Venezolanas son cada vez más vulnerables ante la violencia en el país, advierten expertas
Credit: Mairet Chourio

Cada vez es más remoto que una mujer llegue al más alto cargo de su país –la presidencia– por ser la hija, la esposa o la viuda de un líder que, por supuesto, es hombre. Ahora son más las mujeres que ocupan estos espacios por méritos propios.

Más mujeres están ascendiendo por su esfuerzo, participación, formación académica, capacidad de liderazgo. Sin embargo, la condición de ser mujer aún pesa.

Ser mujer no es fácil

En la carrera política, ser mujer no es fácil. En esa carrera, por razones socioculturales del falocentrismo, los hombres tienen ventaja. El estereotipo de género hace creer que ellos son más racionales, fuertes de carácter, confiables y decididos que ellas, quienes son vistas como emocionales, débiles de carácter, miedosas, indecisas. Se cree que a ellos les corresponde el más alto cargo de poder y a ellas se les considera cuando no queda de otra.

Afortunadamente, los estereotipos de género han cambiado y hoy se asume que hay mujeres que pueden ser racionales, fuertes de carácter, valientes, decididas y, habría que agregar otras dos características de su formación clásica como mujer: tienen capacidad de organización y de atender varias tareas simultáneamente con eficiencia.

A la mujer se le prepara para ser pareja de uno, madre de varios, y desde hace algunas décadas, para colaborar económicamente en el hogar o hacerse autónoma. Así, clásicamente, le corresponden tres funciones simultáneas. Mientras que, en el esquema conservador de las sociedades, a los hombres se les capacita para dos funciones prácticas: ser proveedor y protector de la familia, y una simbólica, relacionada con la representación social dada por el apellido, que es ser el “pater familias”.

En teoría, hombres y mujeres estarían en equidad de distribución de funciones familiares, digamos que tres y tres; pero en la práctica, sabemos que la función del proveedor principal también es asumida por millones de mujeres en todo el mundo sin que esto implique descuidar las tareas clásicas como parir, criar y atender el hogar.

Las mujeres han estado por siglos, en algunas sociedades y grupos, confinadas a las labores domésticas mientras que los hombres compiten en el plano de lo público por los cargos de poder.

Mujeres presidentas o primeras ministras

Históricamente, las mujeres han ejercido el poder en el ámbito doméstico, mientras los hombres en el público. Dado el avance social de las mujeres durante el último siglo, esas barreras se han roto y ellas han salido a competir con ellos en los espacios públicos.

En la competencia por cargos de alta responsabilidad, actualmente, la mujer entra con una fortaleza: su formación académica. Cada año, las mujeres son mayoría en las aulas universitarias aunque, al graduarse, ellas suelen quedar rezagadas por la demanda de obligaciones domésticas y los estereotipos que pesan sobre ellas, mientras los hombres cabalgan hacia sus metas con más facilidad.

En los espacios profesionales y en la política es más difícil la equidad de género. Las mujeres tienen que pagar un alto costo personal para ocupar altos cargos en el gobierno o en la empresa privada. Además del sacrificio personal, las mujeres entran en campos donde el machismo y los estereotipos sobre ellas siguen teniendo mucho peso.

A algunos hombres, e inclusive a algunas mujeres, les pudiera dar vergüenza o desconfianza ser dirigidos por una mujer. Remontar el machismo es fuerte.

Cambio de planos

En un siglo, en el mundo occidental, las mujeres han pasado de la invisibilidad pública a representar papeles corales, papeles secundarios y algunas asumen los protagónicos. En otros mundos siguen encerradas, limitadas socialmente, como en los tiempos de las cavernas.

Las mujeres han llegado al más alto cargo de su país, la presidencia, de la misma manera que los hombres, ya sea por un legado familiar o por sus propios méritos; pero en ellas el legado familiar ha sido más frecuente. Es parte del papel segundón que se les ha asignado históricamente y que está cambiando.

Una presidenta del país no garantiza nada, pero simboliza mucho

El que una mujer llegue a la primera magistratura de un país no garantiza que se tenga un mejor gobierno, como tampoco lo garantiza el que sea electo un hombre. La ventaja de una mujer, de entrada, es una señal de nuevos tiempos, de cambios socioculturales, de nuevos valores, de admitir que ellas son capaces y pueden ocupar el más alto cargo de su país, algo que hasta hace poco era exclusivamente papel de los hombres.

Inglaterra, Italia, algunos países nórdicos y varios de Europa oriental han tenido o tienen primeras ministras. En los demás, inclusive algunos de avanzada social, como España y Francia hay resistencia a pesar de haber mujeres muy capaces y destacadas en la política de esos países.

Chile, Argentina, Brasil, Costa Rica, Perú, Ecuador, Honduras son países latinoamericanos en los que una mujer ha sido presidenta, con disímiles resultados. Parece que en México se sumará a la lista, ¿un país famoso por su cultura machista elegirá a una mujer presidenta?

La vieja cultura machista pesa mucho, pero va cediendo. A pesar de los pesares, vienen tiempos de más equidad de género aún en campos muy rudos como el de la política.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor:  La llamada “ideología de género”

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