La lógica cotidiana de la muerte me ha mantenido alejado del teclado durante un par de semanas. Mi padre falleció hace unos pocos días luego de una vida muy larga y algunos años de batallar en contra de los achaques de la ancianidad. Espero que este viaje final sea para él al menos tan bueno como lo fue su vida. A fin de cuentas, ya no tiene que lidiar con esta lógica del absurdo que enfrentamos quienes seguimos por estos lados. Confieso que fue toda una Odisea tener que transitar a lo largo de barricadas, alcabalas y protestas en el proceso de llevar el cuerpo de mi padre al sitio de cremación. Cuando lo público no funciona los aspectos vitales de lo privado adquieren un matiz terrorífico.

Así, luego de un corto duelo –a fin de cuentas la muerte es un proceso natural- y en proceso de recuperarme de la ausencia, amanezco con una pregunta rondándome: ¿Qué país estamos construyendo hacia el futuro? Durante días he estado distanciado de las noticias, y ahora despierto de este letargo para asombrarme por el proceso de destrucción colectiva en el que estamos empeñados, por nuestra incapacidad para hacer política, para racionalizar nuestros particulares procesos colectivos.

Vivimos un cuento terrorífico en el cual se atacan hospitales llenos de niños, se lanza gente a esa cloaca que es el Guaire (mientras hay gente que celebra ese horror), se desmonta la dañada infraestructura nacional, se ataca de manera inmisericorde a la gente que protesta con “gas del bueno”, algunos se jactan de la capacidad represiva del gobierno, mientras unos muchachos encapuchados, armados con chinas, con el pecho al aire le hacen frente a la policía y se creen héroes, se militariza el país, se hacen discursos de odio, se auspicia una mayor violencia, se reprime a mansalva ¿Cuál es el límite?

Me pregunto qué hubiera pasado en Suráfrica si Mandela no hubiese existido, o si hubiese asumido su liberación con revanchismo. Me parece que el Premio Nobel de la Paz de 1993 comprendió bien que la paz es frágil, que cuando existen diferencias manifiestas entre los actores de un conflicto es necesario definir algún espacio para la construcción de acuerdos, para la reconciliación.

Reconozco que hay momentos para la confrontación y que la misma puede ser ruda. Pero la confrontación es un hecho político que no puede dejarse al azar, que debe tener objetivos viables, progresivos, inteligentemente planteados. Lo que no puede ser es un puro y simple acto de la voluntad porque, en general, hay demasiadas cosas en juego. Quiero decir, no es tan simple como decir que se trata de una “confrontación de balas contra bolas”, esa es una declaración demasiado irresponsable para mi gusto. Sobre todo cuando entiendo a conciencia que las partes en conflicto siempre terminan sentándose a negociar y que pueden hacerlo antes o después de los muertos. Yo creo, por cierto, que es mejor hacerlo antes.

Yo creo que estamos sometidos a un juego político irresponsable, la verdad nos falta madurez. Como si fuésemos espectadores de un programa de “la muchachada feliz” –permítaseme poner mi edad en evidencia–, como si se tratase de aquel horripilante programa de concursos de otros tiempos: Viva la Juventud. En ese entonces se concursaba por premios, ahora por ver quién es más arrecho. Uno tiene que estar claro en lo que nos estamos jugando, el incremento de la violencia pudiera quebrar la resistencia del gobierno, pero también pudiera llevarnos a una confrontación abierta. ¿Estamos dispuestos a jugarnos la posibilidad de una guerra civil? ¿Conocemos las consecuencias de un conflicto de esas dimensiones? Si así fuese: ¿Quién va a poner los muertos? ¿Quién va asumir la responsabilidad?

Yo me mantengo, por ahora, en la dinámica de mi luto personal; hay un tiempo en el cual a uno le corresponde retirarse a lamerse las heridas que la vida le va dejando. Me quedo, sin embargo, con la preocupación de que no nos planteemos, con la seriedad del caso, la necesidad de hacer política, de que nos movamos entre la ineficiencia de un gobierno corrupto y la incapacidad de una oposición que ha perdido un montón de oportunidades para materializar la transformación del país desde una perspectiva lo suficientemente inclusiva. Son los dilemas que enfrentamos. Me alegra que mi padre haya dejado de angustiarse por este futuro incierto.

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