Dice la noticia que, en una ciudad colombiana, un niño de 7 años fue abusado sexualmente por seis compañeros de juego, todos en edades aproximadas al violado. Como un ritual para ser admitido en un equipo de fútbol, símbolo de la masculinidad tradicional, los miembros más pequeños le exigieron al aspirante sexo oral y los más grandes, penetración anal.
Este hecho pudiera ser una noticia amarillista más pero, independientemente de su veracidad, casos semejantes pueden ocurrir y ocurren en muchas ocasiones, en cualquier parte del mundo. Por ello, detengámonos en él por el hecho en sí y por las reacciones de los padres y madres de esos niños ante lo ocurrido.
Casi todas las culturas recubren a la infancia con un manto de pureza que hace virginal, castos tanto a las niñas como a los niños. Se presume que ni ellos, ni ellas, en su inocencia infantil carecen de “malos pensamientos”, que son incapaces de abusar de otros y mucho menos tener deseos sexuales.
Sin embargo, las teorías del desarrollo psicológico y más especificas de la sexualidad humana, reconocen que niños y niñas, desde el nacer, tienen reacciones sexuales. Sus genitales se estimulan y responden. Primero de una forma refleja, automática, indiferenciada y, más adelante, aprenden a discriminar a qué responder.
Así, en la medida que crecen y socializan, niños y niñas, van desarrollando su sexualidad, haciéndose, cada vez más sexuados. Y, es a través del descubrimiento de su cuerpo, de observar a otros, y, posiblemente, de experiencias, aprenden a manejarse sexualmente.
La exploración del cuerpo es natural en los niños y niñas y con ello el descubrimiento del placer sexual. Al rozar el pene, el clítoris o el ano, sienten unas cosquillitas que descubren agradables y bueno, a veces, quieren volverlas a sentir. Normal. Es el sentido hedónico de la vida.
El problema con la sexualidad infantil (y con la que sigue también) surge cuando los adultos, la sociedad, empieza a sancionar, a reprimir las expresiones sexuales y las hacen ver como sucias, perversas, indebidas, pecaminosas. Se siembra la malicia, se pervierte lo natural.
Por ello, muchos adultos, sobre todo cuando se trata de sus crianzas, les cuesta entender, admitir que niños y niñas son seres sexuados, sobre todo estas últimas. Algunos padres y madres desearían que ellas no sintieran, no desearan, se mantuvieran castas hasta la muerte. Diferente es el trato y educación sexual con los varones. Esos si tienen que ser sexuados y mientras más, más hombres serán.
Y más se complica el asunto del desarrollo de la sexualidad cuando niños, niñas y adolescentes aprenden que el sexo es poder.
Por eso, los pequeños miembros del equipo de fútbol colombiano exigieron al aspirante que les hiciera sexo oral o que se volteara para penetrarlo. Esto, no necesariamente expresaba su mariquera, ni atracción por los varones; al contrario, pudiera ser que esa exigencia sea una expresión de fuerza, de poder, de ese que se le atribuye a los muy varones, a los machos.
Es harto frecuente que niños o adolescentes varones tengan juegos sexuales entre ellos. Es una forma de aprender lo que la sociedad les exigirá poco después: que sean unos super hombres. Muchos adultos heterosexuales tienen historias con primos, vecinos, compañeros de clase y nada traumático pasó en sus vidas. Fueron juegos de exploración, de descubrimiento de su cuerpo, del cuerpo del otro y ya.
Se complica la exploración sexual natural cuando los adultos los descubren y se alarman. Entonces, lo que podía haber sido solo una experiencia más en las vidas de estos menores, se convierte en un escándalo y siguen produciéndose sustos del sexo.
No es este el caso del equipo de fútbol referido porque allí hubo abuso, manipulación, amenaza, maldad por parte de los niños violadores hacia el violado y eso no fue exploración sexual, fue dominio, imposición, uso de fuerza, humillación.
Pero la noticia trae algo bueno: la madre del niño violentado tuvo la valentía de denunciar lo ocurrido a las autoridades, inclusive, dijo que estaba siendo amenazada por los padres y madres de los niños violadores. Admirable, ejemplar señora.
Esta denuncia nos retrotrae a otro grave y frecuente filón en los casos de abuso sexual: los familiares de los victimarios suelen defenderlos, tienden a negar lo que sus hijos han hecho. El malo, el mal comportado es el otro, no el mío, piensan y dicen.
Es difícil admitir que un hijo tan niño sea un delincuente y en este caso, un violador sexual. Admirable fuese que la familia lo reconociera, revisara su corresponsabilidad en el hecho y ayudar al joven violador a cambiar su conducta. Negarla empeora el asunto.
La negación de los delitos sexuales también ocurre en las instituciones. Cuando uno de sus miembros es denunciado, ellas tienden a ampararlo, haciéndose cómplice del delito. Ha ocurrido por los siglos de los siglos amén con sacerdotes de la iglesia católica.
También hubo complicidad, hace pocos años, en un prestigioso colegio de Caracas donde la directiva y un grupo de representantes salió en defensa de un profesor acusado de abusar sexualmente a varios niños. A pesar de los esfuerzos por salvar el prestigio de la institución, el peso de las pruebas llevaron al profesor a prisión.
Casi todos los casos que he referido son de sexo entre entre varones y no porque no ocurra entre niñas, sino porque en ellas el abuso suele provenir de adultos o porque los juegos sexuales entre ellas pudieran ser menos escandalosos si llegan a ser descubiertos. Ellas pueden, y en su socialización como mujer se les exige, ser amorosas, inclusive con las de su mismo sexo. Cosas de género.
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Foto: http://de-avanzada.blogspot.com
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