jóvenes en armas

En una experiencia de trabajo de campo tuvimos la oportunidad de ir al estado Apure, a un pequeño pueblo cercano al río Arauca. Allí, en medio de algunas actividades con jóvenes del lugar, nos atrevimos a preguntarles ingenuamente: “¿qué harán después del bachillerato?” Por supuesto, se rieron y se miraron entre sí, y ante la pregunta que quedaba sobre la mesa, uno de los jóvenes respondió: “tenemos tres opciones, o la guardia, o la guerra… o trabajar en la finca. A nadie le gusta trabajar en la finca [risas]… y si le dan a uno el arma, la moto y puedes vender gasolina, pues…”; con la guerra se refería a los grupos armados de la zona.

Las alternativas institucionales para los/las jóvenes del país han sido una de las deudas históricas del Estado venezolano con esta población. En contraste, la proliferación de las armas de fuego (https://www.youtube.com/watch?v=yy2EqwSWCH4)  dan cuenta de cómo, ante la ausencia de proyectos institucionales, la vía armada se convierte en posibilidad de acceder a aquello que el Estado y el entorno cultural limitan.

En este sentido, una de las herencias que nuestra cultura militarista seguirá dando a la juventud es la posibilidad de superarse por la vía de pertenecer a un cuerpo armado. Actualmente, por ejemplo, llegan mensajes de texto enviados masivamente a través de la telefonía del Estado: “#SirveATuPatria Prepararte para el futuro Alístate y crece con la FANB” (transcrito literalmente). Esta es una invitación por parte del Estado a optar por la carrera de armas, a la que no se le contrapone otro tipo de iniciativas que contemplen la ausencia de las armas.

Es más, encontramos que en algunas poblaciones periféricas del país, los niños que cursan educación pública reciben materiales pedagógicos con contenido que alude netamente a las armas y a lo bélico como una vía de hacer vida:

Foto: Juan Castro

En esta misma línea podemos entender la consolidación de iniciativas como la UNES. Si bien es aplaudible la premisa de formar a la policía, es altamente cuestionable que ésta sea una de las pocas alternativas de estudios en las periferias del país. En 2017, la UNES publicó en su página web que 10 mil 314 aspirantes iniciarían el proceso formativo. La lógica continúa siendo más armas y más policías para disminuir la violencia, aun cuando la investigación latinoamericana ha demostrado que la “mano dura”, al contrario de disminuir la violencia, la incrementa.

En relación a las armas y su presencia creciente en nuestra sociedad, la investigadora Verónica Zubillaga ha mostrado que éstas terminan por convertirse en objetos preciados: otorgan prestigio y ayudan a consolidar respeto,  independientemente si es en manos del Estado o no. Actualmente, si bien eso ocurre, vamos notando que las armas son también un medio de subsistencia. Poseer un arma puede asegurar conseguir lo básico, y actualmente ese es uno de tantos usos que se les dan. Pero a la vez, las armas también se constituyen en sentencias de muerte, como lo muestran las cifras de funcionarios policiales asesinados para robarles el armamento.

Este tipo de situaciones nos hace dirigir la mirada para juzgar al joven que roba o compra balas a un funcionario público, y dejamos de ver la falta de alternativas políticas para los grandes huérfanos de nuestro país. Culpamos a los jóvenes y eximimos al Estado de su responsabilidad, el cual, en medio de las políticas de mano dura, aniquila cada vez a más venezolanos.

Jóvenes entrampados

Pienso en aquellos muchachos de Apure y veo que, al igual que la mayoría de los jóvenes de las periferias, están entrampados en opciones que parecen antagónicas (policía-malandro), pero que realmente terminan apuntando a una misma alternativa: una trayectoria de vida vinculada al uso de la fuerza como medio de subsistencia, en nuestro caso, una carrera de armas.

Mientras ésta sea la única opción de los jóvenes excluidos, ya sea a través de cuerpos policiales o de bandas criminales, los graduados a tiros seguirán en aumento en nuestro país. Será necesario retomar los caminos políticos para dar agenda pública al desarme, por un lado, pero también mostrar la intención de integrar a los/las jóvenes al quehacer del Estado y de la sociedad civil.

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