En la entrega pasada referimos que existe una tendencia a la mejora de variables macroeconómicas como inflación, tasa de cambio, empleo y pobreza, así como una activación modesta, aunque para nada despreciable de nuestra economía. No obstante, todavía hace falta mucho recorrido y esfuerzo para lograr un movimiento significativo y estructural de la actividad productiva venezolana.
Acuerdos políticos entre oficialismo y oposición, con miras a lograr un aligeramiento de las sanciones y la reestructuración de la deuda externa, actualmente en default, son factores imprescindibles para lograr el importante financiamiento que requiere nuestro país para recuperarse, por parte de multilaterales y capitales privados.
Tras la grave crisis hiperinflacionaria, Venezuela ha sufrido mutaciones en el comportamiento del consumo y mercados, que bien vale la pena ser revisados.
Del oligopolio a la atomización
Desde el siglo XIX, la producción, comercialización y consumo de nuestro país, así como la mayoría de las naciones latinoamericanas, ha estado en manos de unos pocos, entre los cuales, el Estado venezolano ha llevado la batuta por enorme distancia en una clara organización de oligopolio estatista con olor a alcurnia, simpatías políticas y caudillismo económico.
Con la llegada del chavismo, la oferta de aniquilación de la oligarquía tradicional tomó bastante cuerpo, y la mayoría de las grandes empresas y grupos económicos tradicionales, así como las multinacionales -gringas-, fueron, gradualmente sustituidas por nuevos grupos empresariales en torno al gobierno.
El tsunami de la hiperinflación, trajo consigo la desaparición de los múltiples subsidios gubernamentales a los empresarios, la extinción del crédito y la estocada final a la ya depauperada infraestructura empresarial pública y privada por falta de inversión. La población se empobreció más reduciendo ostensiblemente su capacidad de consumo.
Lo mencionado, fue motivación suficiente para que la mayoría de las empresas de gran tamaño, se fueran del país, buscando nuevos destinos de inversión o en el mejor de los casos, se agazaparan, en espera de tiempos mejores.
Tras el reciente viraje del gobierno hacia un manejo económico pragmático de mercado abierto -el cese de las expropiaciones y del control de precios y la dolarización informal- han surgido empresas de todo tamaño y color para hacerse del contraído mercado venezolano.
Pocos viejos, y muchos recién llegados importadores, distribuidores, fabricantes y comerciantes, la mayoría de tamaño pequeño y mediano, coexisten en una economía marcada por la informalidad y el conveniente aprovechamiento del «puerta a puerta» y las políticas de exoneración arancelaria. En ese magma empresarial indiferenciado, no se puede distinguir -todavía-, cuáles son o serán, los nuevos “cacaos” de la economía venezolana.
Nueva arquitectura socioeconómica
La dolarización creciente de los salarios, así como la buena capacidad de “rebusque” en la informalidad, ha incrementado la capacidad adquisitiva de nuestra gente. Sin embargo, la mayoría de la población no puede acceder a los bienes e insumos de la canasta básica y alimentaria.
Según recientes estudios de mercado, apenas el 3% de la población, unas 800 mil personas, detenta ingresos superiores a los 2.000 dólares mensuales. Un 10% adicional, 2.7 millones, se encuentra entre los 1.000 y 2.000 dólares mensuales. Lo mencionado, nos dice que 3.5 millones de venezolanos pueden ser considerados como la nueva clase alta y media-alta, bastante venida a menos.
Apenas un 20%, 5.4 millones, ingresan entre 500 y 1.000 dólares mensuales, en lo que se puede entender como la clase media-baja, que puede acceder a la canasta básica.
Un 30% de la población, 8.1 millones, detenta ingresos mensuales entre 200 y 500 dólares, llegando ajustados al presupuesto requerido para la canasta alimentaria. El 37% restante, unos 10 millones de venezolanos, tiene ingresos mensuales por debajo de los 200 dólares. Los dos últimos grupos, un 67% de la gente, constituyen la gran masa pobre de nuestro país.
Conducta, consumo y mercado
Tan sólo un 13% de los venezolanos tienen una capacidad más o menos holgada de consumo, un 50%, puede adquirir bienes y servicios de manera muy comedida y el 37% restante subsiste en una economía de supervivencia, dependiendo de la asistencia del Estado, en forma de CLAPs y bonos, para aguantar “la pela”.
Si bien el panorama no es muy alentador, la mayoría de los empresarios todavía ponen sus esfuerzos en atender al saturado segmento de las clases alta y media-alta, mientras la mayoría de nuestra gente no está siendo vista como un importante segmento de micro-consumo, muy apreciado en otros países.
Alrededor de 10 millones de venezolanos se convirtieron en consumidores del día a día, como bien podemos ver en otros países de la comunidad andina y Centroamérica.
El consumidor del día a día compra sólo lo que necesita según la disponibilidad del dinero que tiene en el bolsillo en el momento de salir de su casa. Privilegia los productos de bajo precio, en empaques pequeños y sencillos, más que la calidad, vistosos empaques y rimbombante publicidad.
En las zonas populares, los comerciantes tienen que abrir los grandes empaques para distribuir su contenido en pequeñas “tetitas”, botellas usadas o bolsitas, para poder complacer a la mayoría de la población.
Nuestro mercado tradicionalmente ha sido de vendedores, donde los empresarios privilegian las características del producto sobre las necesidades de la gente. Hoy, quien manda es el cliente, que tiende a escoger la mejor opción en términos de precio y valor, por lo que el venezolano se ha convertido en un mercado de compradores. Si bien quedan vestigios de una historia signada por el consumismo y lo aspiracional, la mayoría de los venezolanos se han vuelto más pragmáticos y comedidos con sus gastos.
¿Qué hacer?
Mientras no se logren mejoras estructurales de nuestra economía, que aumenten sustancialmente los ingresos de la población para seguir haciendo empresa y crecer en esta nueva Venezuela, es vital escuchar las necesidades y oportunidades de la mayoría de la gente y no empeñarnos en servir a los segmentos privilegiados de la población, ya saturados.
El grueso de los consumidores venezolanos decide sus compras por los bajos precios para poder cubrir sus necesidades del día a día. Las necesidades de nuestra gente de a pie no son los bodegones, los restaurantes, la ropa de marca, ni los grandes conciertos.
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