OPINIÓN · 20 ENERO, 2020 05:17

La muy mentada y muy poco explicada transición

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Leonardo Carvajal | @Leonardo4619

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“Tenemos que madurar políticamente. Aquí no podrá haber caída y mesa limpia.”

Guaidó y muchos líderes de la oposición han mentado muchas veces la palabra transición, entendiéndola como una fase previa a la celebración de elecciones libres. Pero casi nada han explicado sobre las características de esta etapa.

Frente a la visión fast track de la transición que algunos tienen, yo pienso que el tránsito de un tipo de gobierno a otro muy diferente (dictatorial a democrático); la vuelta al respeto de la división de poderes propia del estado de derecho; la reversión de la caída en el abismo de nuestra economía; el proceso de recuperación de la producción petrolera; la despolarización de un clima psicosocial cargado de odios y resentimientos; todo eso y algo mas ha de iniciarse con pasos firmes en una etapa de transición. Esta no puede limitarse solo al ámbito de la sustitución del elenco político en el poder.

Contrariamente al inmediatismo, que cree que la transición será corta, yo sostengo que será larga en el tiempo y muy complicada en su ejecución. Es mas, la evolución de los distintos planos de la realidad social no tiene por que operar simultáneamente. Los cambios o transformaciones en lo económico, lo social, lo político y lo cultural pueden ir acompasados o no. Así, podrían ser distintos los ritmos de cambio según sean los planos donde se opere. Y, ojo, también podrían ser varias las “transiciones” incluso en lo político. Porque  la transformación de la crisis de nuestra sociedad no la puede determinar un Estatuto de Transición aprobado en la AN hace un año. Recordemos, por ejemplo, que, a comienzos del siglo XXI, Argentina tuvo cinco gobiernos distintos en tres años y el Ecuador tuvo siete gobiernos en diez años, hasta que en ambos países se llegó a una fase mesetaria de estabilidad política.

Pero no solo discrepo de quienes entienden la transición como un tiempo breve, sino sobre todo de aquellos que la entienden y desean como un lapso para ejecutar una orgía de venganzas. Hay mucho odio y resentimiento represado en personas que quieren ejercer revanchas. Son los extremistas que en lo político-social hablan de eliminar y erradicar todo tipo de ideas socialistas, socialdemócratas y populistas. Lo problemático es que las ideas no vuelas solas, sino son portadas por personas. También tales extremistas platean que apenas llegasen al poder, eliminarían todo subsidio estatal que garantice derechos sociales. Eso, en un país donde vastas capas de actores sociales están sometidas desde hace varios años a la realidad del hambre crónica y la muerte por falta de medicinas básicas.

Hay personajes que plantean que hay que ir pendularmente del extremo de las excesivas estatizaciones al extremo de la liberalización absoluta de la economía. También quieren perseguir y hasta exterminar a las personas que hayan participado o apoyado al gobierno chavista-madurista. Esos extremistas parten de la premisa explícita o implícita de que pueden tomar y acaparar de manera absoluta el poder político. Ahora bien, una toma absoluta del poder solo se podría lograr por la fuerza  de la violencia; la cual solo podría darse a partir de una intervención militar extranjera o por un golpe militar endógeno. Sin embargo, ambas opciones por las que suspiran los extremistas no son viables y hemos recibido múltiples señales de esa inviabilidad e inconveniencia.

Si, en cambio, se opta por la única vía de cambio posible, la electoral, apoyada por el 70 por ciento de los venezolanos y por la comunidad internacional, entonces habrá que ir progresivamente desarrollando la transición política, económica, social y psico social. Siendo concretos y realistas al respecto, lo que está planteado constitucionalmente para el 2020 son las elecciones parlamentarias. Incluso, si se tomase una hipótesis mas favorable, a saber: que por la presión interna y externa y algún resquebrajamiento en la cúpula del poder gubernamental, se realizasen en este año las elecciones presidenciales; y se ganasen ambas en una proporción de 65 a 35, ¿ya se estaría, entonces, como quieren y creen los maximalistas e inmediatistas, en capacidad de cambiar todas las reglas del juego?

Hay que ser realistas

Aún si alcanzásemos la presidencia del Ejecutivo y un centenar de diputados en el 2020, habrá que coexistir con 19 gobernadores chavecistas, con unos trescientos alcaldes chavecistas, con miles de concejales chavecistas y con un TSJ con predominio chavecista; ello reforzado por unos cuatro millones de compatriotas que hayan votado por el PSUV, y con unas Fuerzas Armadas ideologizadas por el chavecismo.

Porque ni sería ético ni sería viable arrinconar, silenciar o tratar de aplastar a todos los chavecistas de a pie y a los que ocupan posiciones de poder en el aparato del Estado, en buena medida por la equivocadas decisiones abstencionistas de la oposición en los últimos años.

Tenemos que madurar políticamente. Aquí no podrá haber caída y mesa limpia. Tenemos mucho que aprender de como operaron las transiciones en Chile y España, por ejemplo. En Chile, a mi juicio, ella ha durado desde 1989 hasta el 2019. En España, duró desde 1975 a 1982. En Venezuela, la transición de la dictadura gomecista hacia la democracia duró desde 1936 a 1958 y se inició con el mandato, por seis años, del ministro De Guerra y Marina de Juan Vicente Gómez.

Ya se que ante la mención de estos casos reales de la historia saltarán los maximalistas, inmediatistas y voluntaristas diciendo que no nos podemos comparar con nadie. Yo digo que ellos son como niños grandes que no quieren aprender de los procesos históricos como los señalados y tampoco de los que hemos vivido desde el 2002  por emberrincharse en la lógica del infantilismo político. En resumen, la Transición o las transiciones no serán ni rápidas ni fáciles. Habrá que conducirlas con inteligencia, paciencia, firmeza y flexibilidad; no con emociones e impaciencias.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Frente a la visión fast track de la transición que algunos tienen, yo pienso que el tránsito de un tipo de gobierno a otro muy diferente (dictatorial a democrático); la vuelta al respeto de la división de poderes propia del estado de derecho; la reversión de la caída en el abismo de nuestra economía; el proceso de recuperación de la producción petrolera; la despolarización de un clima psicosocial cargado de odios y resentimientos; todo eso y algo mas ha de iniciarse con pasos firmes en una etapa de transición. Esta no puede limitarse solo al ámbito de la sustitución del elenco político en el poder.

Contrariamente al inmediatismo, que cree que la transición será corta, yo sostengo que será larga en el tiempo y muy complicada en su ejecución. Es mas, la evolución de los distintos planos de la realidad social no tiene por que operar simultáneamente. Los cambios o transformaciones en lo económico, lo social, lo político y lo cultural pueden ir acompasados o no. Así, podrían ser distintos los ritmos de cambio según sean los planos donde se opere. Y, ojo, también podrían ser varias las “transiciones” incluso en lo político. Porque  la transformación de la crisis de nuestra sociedad no la puede determinar un Estatuto de Transición aprobado en la AN hace un año. Recordemos, por ejemplo, que, a comienzos del siglo XXI, Argentina tuvo cinco gobiernos distintos en tres años y el Ecuador tuvo siete gobiernos en diez años, hasta que en ambos países se llegó a una fase mesetaria de estabilidad política.

Pero no solo discrepo de quienes entienden la transición como un tiempo breve, sino sobre todo de aquellos que la entienden y desean como un lapso para ejecutar una orgía de venganzas. Hay mucho odio y resentimiento represado en personas que quieren ejercer revanchas. Son los extremistas que en lo político-social hablan de eliminar y erradicar todo tipo de ideas socialistas, socialdemócratas y populistas. Lo problemático es que las ideas no vuelas solas, sino son portadas por personas. También tales extremistas platean que apenas llegasen al poder, eliminarían todo subsidio estatal que garantice derechos sociales. Eso, en un país donde vastas capas de actores sociales están sometidas desde hace varios años a la realidad del hambre crónica y la muerte por falta de medicinas básicas.

Hay personajes que plantean que hay que ir pendularmente del extremo de las excesivas estatizaciones al extremo de la liberalización absoluta de la economía. También quieren perseguir y hasta exterminar a las personas que hayan participado o apoyado al gobierno chavista-madurista. Esos extremistas parten de la premisa explícita o implícita de que pueden tomar y acaparar de manera absoluta el poder político. Ahora bien, una toma absoluta del poder solo se podría lograr por la fuerza  de la violencia; la cual solo podría darse a partir de una intervención militar extranjera o por un golpe militar endógeno. Sin embargo, ambas opciones por las que suspiran los extremistas no son viables y hemos recibido múltiples señales de esa inviabilidad e inconveniencia.

Si, en cambio, se opta por la única vía de cambio posible, la electoral, apoyada por el 70 por ciento de los venezolanos y por la comunidad internacional, entonces habrá que ir progresivamente desarrollando la transición política, económica, social y psico social. Siendo concretos y realistas al respecto, lo que está planteado constitucionalmente para el 2020 son las elecciones parlamentarias. Incluso, si se tomase una hipótesis mas favorable, a saber: que por la presión interna y externa y algún resquebrajamiento en la cúpula del poder gubernamental, se realizasen en este año las elecciones presidenciales; y se ganasen ambas en una proporción de 65 a 35, ¿ya se estaría, entonces, como quieren y creen los maximalistas e inmediatistas, en capacidad de cambiar todas las reglas del juego?

Hay que ser realistas

Aún si alcanzásemos la presidencia del Ejecutivo y un centenar de diputados en el 2020, habrá que coexistir con 19 gobernadores chavecistas, con unos trescientos alcaldes chavecistas, con miles de concejales chavecistas y con un TSJ con predominio chavecista; ello reforzado por unos cuatro millones de compatriotas que hayan votado por el PSUV, y con unas Fuerzas Armadas ideologizadas por el chavecismo.

Porque ni sería ético ni sería viable arrinconar, silenciar o tratar de aplastar a todos los chavecistas de a pie y a los que ocupan posiciones de poder en el aparato del Estado, en buena medida por la equivocadas decisiones abstencionistas de la oposición en los últimos años.

Tenemos que madurar políticamente. Aquí no podrá haber caída y mesa limpia. Tenemos mucho que aprender de como operaron las transiciones en Chile y España, por ejemplo. En Chile, a mi juicio, ella ha durado desde 1989 hasta el 2019. En España, duró desde 1975 a 1982. En Venezuela, la transición de la dictadura gomecista hacia la democracia duró desde 1936 a 1958 y se inició con el mandato, por seis años, del ministro De Guerra y Marina de Juan Vicente Gómez.

Ya se que ante la mención de estos casos reales de la historia saltarán los maximalistas, inmediatistas y voluntaristas diciendo que no nos podemos comparar con nadie. Yo digo que ellos son como niños grandes que no quieren aprender de los procesos históricos como los señalados y tampoco de los que hemos vivido desde el 2002  por emberrincharse en la lógica del infantilismo político. En resumen, la Transición o las transiciones no serán ni rápidas ni fáciles. Habrá que conducirlas con inteligencia, paciencia, firmeza y flexibilidad; no con emociones e impaciencias.

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