OPINIÓN · 10 MARZO, 2021 04:37

No olvidemos a las que sufren

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Susana Reina | @feminismoinc

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QUÉ CHÉVERE
QUÉ INDIGNANTE
QUÉ CHIMBO

Estos días de conmemoración por el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, abundan actividades para resaltar una fecha que, por cierto, no tiene un origen precisamente celebratorio sino más bien trágico: la muerte de casi cien obreras en una fábrica en Nueva York que protestaban por sus derechos laborales y que al producirse un incendio no pudieron escapar porque habían sido encerradas. Naciones Unidas lo tomó como hito histórico y desde 1975 aparece en la efeméride feminista.

El collage de eventos que veo promocionado en las redes sociales refleja de alguna manera lo diversas que somos las mujeres y la multiplicidad de temas que entran en la agenda de lucha por nuestros derechos. Representan un abanico de espacios creados con la creatividad de las ilustradoras de organizaciones juveniles emergentes, pero también reflejan la seriedad gerencial de las empresas y organizaciones de mujeres trabajadoras, así como de los organismos de cooperación internacional y las académicas universitarias, que disertan con data en mano sobre los problemas que más nos aquejan en nuestra condición de mujeres.

Celebro que cada año esta convocatoria sea mayor, que los espacios virtuales o físicos se copen de gente interesada en la problemática femenina, que se mantenga vivo el interés por conversar, debatir, pensar, reflexionar, discutir. Por eso tenemos que asistir, apoyar y también organizar nuestros propios espacios de encuentro en espacios más íntimos y cercanos donde el cambio tiene quizás más posibilidades de ocurrir.

Otras realidades también cuentan

Todos los problemas propuestos en esos foros son legítimos y necesitan ser trabajados para conseguir construir una sociedad mínimamente civilizada donde se respete y valore a sus mujeres, pero a veces creo que, al organizarlos, lo hacemos desde nuestros privilegios de vida clase media con acceso a educación, salud, relacionamiento y voz.

Muchas de nosotras vivimos dentro de burbujas, protegidas de males y peligros, que nos alejan de otras realidades que la inmensa mayoría de mujeres de nuestros países sufren, sin atisbos de rápida solución y quienes no tienen acceso destacado a estos espacios para hablar de sí mismas ni proyectarse en otros futuros deseados.

Están, entre otras, las que son abusadas por sus empleadores sin derecho a protestar; las que son obligadas a preñarse en contra de su voluntad por ser esa su obligación marital; las que no disponen de métodos anticonceptivos a su alcance para planificar sus embarazos; las que enferman y mueren por cáncer de mama o de útero por no ser atendidas a tiempo; las golpeadas, violadas y torturadas hasta el femicidio; las que el juez y la sociedad culpabilizan por el abuso del que fueron objeto.

Las que son atacadas con ácido en la cara cuando el marido se molesta o duda de su honor; las que son mutiladas genitalmente para que no sientan placer bajo la excusa de ritual religioso; las que son casadas aun de niñas con hombres mayores a cambio de una dote económica para sus familias; las que no pueden ir a la escuela; las que son abandonadas por sus parejas y tienen que criar solas a sus hijos. Las que son obligadas a tapar su cuerpo y cara bajo un burka que no les deja ni respirar; las que no pueden abrir una cuenta bancaria sin autorización de un hombre; las que no pueden conducir un vehículo o asistir a un espectáculo deportivo porque les está prohibido.

Las violadas por padrastros o miembros cercanos de su familia y que obligan a callar; las que son obligadas a prostituirse o entrar en la industria de la pornografía; las que son explotadas por las redes de trata; las que tienen que alquilar su vientre o traficar drogas como mulas para poder comer o mantener a sus hijos; las que abortan clandestinamente porque el Estado penaliza la interrupción voluntaria de un embarazo no deseado. Las que no tienen acceso a productos de higiene menstrual y son rechazadas por considerarse impuras o sucias mientras tienen el periodo.

Aberraciones que se cometen en pleno siglo XXI con la aquiescencia y desdén de las instituciones edificadas bajo la lupa masculina del poder.

Somos muchas

Las rurales, las indígenas, las transexuales, las negras, las lesbianas, las viejas, las pobres, las migrantes, las latinas, las convictas, las que tienen una discapacidad… todas ellas también son mujeres y lo llevan mucho peor. El feminismo intersecta con problemas de clase, raza, religión, procedencia geográfica y política, entre muchas otras variables, y justamente dentro de esa complejidad debemos analizarnos para deshacer la madeja patriarcal que se tejió en torno a nosotras.

No las olvidemos a ellas, aunque no estén en nuestro entorno inmediato, porque solo un nivel de conciencia colectivo y global es lo que puede transformar la cultura que moldeó la desigual distribución de poder entre hombres y mujeres. Tengámoslas presentes a todas en nuestras conversaciones y encuentros.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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El collage de eventos que veo promocionado en las redes sociales refleja de alguna manera lo diversas que somos las mujeres y la multiplicidad de temas que entran en la agenda de lucha por nuestros derechos. Representan un abanico de espacios creados con la creatividad de las ilustradoras de organizaciones juveniles emergentes, pero también reflejan la seriedad gerencial de las empresas y organizaciones de mujeres trabajadoras, así como de los organismos de cooperación internacional y las académicas universitarias, que disertan con data en mano sobre los problemas que más nos aquejan en nuestra condición de mujeres.

Celebro que cada año esta convocatoria sea mayor, que los espacios virtuales o físicos se copen de gente interesada en la problemática femenina, que se mantenga vivo el interés por conversar, debatir, pensar, reflexionar, discutir. Por eso tenemos que asistir, apoyar y también organizar nuestros propios espacios de encuentro en espacios más íntimos y cercanos donde el cambio tiene quizás más posibilidades de ocurrir.

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Todos los problemas propuestos en esos foros son legítimos y necesitan ser trabajados para conseguir construir una sociedad mínimamente civilizada donde se respete y valore a sus mujeres, pero a veces creo que, al organizarlos, lo hacemos desde nuestros privilegios de vida clase media con acceso a educación, salud, relacionamiento y voz.

Muchas de nosotras vivimos dentro de burbujas, protegidas de males y peligros, que nos alejan de otras realidades que la inmensa mayoría de mujeres de nuestros países sufren, sin atisbos de rápida solución y quienes no tienen acceso destacado a estos espacios para hablar de sí mismas ni proyectarse en otros futuros deseados.

Están, entre otras, las que son abusadas por sus empleadores sin derecho a protestar; las que son obligadas a preñarse en contra de su voluntad por ser esa su obligación marital; las que no disponen de métodos anticonceptivos a su alcance para planificar sus embarazos; las que enferman y mueren por cáncer de mama o de útero por no ser atendidas a tiempo; las golpeadas, violadas y torturadas hasta el femicidio; las que el juez y la sociedad culpabilizan por el abuso del que fueron objeto.

Las que son atacadas con ácido en la cara cuando el marido se molesta o duda de su honor; las que son mutiladas genitalmente para que no sientan placer bajo la excusa de ritual religioso; las que son casadas aun de niñas con hombres mayores a cambio de una dote económica para sus familias; las que no pueden ir a la escuela; las que son abandonadas por sus parejas y tienen que criar solas a sus hijos. Las que son obligadas a tapar su cuerpo y cara bajo un burka que no les deja ni respirar; las que no pueden abrir una cuenta bancaria sin autorización de un hombre; las que no pueden conducir un vehículo o asistir a un espectáculo deportivo porque les está prohibido.

Las violadas por padrastros o miembros cercanos de su familia y que obligan a callar; las que son obligadas a prostituirse o entrar en la industria de la pornografía; las que son explotadas por las redes de trata; las que tienen que alquilar su vientre o traficar drogas como mulas para poder comer o mantener a sus hijos; las que abortan clandestinamente porque el Estado penaliza la interrupción voluntaria de un embarazo no deseado. Las que no tienen acceso a productos de higiene menstrual y son rechazadas por considerarse impuras o sucias mientras tienen el periodo.

Aberraciones que se cometen en pleno siglo XXI con la aquiescencia y desdén de las instituciones edificadas bajo la lupa masculina del poder.

Somos muchas

Las rurales, las indígenas, las transexuales, las negras, las lesbianas, las viejas, las pobres, las migrantes, las latinas, las convictas, las que tienen una discapacidad… todas ellas también son mujeres y lo llevan mucho peor. El feminismo intersecta con problemas de clase, raza, religión, procedencia geográfica y política, entre muchas otras variables, y justamente dentro de esa complejidad debemos analizarnos para deshacer la madeja patriarcal que se tejió en torno a nosotras.

No las olvidemos a ellas, aunque no estén en nuestro entorno inmediato, porque solo un nivel de conciencia colectivo y global es lo que puede transformar la cultura que moldeó la desigual distribución de poder entre hombres y mujeres. Tengámoslas presentes a todas en nuestras conversaciones y encuentros.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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