Cualquier día de estos nos va sorprender. Aparecerá en televisión, apretando la mandíbula y tratando de mirar fijamente a la cámara, como si quisiera imitar una pose de Raúl Amundaray en el trance de decirle “ya no te amo más” a una trémula Lupita Ferrer. Dudará unos segundos y luego, con tono tajante y aguerrido, nos dirá que su sombra está conspirando. Que tiene pruebas y que pronto, muy pronto, lo demostrará. Que ya le ha pedido al Sebin que la detenga. Que incluso ha solicitado una alerta a la Interpol, no vaya a ser que su sombra pretenda salir huyendo fuera del país. Golpista, traidora y vendida. Si algún patriota cooperante ve a la sombra de Nicolás debe pasar el dato de inmediato. Hay que frenar ese peligro, acabar con esa amenaza. Es de lo peor. Está en tratos con la CIA, con Dólar Today, con los judíos, con Álvaro Uribe, con el Grupo de Lima, con los ex militares del 4F, con Los Tigres del Norte, con la ONU, con la Asociación Mundial de Boxeo, con los extraterrestres…¡Menos mal que La Revolución nos protege y nos defiende siempre de los grandes peligros que atentan en contra de la patria!
Si algo puede definir al gobierno de Nicolás Maduro es su declarada voluntad represiva. La naturaleza del madurismo es la violencia. Durante estos casi 5 años, el país ha vivido un creciente proceso de institucionalización de la agresión y de la crueldad. Se trata de una metodología que convierte al Estado en un ejército de ocupación que invade y somete a sus propios ciudadanos. Es un proyecto que instaura la violencia en todos los ámbitos de la vida pública y privada. Igual te censura o te carnetiza, te raciona las medicinas o te encarcela, te empobrece o te empadrona, convierte siempre tu existencia en una forma de tortura. Y todo lo hace con el mismo argumento, con la misma justificación: las conspiraciones.
Siempre hay una cerca. Todos los días, algún alto dirigente invoca o denuncia la existencia de una nueva. Ante cualquier problema, el oficialismo solo tiene esa respuesta. La teoría de la conspiración se ha convertido en la única idea que maneja el gobierno. Todos los funcionarios tienen un dispositivo Pavlov debajo de la lengua. Ante cualquier señal de la realidad, de manera instantánea se dispara la única palabra que existe en el Manual Básico del Buen Bolivariano: “conspiración”. Quien revise el archivo de las excusas oficiales de los últimos años, encontrará cómo, renglón tras renglón, se repite absurdamente la misma receta. Siempre hay alguien malo, impuro, tránsfuga, aliado con alguna fuerza extranjera, fraguando un complejo complot en contra del gobierno. A partir de esta premisa, se ha organizado una estructura siniestra, capaz de implementar las OLP, masacrar a ciudadanos inocentes o ejecutar a rebeldes que querían entregarse a la justicia.
Para los poderosos, las conspiraciones tiene un perverso efecto tranquilizador. Generan alivio. Posibilitan el uso de la fuerza sin ningún tipo de dudas. Promueven la crueldad como virtud. Permiten que Maduro salga en televisión, rechonchamente feliz, prometiendo prosperidad e ignorando las angustias y miserias de las mayorías, aunque en secreto probablemente no confíe ni en su sombra y prefiera actuar como un paranoico arrebatado.
Para todos los demás, sin embargo, las conspiraciones tienen por el contrario un impacto desmovilizador. Anula nuestra capacidad política. Nos obliga a vivir temiendo ser acusados en algún de momento de participar en una confabulación secreta. Cualquier está bajo sospecha. Cualquiera puede caer. Fíjate lo que pasó con este ex General, ex Ministro, ex Director, ex amigo, ex héroe… ¿Qué no te puede, entonces, pasar a ti?
Por esto mismo, es inadmisible legitimar o perdonar algunas acciones dependiendo del nombre de sus víctimas. Quien celebra la detención de Miguel Rodríguez Torres, celebra en el fondo un modo de ejercer el poder, una fórmula, un Estado que puede actuar con violencia sin respetar la ley. Es necesario despersonalizar las acciones políticas. Lo que este gobierno hace con el General Baduel es tan criminal como lo que hace con Daniel Ceballos. No hay una soterrada justicia, ni siquiera una alentadora revancha, en la detención de ex funcionarios ligados al oficialismo. Ninguna víctima ennoblece la brutalidad de un torturador. El enemigo es el sistema. Y el sistema siempre actúa igual y piensa lo mismo: todos somos conspiradores.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.
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Cualquier día de estos nos va sorprender. Aparecerá en televisión, apretando la mandíbula y tratando de mirar fijamente a la cámara, como si quisiera imitar una pose de Raúl Amundaray en el trance de decirle “ya no te amo más” a una trémula Lupita Ferrer. Dudará unos segundos y luego, con tono tajante y aguerrido, nos dirá que su sombra está conspirando. Que tiene pruebas y que pronto, muy pronto, lo demostrará. Que ya le ha pedido al Sebin que la detenga. Que incluso ha solicitado una alerta a la Interpol, no vaya a ser que su sombra pretenda salir huyendo fuera del país. Golpista, traidora y vendida. Si algún patriota cooperante ve a la sombra de Nicolás debe pasar el dato de inmediato. Hay que frenar ese peligro, acabar con esa amenaza. Es de lo peor. Está en tratos con la CIA, con Dólar Today, con los judíos, con Álvaro Uribe, con el Grupo de Lima, con los ex militares del 4F, con Los Tigres del Norte, con la ONU, con la Asociación Mundial de Boxeo, con los extraterrestres…¡Menos mal que La Revolución nos protege y nos defiende siempre de los grandes peligros que atentan en contra de la patria!
Si algo puede definir al gobierno de Nicolás Maduro es su declarada voluntad represiva. La naturaleza del madurismo es la violencia. Durante estos casi 5 años, el país ha vivido un creciente proceso de institucionalización de la agresión y de la crueldad. Se trata de una metodología que convierte al Estado en un ejército de ocupación que invade y somete a sus propios ciudadanos. Es un proyecto que instaura la violencia en todos los ámbitos de la vida pública y privada. Igual te censura o te carnetiza, te raciona las medicinas o te encarcela, te empobrece o te empadrona, convierte siempre tu existencia en una forma de tortura. Y todo lo hace con el mismo argumento, con la misma justificación: las conspiraciones.
Siempre hay una cerca. Todos los días, algún alto dirigente invoca o denuncia la existencia de una nueva. Ante cualquier problema, el oficialismo solo tiene esa respuesta. La teoría de la conspiración se ha convertido en la única idea que maneja el gobierno. Todos los funcionarios tienen un dispositivo Pavlov debajo de la lengua. Ante cualquier señal de la realidad, de manera instantánea se dispara la única palabra que existe en el Manual Básico del Buen Bolivariano: “conspiración”. Quien revise el archivo de las excusas oficiales de los últimos años, encontrará cómo, renglón tras renglón, se repite absurdamente la misma receta. Siempre hay alguien malo, impuro, tránsfuga, aliado con alguna fuerza extranjera, fraguando un complejo complot en contra del gobierno. A partir de esta premisa, se ha organizado una estructura siniestra, capaz de implementar las OLP, masacrar a ciudadanos inocentes o ejecutar a rebeldes que querían entregarse a la justicia.
Para los poderosos, las conspiraciones tiene un perverso efecto tranquilizador. Generan alivio. Posibilitan el uso de la fuerza sin ningún tipo de dudas. Promueven la crueldad como virtud. Permiten que Maduro salga en televisión, rechonchamente feliz, prometiendo prosperidad e ignorando las angustias y miserias de las mayorías, aunque en secreto probablemente no confíe ni en su sombra y prefiera actuar como un paranoico arrebatado.
Para todos los demás, sin embargo, las conspiraciones tienen por el contrario un impacto desmovilizador. Anula nuestra capacidad política. Nos obliga a vivir temiendo ser acusados en algún de momento de participar en una confabulación secreta. Cualquier está bajo sospecha. Cualquiera puede caer. Fíjate lo que pasó con este ex General, ex Ministro, ex Director, ex amigo, ex héroe… ¿Qué no te puede, entonces, pasar a ti?
Por esto mismo, es inadmisible legitimar o perdonar algunas acciones dependiendo del nombre de sus víctimas. Quien celebra la detención de Miguel Rodríguez Torres, celebra en el fondo un modo de ejercer el poder, una fórmula, un Estado que puede actuar con violencia sin respetar la ley. Es necesario despersonalizar las acciones políticas. Lo que este gobierno hace con el General Baduel es tan criminal como lo que hace con Daniel Ceballos. No hay una soterrada justicia, ni siquiera una alentadora revancha, en la detención de ex funcionarios ligados al oficialismo. Ninguna víctima ennoblece la brutalidad de un torturador. El enemigo es el sistema. Y el sistema siempre actúa igual y piensa lo mismo: todos somos conspiradores.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.