3.738 muertes violentas de niños y adolescentes ocurridas entre 2017 y 2019 reporta el más reciente informe Somos Noticia de Cecodap, presentado en alianza con el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) y la Red por los Derechos Humanos de los Niños, Niñas y Adolescentes (Redhnna). De esta cifra de fallecidos, 917 (24,5%) eran niños y niñas y 2.821 (75,4%) eran adolescentes. Se detalla que 88% de esas muertes corresponden al sexo masculino.
“Pero todas estas estadísticas, pese a ser impresionantes, no describen la realidad de la situación. La mayor parte de la violencia contra niños, niñas y adolescentes es totalmente invisible, simplemente no existe en estadísticas nacionales o internacionales. La historia de la violencia contra los niños es una historia del silencio” señalaba Paulo Sergio Pinheiro, cuando presentó el Estudio Mundial de la Violencia contra Niños, Niñas y Adolescentes en la ONU (2006).
La violencia es un fenómeno multidimensional. Desde la década de los 90 Cecodap se ha esforzado en registrar las diferentes manifestaciones de este fenómeno y cómo afectan a la niñez y adolescencia. Constatando con impotencia cómo fueron progresando indeteniblemente. En 1990, 288 homicidios contra niños y adolescentes lucía (como en efecto lo era) una cifra preocupante, según datos de la División de Estadísticas de la entonces PTJ. Ya para el 2004, 11,4% de las víctimas de homicidios – según registros del CICPC- eran personas con edades iguales o inferiores a los 17 años.
Las muertes violentas se normalizaron y se asumieron como parte de nuestra realidad. Existen algunos patrones que se repiten en estas muertes, como, por ejemplo: la mayoría de ellas se producen en las zonas populares; son protagonizadas -tanto en el papel de víctima como de victimario- por jóvenes de sexo masculino entre 12 y 18 años; son causadas por armas de fuego y se producen en el marco de robos, atracos, riñas, balaceras entre bandas o con la policía.
En el caso venezolano específicamente, uno de los obstáculos más relevantes que se observa para el tratamiento de la violencia contra los niños, niñas y adolescentes es su invisibilización y en ciertos casos normalización, contribuyendo -en algunas oportunidades de manera más advertida que otras- a la consolidación de dinámicas sociales cotidianas y formas de relacionamiento hacia los niños, niñas y jóvenes, signadas por la violencia.
Y debemos coincidir con Gloria Perdomo, investigadora y coordinadora del informe, «Son muertes que pudieron haberse evitado. Además nos llama la atención que tenemos un número alarmante de muertes a manos de cuerpos policiales».
«Entre los años 2017 a 2020 por Resistencia a la Autoridad fueron asesinados 545 NNA, de los cuales 26 tenían menos de 12 años. Este tipo de casos han sido usualmente informados como muertes que ocurrieron porque hubo “resistencia” o “enfrentamiento” y los funcionarios debieron defenderse. Si ese es el caso, se hace evidente una notoria incapacidad o falta de formación profesional y especializada de los funcionarios perpetradores, que se manifiesta en una actuación policial desproporcionada, lesiva y claramente violatoria de DDHH» expone el documento.
“La violencia alimenta la violencia. En épocas posteriores de sus vidas, los niños y niñas que han sido víctimas de la violencia tienen más posibilidades de ser ellos mismos víctimas o autores de actos violentos. La violencia perpetúa la pobreza, el analfabetismo y la mortalidad temprana. Las cicatrices físicas, emocionales y psicológicas de la violencia roban al niño o la niña de la posibilidad de alcanzar su pleno potencial” añade el estudio de Pinheiro.
Desde 2006, la ONU dio pautas sobre lo que se debe hacer, entre lo que destaca:
Está claro hacia dónde se deberían orientar las acciones. Sin embargo, la historia del silencio sigue prevaleciendo.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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