado, argumentos basados en hechos que sirvieron de base para promulgar legislaciones pioneras y de vanguardia, manifestaciones públicas que movieron masas defendiendo nuestros más básicos derechos, cumbres mundiales celebradas con resoluciones refrendadas por los países civilizados, todo esto parece estar dando pasos acelerados hacia atrás, vistos los últimos acontecimientos.
Crece la industria de la explotación sexual de las mujeres y con ello, el ataque a los derechos reproductivos fundamentales. Proliferan granjas de paridoras pobres para familias adineradas, las industrias del proxenetismo y de la pornografía en auge. Violaciones pagadas y filmadas con la aprobación abierta o tácita de gobiernos y jueces patriarcales. Nuevas esclavitudes intentando ser reguladas con la excusa de proteger a quienes las sufren. Manipulaciones desde el lenguaje e instrumentalización del género como categoría identitaria y no de opresión. Tener que volver al ABC y explicar todo de nuevo.
Conclusión: no hay garantías. Todos los pasos andados por años pueden desandarse en un minuto. Todo el sacrificio de estas inglesas del siglo pasado así como de las americanas, asiáticas, musulmanas, africanas, europeas, latinas, mujeres de todas partes, luchadoras, vivas y muertas, se puede perder si no mantenemos sus mensajes vivos y las conceptualizaciones correctas bien presentes en la agenda pública.
Que ninguna se quede callada ante el más mínimo síntoma de este terminator machista que no muere. Mensaje de rebeldía, de protesta en alta voz, sin pena, sin culpa.
Las feministas tenemos fama de intratables, de exageradas, de alarmistas. No importa. Que nos digan indecentes, alborotadoras, nazis, conflictivas, amargadas, extremistas, radicales. No importa. Nadie dijo que esto no tendría un costo. Otras mujeres patriarcales aferradas a sus estereotipos de género y hombres no conscientes de que el machismo los hunde a ellos también, temerosos todos de perder sus privilegios y seguridades, nos criticarán. No importa.
Lo que verdaderamente importa es que nos resistamos a aceptar con sumisión, entrega o resignación a tanto retroceso junto, como si fuera cosa natural. Tenemos todas que conectarnos con la indignación constructiva, esa que lleva a la transformación, primero personal y luego social.
Señalemos todo aquello que vaya en contra de nuestras libertades más básicas, de los derechos ya adquiridos, del deseo de ser y hacer lo que queramos con nuestras vidas y cuerpos, como las ciudadanas de primer orden que somos.
Ahora más que nunca el llamado es a defender activamente y en red, el legado de las feministas que nos antecedieron para consolidar las libertades que les dejaremos a nuestras hijas y nietas. Hagamos lo que sea necesario para que el trabajo de esas pioneras no haya sido en vano. Las de mi generación tenemos este impostergable compromiso con la historia.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
De la misma autora: Solidaridad entre mujeres: una conversación difícil
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Vuelvo a ver Las Sufragistas. Cuarta vez, mismo sufrimiento, misma sensación de impotencia, injusticia, extrañeza, asombro de que las cosas tengan que ser tan difíciles para nosotras las mujeres, las de esa época y las del presente.
Pensar que apenas se van cumpliendo 100 años de esos acontecimientos. Pensar que aún en muchos países del mundo las mujeres no pueden votar, ni ir a la escuela, ni vestirse como quieren, ni decir esta boca es mía, porque la religión, o la costumbre o el poder, no lo permiten, no quieren, no les da la gana.
Veo entonces las cosas que posteamos las feministas con optimismo, los comentarios que hacemos cotidianamente resaltando logros y avances, las acciones que emprendemos sobre la base o creencia de que todo lo conquistado hasta ahora está asegurado, y de pronto, nos damos de narices con noticias muy tristes que dan cuenta real de la condición de la mayoría de las mujeres en el planeta: revocación del derecho constitucional al aborto en los Estados Unidos, aumento del desempleo femenino después del Covid-19, baja la representación de mujeres en posiciones de poder, retroceso del respeto a los derechos fundamentales basados en el sexo, incremento de la brecha salarial, incremento de feminicidios, todo esto registrado en lo que va del 2022. Constatar que estamos tan lejos aún de la verdadera igualdad de derechos duele.
Discusiones que ya se habían superado desde el siglo pasado, argumentos basados en hechos que sirvieron de base para promulgar legislaciones pioneras y de vanguardia, manifestaciones públicas que movieron masas defendiendo nuestros más básicos derechos, cumbres mundiales celebradas con resoluciones refrendadas por los países civilizados, todo esto parece estar dando pasos acelerados hacia atrás, vistos los últimos acontecimientos.
Crece la industria de la explotación sexual de las mujeres y con ello, el ataque a los derechos reproductivos fundamentales. Proliferan granjas de paridoras pobres para familias adineradas, las industrias del proxenetismo y de la pornografía en auge. Violaciones pagadas y filmadas con la aprobación abierta o tácita de gobiernos y jueces patriarcales. Nuevas esclavitudes intentando ser reguladas con la excusa de proteger a quienes las sufren. Manipulaciones desde el lenguaje e instrumentalización del género como categoría identitaria y no de opresión. Tener que volver al ABC y explicar todo de nuevo.
Conclusión: no hay garantías. Todos los pasos andados por años pueden desandarse en un minuto. Todo el sacrificio de estas inglesas del siglo pasado así como de las americanas, asiáticas, musulmanas, africanas, europeas, latinas, mujeres de todas partes, luchadoras, vivas y muertas, se puede perder si no mantenemos sus mensajes vivos y las conceptualizaciones correctas bien presentes en la agenda pública.
Que ninguna se quede callada ante el más mínimo síntoma de este terminator machista que no muere. Mensaje de rebeldía, de protesta en alta voz, sin pena, sin culpa.
Las feministas tenemos fama de intratables, de exageradas, de alarmistas. No importa. Que nos digan indecentes, alborotadoras, nazis, conflictivas, amargadas, extremistas, radicales. No importa. Nadie dijo que esto no tendría un costo. Otras mujeres patriarcales aferradas a sus estereotipos de género y hombres no conscientes de que el machismo los hunde a ellos también, temerosos todos de perder sus privilegios y seguridades, nos criticarán. No importa.
Lo que verdaderamente importa es que nos resistamos a aceptar con sumisión, entrega o resignación a tanto retroceso junto, como si fuera cosa natural. Tenemos todas que conectarnos con la indignación constructiva, esa que lleva a la transformación, primero personal y luego social.
Señalemos todo aquello que vaya en contra de nuestras libertades más básicas, de los derechos ya adquiridos, del deseo de ser y hacer lo que queramos con nuestras vidas y cuerpos, como las ciudadanas de primer orden que somos.
Ahora más que nunca el llamado es a defender activamente y en red, el legado de las feministas que nos antecedieron para consolidar las libertades que les dejaremos a nuestras hijas y nietas. Hagamos lo que sea necesario para que el trabajo de esas pioneras no haya sido en vano. Las de mi generación tenemos este impostergable compromiso con la historia.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
De la misma autora: Solidaridad entre mujeres: una conversación difícil