Cuando una tormenta tropical se desplaza a amenazadoras velocidades o de inminente desastre, es porque se está ante un huracán. Uno de los fenómenos meteorológicos más temidos. Sobre todo, por el despliegue de la impresionante fuerza arrastrando y haciendo volar lo que consigue a su paso. Y ante eso, palidece cualquiera. Aún, a una prudente distancia.
En política, también se da de vez en cuando un huracán. Sólo que sus devastadores efectos, operan según otra naturaleza. La que devela resentimientos, odios e injustas revanchas. Antes del apremiante estrago que causa a todo lo que atrapa en su fatídico recorrido, este huracán, con sus temibles y oscuras bandas nubosas someten todo a un perturbador proceso de escisión, fractura y diseminación. O sea, lo más parecido a un martirio moral y emocional.
Puede decirse que el ejercicio de una política improvisada y traicionera, desde este enfoque conceptual, luce casi como un monstruo o demonio que acaba con todo lo que se atraviesa en su ruta de destrucción y muerte. Todo lo que roza o arropa, se convierte en desecho y escombro.
Sin embargo, no por representar tan urdido problema, el derecho a resistirse o de afrontar las respectivas consecuencias, deja de ser lo que en esencia es y debe ser. O sea, más allá de esta limitante, tampoco debe verse como óbice para salirle al paso, o picarle adelante, no a circunstancias intangibles y de difícil concreción. Pero sí, a quienes desde las alturas del poder maquinan o traman el desarreglo que dicho caos sabe bien ensayar y afianzar.
La espantosa crisis que, a manera de huracán, afectó a Venezuela como jamás llegó a pensarse, se convirtió en una extraordinaria oportunidad que deparó en la sociedad venezolana, en la población nacional, un despertar de conciencia política y social.
Pero tanto como eso, incitó en el venezolana la resiliencia o “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversa”. Así es como la Academia de la Real Lengua Española, define tan honrosa virtud que encumbra al hombre por encima de las coyunturas que oprimen expectativas y esperanzas.
El huracán político que tantas penurias y perjuicios atrajo sobre Venezuela, puso el foco sobre los problemas que configuraron las crisis que se abalanzaron sobre el venezolano. Ese huracán de grado superlativo, arrasó con la clase media. Asoló la institucionalidad democrática. Devastó partidos políticos, gremios y sindicatos. Desmanteló las finanzas públicas. Saqueó el erario. Desacomodó familias. Destruyó propiedades dedicadas a la agricultura y a la actividad pecuaria. Aniquiló proyectos sobre los cuales debía depararse el desarrollo necesario.
Arruinó el peculio de empresas de todo tamaño y condición. Desarregló universidades comprometidas con el desarrollo científico, tecnológico, humanístico y artístico del país. Exterminó, derechos y libertades. Deshizo sueños de vida.
Pero aún así, puso a la gente, pese a los problemas creados, ante la disyuntiva de resistir el embate del resentimiento, de reconstruir a Venezuela desde múltiples perspectivas, o sencillamente, de buscar oportunidades de crecimiento en lugares lejanos o territorios foráneos, a revisarse en función de sus capacidades y potencialidades. En aras de sus anhelos, necesidades e intereses.
El huracán que desfiguró el mapa político venezolano, fue una grosera tormenta que atestó golpes bajos al cuerpo institucional y constitucional del país. Desde contingencias que fomentaron la expansión desmedida de la deuda pública, tanto externa como interna, hasta fatalidades que incidieron en el agravamiento de la salud de la población, o en el hambre inducida por asfixia del aparto productivo nacional, emergieron algunos, entre otros no menos malignos, el país se vio anegado de trabas que inutilizaron su funcionalidad.
Todo ello, a costa de la corrupción engendrada por ambiciones de politiqueros sin escrúpulos ni vergüenza. Contravalores como la negligencia e irresponsabilidad que acusó el destrozo de la infraestructura que provee alguna holgura al desarrollo económico nacional, fueron las secuelas que dejó el paso de tan demoledora tormenta (política), rabioso huracán.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores
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Cuando una tormenta tropical se desplaza a amenazadoras velocidades o de inminente desastre, es porque se está ante un huracán. Uno de los fenómenos meteorológicos más temidos. Sobre todo, por el despliegue de la impresionante fuerza arrastrando y haciendo volar lo que consigue a su paso. Y ante eso, palidece cualquiera. Aún, a una prudente distancia.
En política, también se da de vez en cuando un huracán. Sólo que sus devastadores efectos, operan según otra naturaleza. La que devela resentimientos, odios e injustas revanchas. Antes del apremiante estrago que causa a todo lo que atrapa en su fatídico recorrido, este huracán, con sus temibles y oscuras bandas nubosas someten todo a un perturbador proceso de escisión, fractura y diseminación. O sea, lo más parecido a un martirio moral y emocional.
Puede decirse que el ejercicio de una política improvisada y traicionera, desde este enfoque conceptual, luce casi como un monstruo o demonio que acaba con todo lo que se atraviesa en su ruta de destrucción y muerte. Todo lo que roza o arropa, se convierte en desecho y escombro.
Sin embargo, no por representar tan urdido problema, el derecho a resistirse o de afrontar las respectivas consecuencias, deja de ser lo que en esencia es y debe ser. O sea, más allá de esta limitante, tampoco debe verse como óbice para salirle al paso, o picarle adelante, no a circunstancias intangibles y de difícil concreción. Pero sí, a quienes desde las alturas del poder maquinan o traman el desarreglo que dicho caos sabe bien ensayar y afianzar.
La espantosa crisis que, a manera de huracán, afectó a Venezuela como jamás llegó a pensarse, se convirtió en una extraordinaria oportunidad que deparó en la sociedad venezolana, en la población nacional, un despertar de conciencia política y social.
Pero tanto como eso, incitó en el venezolana la resiliencia o “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversa”. Así es como la Academia de la Real Lengua Española, define tan honrosa virtud que encumbra al hombre por encima de las coyunturas que oprimen expectativas y esperanzas.
El huracán político que tantas penurias y perjuicios atrajo sobre Venezuela, puso el foco sobre los problemas que configuraron las crisis que se abalanzaron sobre el venezolano. Ese huracán de grado superlativo, arrasó con la clase media. Asoló la institucionalidad democrática. Devastó partidos políticos, gremios y sindicatos. Desmanteló las finanzas públicas. Saqueó el erario. Desacomodó familias. Destruyó propiedades dedicadas a la agricultura y a la actividad pecuaria. Aniquiló proyectos sobre los cuales debía depararse el desarrollo necesario.
Arruinó el peculio de empresas de todo tamaño y condición. Desarregló universidades comprometidas con el desarrollo científico, tecnológico, humanístico y artístico del país. Exterminó, derechos y libertades. Deshizo sueños de vida.
Pero aún así, puso a la gente, pese a los problemas creados, ante la disyuntiva de resistir el embate del resentimiento, de reconstruir a Venezuela desde múltiples perspectivas, o sencillamente, de buscar oportunidades de crecimiento en lugares lejanos o territorios foráneos, a revisarse en función de sus capacidades y potencialidades. En aras de sus anhelos, necesidades e intereses.
El huracán que desfiguró el mapa político venezolano, fue una grosera tormenta que atestó golpes bajos al cuerpo institucional y constitucional del país. Desde contingencias que fomentaron la expansión desmedida de la deuda pública, tanto externa como interna, hasta fatalidades que incidieron en el agravamiento de la salud de la población, o en el hambre inducida por asfixia del aparto productivo nacional, emergieron algunos, entre otros no menos malignos, el país se vio anegado de trabas que inutilizaron su funcionalidad.
Todo ello, a costa de la corrupción engendrada por ambiciones de politiqueros sin escrúpulos ni vergüenza. Contravalores como la negligencia e irresponsabilidad que acusó el destrozo de la infraestructura que provee alguna holgura al desarrollo económico nacional, fueron las secuelas que dejó el paso de tan demoledora tormenta (política), rabioso huracán.
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