Hace poco el economista Ricardo Hausmann comentaba lo siguiente: «Los países ricos hablan de lo que saben hacer, mientras que los países pobres hablan de los recursos naturales que tienen». Ciertamente, este comentario simboliza una de las realidades más crudas de los países subdesarrollados. Bastaría preguntarle a cualquier latinoamericano para confirmar la aseveración de Hausmann. O no vayamos tan lejos: preguntemos a cualquier venezolano(a) para que escuchemos -casi al unísono- que somos el país más rico del mundo, porque tenemos petróleo, gas, oro, hierro, bauxita, coltán, carbón, diamante, playas, nieve y un largo etcétera.
Sin embargo, si usted le pregunta a un canadiense o a un japonés, quizás lo que le contesten es que son ricos por lo que hacen con lo que saben. Es decir, por saber lo que tienen, por saber qué hacer con ello y, finalmente, por ponerse a hacerlo en serio. ¡Tamaña diferencia!
Y, básicamente, esta brecha sustantiva se forma a través de la educación, la formación y la suma de conocimientos que tienen los habitantes de determinado país. Pues, ¿de qué nos sirve que expongamos con vanagloria que tenemos las mayores reservas petrolíferas del planeta si al final del día no tenemos la capacidad de explotarlas, ni mucho menos hacer un uso inteligente de ellas? O, más aún, ¿de qué nos vale jactarnos de tener unas playas paradisíacas arropadas por el Mar Caribe si no ofrecemos las condiciones ideales para que los alemanes, noruegos o vietnamitas vengan a echarse un chapuzón y dejarnos algunos verdes? Ah, claro, quizás sea para el «orgullo patrio», pero ¿con qué se come eso en el siglo XXI?
Así pues, si solo hablamos de los recursos naturales y sus respectivas potencialidades, pero no lo desarrollamos en profundidad y tampoco aprovechamos nuestras ventajas competitivas en tales recursos, lamentablemente para lo único que terminará siendo útil es para presumirlo o fanfarronear de ello.
Ventilar a los cuatro vientos que vivimos en una fortuna y desarrollo «potencial» nunca será igual que decir que vivimos en bienestar y desarrollo «efectivo». Esta es otra gran diferencia entre los países más avanzados y los países como el nuestro. Podemos citar decenas de países que tienen poquísimos recursos naturales y no se andan pavoneando de sus «potencialidades», sino que se dedican a ser efectivos en lo que saben hacer y, por lo tanto, generan niveles de riqueza a una escala mayor que la de nosotros.
Por supuesto, esto es una discusión que se sustenta en varias teorías económicas de modelo de desarrollo y en los últimos años ha quedado bastante claro que los encargados actuales de diseñar políticas públicas con ese propósito no comulgan con la ciencia económica. Y, desgraciadamente, lo único cierto es que diariamente el grupo de Maduro & Cía se convierten en un régimen autocrático apoltronado, los niveles de miseria se normalizan y el país se estabiliza en el correcorre de la supervivencia. Por ahora, el debate de qué hacer con lo que tenemos/sabemos se ve difuso, pero será un farol para mañana si es que finalmente acordamos dar los pasos en dirección hacia una sociedad moderna, saludable y próspera.
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