La agenda antifeminista es hábil para confundir. Lo hace tomando conceptos propios del movimiento para devolvernos la opresión tradicional, disfrazada de libertad o elecciones individuales. Quienes no conocen de dónde surgió la estrategia de empoderamiento, el para qué aplica y el cómo opera, caen fácil en esta trampa. Siguiendo a la feminista española Carmen Alborch: “Aunque una expresión suene bien, debemos siempre asegurarnos qué significa y qué contiene”. Porque la manipulación que se hace sobre nuestros derechos tomada de manera acrítica, puede acabar con todas nuestras libertades si no estamos suficientemente atentas.

No hay nada más antiguo y machista que la práctica del uso del cuerpo de las mujeres al servicio de los hombres, bien como botín de guerra en casos de conflictos armados o como transacción mercantil que deja ingentes recursos para beneficio de la industria basada en el sexo, como se ha demostrado en los casos de alquiler de vientres, pornografía, trata y prostitución.

A pesar de los innegables avances que las mujeres hemos alcanzado en el largo camino del empoderamiento, hay cifras que dan vergüenza. La Organización Internacional del Trabajo calcula que existen 4,5 millones de víctimas de explotación sexual forzosa en todo el mundo. La mayoría (el 90%) son mujeres y niñas. En la región latinoamericana, según estimaciones de ONU SIDA, entre el 1 y 5% de las mujeres adultas laboran como trabajadoras sexuales. 

En el caso Venezuela, el informe realizado por la alta comisionada de los Derechos Humanos, Michelle Bachelet en 2019, puso de relieve las vejaciones que sufren las mujeres en prisión, relatando la manera como son presionadas por los guardias para intercambiar sexo por privilegios y protección. Igualmente, para esa misma fecha, la ONG Cáritas Venezuela asegura que en las zonas rurales o urbanas del país hay casos en que las personas en situación de pobreza recurren al intercambio de sexo por dinero o comida.

Lo peor de todo es que dentro de la actual crisis agravada por efecto de la recesión económica producto de la pandemia, se han multiplicado los reportes de prostitución, especialmente entre niñas y jóvenes, de acuerdo con evaluaciones de Naciones Unidas y los estudios de campo y denuncias recibidas por organizaciones humanitarias. ¿No es esto discriminación de género y de clase? ¿Dónde cabe pensar que esto es empoderamiento femenino?

Machismo cínico

Cuando las feministas criticamos a quienes defienden la prostitución como trabajo, los machistas aprovechan y nos tildan de inconsistentes porque por un lado abogamos por la libertad de las mujeres a decidir qué hacer con sus cuerpos y con sus vidas, pero que cuando se trata de cobrar por tener sexo nos oponemos. No es igual. Prostitución no es sexo libre, porque para tener sexo se requiere consentimiento y relaciones simétricas de poder. Cuando tú eres el que pagas, tú decides sobre lo que compras. 

Los prostíbulos o clubes de entretenimiento, como eufemísticamente se les llama, son verdaderas cárceles donde se ejercen múltiples formas de violencia por parte de proxenetas que se lucran de estos servicios sexuales y de puteros que lo consumen. En este medio, el mundo del narcotráfico, la trata de personas y el secuestro son parte del día a día de millones de mujeres que están atrapadas en esta forma de crimen organizado. El proxenetismo es el tercer negocio ilícito que más beneficios proporciona después del narcotráfico y la venta de armas.

Estamos lejos de vivir en un sistema que otorgue plenas condiciones para que las mujeres seamos verdaderamente libres, porque cuando lo que media para tomar tamaña decisión es el dinero, la manipulación, la obligación o la culpa, se perpetúa la histórica explotación sexual y reproductiva de los hombres sobre las mujeres. Ocho de cada diez mujeres que ejercen la prostitución lo hacen contra su voluntad, según la ONG europea ANESVAD. No hay verdadera autonomía femenina en este sistema prostituyente.

Abolición

Las feministas nos oponemos a cualquier intento de formalización, legalización y regulación de la prostitución a la que entendemos como una manifestación de opresión sobre aquellas que no tienen mecanismos para sobrevivir de otro modo. Siempre que sean las necesidades de subsistencia las que llevan a una mujer a transar con su cuerpo tenemos que oponernos, porque en este escenario, prostituirse es una forma de sometimiento o humillación y esto no puede ser alentado en una sociedad moderna.

Nadie que viva libremente elige venderse a sí misma como una forma de trabajo. Eso es explotación y todo el que la paga es un explotador. Es una violación pagada, y el que la paga es un violador. Las mujeres no somos bienes de consumo, ni cosas que otros puedan comprar. Ninguna mujer en el mundo debería ser prostituida o manipulada para poner su cuerpo a disposición de otros. 

Los gobiernos deben diseñar políticas que castiguen a los intermediarios y consumidores de prostitución, que ayuden a las mujeres prostituidas a salir de las redes que las esclavizan y al mismo tiempo diseñar acciones que procuren verdadero empoderamiento económico para que las más pobres no tengan que recurrir a la expropiación de sus propios cuerpos al servicio de sistemas productivos de explotación.

Hasta el mercado más liberal debe tener una ética humana que le sirva de techo y límite a tanto atropello. Nadie que abogue por el bien social general, podría estar de acuerdo en que una mujer tenga que usar su cuerpo para poder sobrevivir y mucho menos disfrazarlo cínicamente de empoderamiento y libertad de elección.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

De la misma autora: Discurso, poder y género

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