A la mayoría nos cuesta reconocer la parte “fea” que tenemos por dentro. “Fea” refiere a creencias y actitudes, inclusive conductas, que discriminan, subestiman a otras personas o grupos que son distintos a nosotros.
Por lo general, no admitimos, ni para nosotros mismos, tener creencias y conductas discriminatorias pero ellas están allí y solemos expresarlas en forma eufemística, como quien no quiere la cosa, para no ser mal vistos. Solo la gente de pensamiento radical y conductas violentas se atreve a manifestarlas descaradamente.
El clasismo, racismo, sexismo y machismo están entre las creencias y conductas discriminatorias más conocidas, pero es necesario transgredir la gramática española para incluir otros “ismos” discriminatorios porque son muchos y surgen más.
Entre los “ismos” o razones discriminatorias tendríamos que incluir al “xenofobismo”, cuando se discrimina por nacionalidad (que contiene racismo pero no es lo mismo), el «religionismo», cuando la razón para apartar a otros es religiosa, el “destrecismo” cuando se discrimina por carencia de destrezas o capacidades físicas o intelectuales y el “academicismo”, pero en una acepción distinta a la usual, el discriminar por el nivel académico.
Todos los «ismos» sociales llevan a desarrollar fobias o expresiones de miedo, asco, rabia hasta odio hacia otros por ser, básicamente, distintas a nosotros o que atentan contra nuestras creencias.
Los “ismos” discriminatorios se pueden resumir en una solo: el «rarismo». Toda persona que sea distinta a nosotros o a nuestro grupo, la consideramos “rara” y por ello se asume como ciudadana bajo cualquier sospecha.
Cada uno de nosotros es la vara de medición con respecto a otras personas. Personificamos el ideal del ser. La gente clasista, racista, sexista, etc., expresa un pensamiento supremacista, se cree superior o mejor que quienes no son sus iguales y desde su posición de poder les discrimina, desprecia. Quiere apartarlos.
Los pensamientos con «ismos» nos llevan a discriminar a las personas que nos parecen “raras” o distintas a nosotros y, como poco sabemos de ellas, le atribuimos otras características que generan estereotipos, o ver a todos los miembros de un grupo como iguales.
Las personas «ismistas» asumen la desigualdad social como algo natural, intrínseco a la organización social. Es el status quo, que nada cambie. Por ello, pueden violar derechos humanos, a no reconocer derechos legales, a irrespetar a quienes consideran inferiores por ser o comportarse de forma distinta.
Tener pensamientos o conductas clasistas, racistas, sexistas, machistas, «xenofobistas» o cualquier idea que lleva a discriminar nos hace sentir y ver como «malas» personas. Nos pueden avergonzar. Por ello, en la medida de lo posible, lo ocultamos hasta de nosotros mismos.
La caridad religiosa suele ser una forma de purgar los pecados de soberbia y avaricia que caracteriza a los sectores clasistas, a los de dinero, que se atribuyen la supremacía social sobre los pobres.
En nuestra autoimagen y en la que queremos dar a los demás, solemos presentarnos como una persona más amplia, respetuosa, tolerante que lo que auténticamente somos. De allí, mucha de la hipocresía social que tanto daño hace.
Hasta las sociedades más conservadoras cambian e incorporan nuevas culturas. Son los cambios sociales producto de movimientos de vanguardia que protestan y exigen reivindicaciones, más integración social y, algunos se han logrado.
Parte de los movimientos que han contribuido al cambio social con sus evidentes logros son los grupos feministas, los de personas con conductas sexuales alternativas, los de la gente negra. Esos cambios se expresan en leyes, convenios y otros instrumentos legales. Muy bueno, son la base, pero no son suficiente.
El cambio necesario hay que hacerlo en «la cabeza de la gente», en su forma de pensar, en sus valores, actitudes, conductas. Allí está el hueso duro de roer. Se logra con educación, con un trabajo integral entre familia, escuelas, medios de comunicación, iglesias, de la sociedad toda.
Los cambios radicales, profundos en la gente, se logran a largo plazo, inclusive, en varias generaciones. Es necesario que la gente cambie para lograr una sociedad más justa, con más equidad, que tengamos menos «ismos».
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