El nuevo orden mundial tiene acepciones geopolíticas e históricas, desde que el presidente estadounidense, Woodrow Wilson, acuñara el término tras la Primera Guerra mundial, en los 14 puntos en los que convocaba a la creación de la Sociedad de Naciones en 1919, semilla de la ONU.
A lo largo de la historia, el nuevo orden mundial se ha referido a la inminente necesidad de generar cambios en las ideologías políticas y en el equilibrio de poderes que fomente un espíritu cooperativo entre las naciones y así alcanzar una mayor igualdad social, paz y sostenibilidad del planeta.
También ha sido empleado para sustentar una cantidad de hipótesis conspirativas y hasta de carácter apocalíptico, en virtud de la cual oscuras fuerzas económicas y políticas, buscan controlarnos a todos, y que conducirán a la destrucción del mundo.
Algunos de los grupos, que suscriben este pensamiento conspirativo, ven el resurgimiento del comunismo disfrazado de mercado como el aviso del fin de los tiempos. Otros, contrariamente, ven el apocalipsis en la avaricia insaciable de los grupos económicos que sólo velan por mezquinos intereses propios y «les sabe a casabe» que el resto del mundo desaparezca.
A la luz de los acontecimientos mundiales que hemos vivido y que seguimos viviendo en la actualidad, yo, que siempre he menospreciado las hipótesis conspirativas sobre el nuevo orden mundial he comenzado a preguntarme los últimos meses, si dichas afirmaciones no son tan hipotéticas, ni tan coloquiales, ni tan conspirativas, como pensaba.
Apenas despertándonos de la inesperada pandemia, tras más de 15 millones de muertos, y con la economía todavía sufriendo los estragos de casi tres años de ralentización del mundo, Putin nos sorprendió con la guerra a Ucrania, «sacada de la chistera», para evitar que la OTAN —los gringos, pues— se hicieran se sus fronteras con Europa occidental.
La guerra Rusia-Ucrania se ha convertido en un conflicto ya con cinco meses de data, más de 30 mil muertos, civiles y militares, al menos 8 millones de desplazados, daños económicos todavía no cuantificados, y heridas emocionales irreparables en ambas partes en contienda. Ni Putin, ni Zelensky ceden en su postura bélica, y lo que pensábamos sería una contienda de «corto aliento», ha derivado en una confrontación entre grandes imperios orientales y occidentales, de pronóstico reservado, que bien podría dar paso a una tercera guerra mundial, con una potencial aniquilación nuclear de buena parte del planeta.
Para no tener suficiente distracción con lo referido, en estos últimos días, en un mundo convulso, mientras los mercados se desploman, vemos como en Asia tras 4 meses de protestas en Sri Lanka por la penosa crisis económica que atraviesan, producto de una administración gubernamental simplemente desastrosa, el pasado 9 julio, el pueblo llano invadió el palacio presidencial obligando a dimitir al calamitoso presidente Gotabaya Rajapaksa. En el mismo continente, el 8 de julio, en Japón, donde nunca pasa nada, era asesinado por un lunático el ex primer ministro Shinzo Abe, demócrata, pacifista, y una pieza determinante en la consolidación de una de las economías más estables del mundo.
Europa no se queda atrás. El 7 de julio por fin renunció Boris Johnson, primer ministro británico, luego de que dimitieran más de 50 funcionarios de su gobierno y ante una ya intolerante presión del partido conservador. Violaciones repetidas del confinamiento por la pandemia con estrambóticas fiestas donde el alcohol, las drogas y el libertinaje se daban a plena luz del día en su residencia oficial; a las que sumaron escándalos sexuales, descarados actos de corrupción y un nefasto manejo económico que se inició con su casi fanática defensa del Brexit, dieron al traste con la gestión del despeinado y populista mandatario. Algo, nunca visto en el Reino Unido.
Pocos días después, el 14 de julio, el primer ministro italiano, Mario Draghi, renunciaba a su cargo por desencuentros entre la coalición gobernante. Siete días después, el presidente de ese país, Sergio Mattarella, aceptaba la renuncia. La renuncia de Draghi da cuentas de una clara fractura en el parlamento del país. Todavía está por verse el futuro político de Italia, que transita un momento de gran incertidumbre.
Mientras que EE. UU., parece no escapar de una recesión económica por las subidas de tasas de interés impuestas por los Fondos Federales para yugular la inflación que hace estragos en el país, en Latinoamérica las cosas no están muy quietas tampoco
Durante el mes de junio comenzaron protestas de grupos indígenas en Ecuador, a los que se sumaron grupos de la sociedad civil, por las precariedades económicas que vive la mayoría de la población en ese país. Tras amenazas y actos de represión por parte del derechista presidente Lasso, quien tildaba las protestas como un intento de golpe de Estado, el mandatario se dio a la tarea de poner «unas curitas» a sus políticas liberales para mitigar el ánimo del popolo grasso, al menos, por un rato.
Más hacia el Sur, en Argentina, el presidente Fernández atraviesa una severa crisis económica y política tras pactar con el FMI medidas para contener la inflación y devaluación. Medidas que, por los momentos, han producido más inflación y devaluación. Ante la presión de la principal contrincante del gobierno, su vicepresidenta, Cristina Kirchner, Martin Guzmán, ministro de economía, hombre de confianza del presidente y artífice del plan de recuperación económico de la nación, renunció el pasado 3 de julio.
Apenas, recorrimos superficialmente lo que ha ocurrido en el mundo durante los últimos meses, especialmente en el acontecer político y económico, sin entrar en honduras sobre temas ambientales, como el calentamiento global, que parece ser otra inminente amenaza para la sostenibilidad del planeta durante los próximos años.
Por eso nos preguntamos ¿este es el nuevo orden mundial del que hablaba Wilson allá en 1919?
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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El nuevo orden mundial tiene acepciones geopolíticas e históricas, desde que el presidente estadounidense, Woodrow Wilson, acuñara el término tras la Primera Guerra mundial, en los 14 puntos en los que convocaba a la creación de la Sociedad de Naciones en 1919, semilla de la ONU.
A lo largo de la historia, el nuevo orden mundial se ha referido a la inminente necesidad de generar cambios en las ideologías políticas y en el equilibrio de poderes que fomente un espíritu cooperativo entre las naciones y así alcanzar una mayor igualdad social, paz y sostenibilidad del planeta.
También ha sido empleado para sustentar una cantidad de hipótesis conspirativas y hasta de carácter apocalíptico, en virtud de la cual oscuras fuerzas económicas y políticas, buscan controlarnos a todos, y que conducirán a la destrucción del mundo.
Algunos de los grupos, que suscriben este pensamiento conspirativo, ven el resurgimiento del comunismo disfrazado de mercado como el aviso del fin de los tiempos. Otros, contrariamente, ven el apocalipsis en la avaricia insaciable de los grupos económicos que sólo velan por mezquinos intereses propios y «les sabe a casabe» que el resto del mundo desaparezca.
A la luz de los acontecimientos mundiales que hemos vivido y que seguimos viviendo en la actualidad, yo, que siempre he menospreciado las hipótesis conspirativas sobre el nuevo orden mundial he comenzado a preguntarme los últimos meses, si dichas afirmaciones no son tan hipotéticas, ni tan coloquiales, ni tan conspirativas, como pensaba.
Apenas despertándonos de la inesperada pandemia, tras más de 15 millones de muertos, y con la economía todavía sufriendo los estragos de casi tres años de ralentización del mundo, Putin nos sorprendió con la guerra a Ucrania, «sacada de la chistera», para evitar que la OTAN —los gringos, pues— se hicieran se sus fronteras con Europa occidental.
La guerra Rusia-Ucrania se ha convertido en un conflicto ya con cinco meses de data, más de 30 mil muertos, civiles y militares, al menos 8 millones de desplazados, daños económicos todavía no cuantificados, y heridas emocionales irreparables en ambas partes en contienda. Ni Putin, ni Zelensky ceden en su postura bélica, y lo que pensábamos sería una contienda de «corto aliento», ha derivado en una confrontación entre grandes imperios orientales y occidentales, de pronóstico reservado, que bien podría dar paso a una tercera guerra mundial, con una potencial aniquilación nuclear de buena parte del planeta.
Para no tener suficiente distracción con lo referido, en estos últimos días, en un mundo convulso, mientras los mercados se desploman, vemos como en Asia tras 4 meses de protestas en Sri Lanka por la penosa crisis económica que atraviesan, producto de una administración gubernamental simplemente desastrosa, el pasado 9 julio, el pueblo llano invadió el palacio presidencial obligando a dimitir al calamitoso presidente Gotabaya Rajapaksa. En el mismo continente, el 8 de julio, en Japón, donde nunca pasa nada, era asesinado por un lunático el ex primer ministro Shinzo Abe, demócrata, pacifista, y una pieza determinante en la consolidación de una de las economías más estables del mundo.
Europa no se queda atrás. El 7 de julio por fin renunció Boris Johnson, primer ministro británico, luego de que dimitieran más de 50 funcionarios de su gobierno y ante una ya intolerante presión del partido conservador. Violaciones repetidas del confinamiento por la pandemia con estrambóticas fiestas donde el alcohol, las drogas y el libertinaje se daban a plena luz del día en su residencia oficial; a las que sumaron escándalos sexuales, descarados actos de corrupción y un nefasto manejo económico que se inició con su casi fanática defensa del Brexit, dieron al traste con la gestión del despeinado y populista mandatario. Algo, nunca visto en el Reino Unido.
Pocos días después, el 14 de julio, el primer ministro italiano, Mario Draghi, renunciaba a su cargo por desencuentros entre la coalición gobernante. Siete días después, el presidente de ese país, Sergio Mattarella, aceptaba la renuncia. La renuncia de Draghi da cuentas de una clara fractura en el parlamento del país. Todavía está por verse el futuro político de Italia, que transita un momento de gran incertidumbre.
Mientras que EE. UU., parece no escapar de una recesión económica por las subidas de tasas de interés impuestas por los Fondos Federales para yugular la inflación que hace estragos en el país, en Latinoamérica las cosas no están muy quietas tampoco
Durante el mes de junio comenzaron protestas de grupos indígenas en Ecuador, a los que se sumaron grupos de la sociedad civil, por las precariedades económicas que vive la mayoría de la población en ese país. Tras amenazas y actos de represión por parte del derechista presidente Lasso, quien tildaba las protestas como un intento de golpe de Estado, el mandatario se dio a la tarea de poner «unas curitas» a sus políticas liberales para mitigar el ánimo del popolo grasso, al menos, por un rato.
Más hacia el Sur, en Argentina, el presidente Fernández atraviesa una severa crisis económica y política tras pactar con el FMI medidas para contener la inflación y devaluación. Medidas que, por los momentos, han producido más inflación y devaluación. Ante la presión de la principal contrincante del gobierno, su vicepresidenta, Cristina Kirchner, Martin Guzmán, ministro de economía, hombre de confianza del presidente y artífice del plan de recuperación económico de la nación, renunció el pasado 3 de julio.
Apenas, recorrimos superficialmente lo que ha ocurrido en el mundo durante los últimos meses, especialmente en el acontecer político y económico, sin entrar en honduras sobre temas ambientales, como el calentamiento global, que parece ser otra inminente amenaza para la sostenibilidad del planeta durante los próximos años.
Por eso nos preguntamos ¿este es el nuevo orden mundial del que hablaba Wilson allá en 1919?
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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