En la madrugada del jueves conocimos que el Gobierno decidió dar no un paso, sino una zancada hacia la ruptura formal del sistema democrático. El asalto al Poder Legislativo ha encendido las alarmas del país informado y de la comunidad internacional. La gravedad del asunto llega en un momento incómodo para la oposición venezolana. Y esto, por supuesto, no es casualidad; el terreno ha sido bien medido por quien ataca.
En primer lugar, las acciones emprendidas por el oficialismo requieren de una respuesta inmediata y contundente por parte de la coalición opositora. Y hablamos de una respuesta que va más allá de discursos. El Gobierno tiene las instituciones y los cuerpos de represión, mientras que las únicas armas con las que puede contar la oposición son la fuerza popular y el respaldo internacional. El segundo está ahí; desde el mismo momento en que se conoció la sentencia del TSJ comenzaron los pronunciamientos y algunas acciones concretas como la retirada del Embajador del Perú en Venezuela.
Sin embargo, es el respaldo popular lo único que puede generar presión interna. Sin él no hay nada. Y es aquí donde la Unidad enfrenta el verdadero reto. La última decisión temeraria del oficialismo se produjo el año pasado cuando decidieron cercenar de un plumazo la posibilidad de activar el referendo revocatorio. En aquel momento, el descontento de la población estaba alineado con el liderazgo opositor y dispuesto a ejercer presión de calle; solo esperaban directrices para actuar.
Sin embargo, la decisión de la Unidad fue retirarse y apostarlo todo a un proceso de diálogo al que había llegado justamente gracias a la presión de calle, y el cual, sin incentivos, en medio de la calma, no llegaría a ningún lado, como efectivamente ocurrió. Esto impactó la confianza de la gente en la MUD, liderazgo que a su vez, entró en una especie de crisis existencial que aún no ha resuelto del todo.
Entonces el Gobierno da el zarpazo y la Unidad debe reaccionar en las condiciones en las que este le ha tomado. Si se trata de movilizar el descontento en contra del régimen, debe hacerlo superando en el camino el descontento hacia ellos mismos. Para esto debe transmitir señales contundentes que generen confianza, y para ello es indispensable mostrar coherencia en el discurso y en la acción.
La dinámica interna tiene que ajustarse con este fin, y debe hacerlo en pocas horas. También debe superar la barrera comunicacional. Una parte importante de la población no entiende el alcance de la medida adoptada por el Gobierno. Es indispensable entonces llevar hasta estas personas la información, y esto tiene que hacerse con una estrategia clara y eficiente que transmita un mensaje sin ruidos.
Si esto se logra, entonces viene el segundo escollo: la estrategia de movilización a ser convocada y la manera de coordinarla. Aquí los riesgos son enormes. Procesos de resistencia civil pacífica son todo un tema. Para que esto se conduzca de manera eficaz hace falta conocimiento y preparación en tales artes. De lo contrario, el resultado termina siendo fútil e incluso fatal. Y ejemplos de ello sobran en los últimos años, con el episodio emblemático de febrero de 2014.
Por supuesto que todo esto implica riesgos que hay que estar dispuesto a correr, porque estas sendas, por muy bien que se esté preparado para cruzarlas, están llenas de espinas y algunas de ellas traspasarán la piel. Que nadie dude que las fuerzas represoras están prestas para la acción, al menos mientras los costos de hacerlo se lo permitan; y es precisamente el carácter e intensidad de la presión social la única capaz de elevar tales costos. ¿Está la oposición apta para este desafío? Quizás su estructura no cuente con el entrenamiento necesario, lo que le obliga a administrar con inteligencia sus fortalezas y debilidades para afrontar el reto que tiene enfrente y que se muestra ineludible.
Las próximas horas son cruciales para el futuro inmediato del país. El régimen ha dado un paso que no puede ser ignorado y la oposición está en la obligación de convertirlo en un punto de inflexión que comprometa, de manera decisiva, el margen de maniobra con el que hasta ahora Maduro y su equipo han contado.
Foto: Federico Parra / AFP / Getty Images
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En primer lugar, las acciones emprendidas por el oficialismo requieren de una respuesta inmediata y contundente por parte de la coalición opositora. Y hablamos de una respuesta que va más allá de discursos. El Gobierno tiene las instituciones y los cuerpos de represión, mientras que las únicas armas con las que puede contar la oposición son la fuerza popular y el respaldo internacional. El segundo está ahí; desde el mismo momento en que se conoció la sentencia del TSJ comenzaron los pronunciamientos y algunas acciones concretas como la retirada del Embajador del Perú en Venezuela.
Sin embargo, es el respaldo popular lo único que puede generar presión interna. Sin él no hay nada. Y es aquí donde la Unidad enfrenta el verdadero reto. La última decisión temeraria del oficialismo se produjo el año pasado cuando decidieron cercenar de un plumazo la posibilidad de activar el referendo revocatorio. En aquel momento, el descontento de la población estaba alineado con el liderazgo opositor y dispuesto a ejercer presión de calle; solo esperaban directrices para actuar.
Sin embargo, la decisión de la Unidad fue retirarse y apostarlo todo a un proceso de diálogo al que había llegado justamente gracias a la presión de calle, y el cual, sin incentivos, en medio de la calma, no llegaría a ningún lado, como efectivamente ocurrió. Esto impactó la confianza de la gente en la MUD, liderazgo que a su vez, entró en una especie de crisis existencial que aún no ha resuelto del todo.
Entonces el Gobierno da el zarpazo y la Unidad debe reaccionar en las condiciones en las que este le ha tomado. Si se trata de movilizar el descontento en contra del régimen, debe hacerlo superando en el camino el descontento hacia ellos mismos. Para esto debe transmitir señales contundentes que generen confianza, y para ello es indispensable mostrar coherencia en el discurso y en la acción.
La dinámica interna tiene que ajustarse con este fin, y debe hacerlo en pocas horas. También debe superar la barrera comunicacional. Una parte importante de la población no entiende el alcance de la medida adoptada por el Gobierno. Es indispensable entonces llevar hasta estas personas la información, y esto tiene que hacerse con una estrategia clara y eficiente que transmita un mensaje sin ruidos.
Si esto se logra, entonces viene el segundo escollo: la estrategia de movilización a ser convocada y la manera de coordinarla. Aquí los riesgos son enormes. Procesos de resistencia civil pacífica son todo un tema. Para que esto se conduzca de manera eficaz hace falta conocimiento y preparación en tales artes. De lo contrario, el resultado termina siendo fútil e incluso fatal. Y ejemplos de ello sobran en los últimos años, con el episodio emblemático de febrero de 2014.
Por supuesto que todo esto implica riesgos que hay que estar dispuesto a correr, porque estas sendas, por muy bien que se esté preparado para cruzarlas, están llenas de espinas y algunas de ellas traspasarán la piel. Que nadie dude que las fuerzas represoras están prestas para la acción, al menos mientras los costos de hacerlo se lo permitan; y es precisamente el carácter e intensidad de la presión social la única capaz de elevar tales costos. ¿Está la oposición apta para este desafío? Quizás su estructura no cuente con el entrenamiento necesario, lo que le obliga a administrar con inteligencia sus fortalezas y debilidades para afrontar el reto que tiene enfrente y que se muestra ineludible.
Las próximas horas son cruciales para el futuro inmediato del país. El régimen ha dado un paso que no puede ser ignorado y la oposición está en la obligación de convertirlo en un punto de inflexión que comprometa, de manera decisiva, el margen de maniobra con el que hasta ahora Maduro y su equipo han contado.
Foto: Federico Parra / AFP / Getty Images