Marzo aciago, el de la pandemia del covid, el de la invasión a Ucrania y el peligro de una nueva guerra mundial. Hoy recordamos a marzo de 2020, año del confinamiento por la pandemia. Recordar nos permite aprender.
Desde que comenzó el año 2020, el clima de la salud estaba enrarecido. Una neumonía que en la mayoría de los casos, terminaba siendo fatal, se manifestaba cada día en más gente. No se sabía con certeza qué la ocasionaba. Comenzó la preocupación.
En pocas semanas aparecieron casos en casi todo el mundo. El personal de salud no sabía cómo atender los casos más allá de una pulmonía común. Esta no lo era. Muchas muertes. La preocupación pasó a susto y el no saber a qué nos enfrentamos, ni cómo detenerlo, anunciaban terror colectivo.
Obviamente, era algo contagioso lo que ocurría y la Organización Mundial de la salud -OMS- declaró una pandemia en marzo del 2020. A mediados de ese mes la humanidad, por orden oficial, se quedó en casa. Afuera sólo había emergencias y miedo. La calle se hizo un deseo prohibido, una amenaza. Las otras personas también, había que evitarlas. Algo contra natura. El mundo se volvió loco.
La experiencia del encierro obligado varió en cada país, en cada casa, en cada individuo. Para todos fue un acontecimiento inédito pero con consecuencias individuales aún por determinar.
No fue lo mismo pasar el confinamiento en un país rico, que en uno pobre o en una casa bien equipada, que en otra con carencias materiales o de servicios. No fue lo mismo estar confinado en buenas condiciones de salud física y psíquica que estando afectado. Así, daba más miedo.
Durante el encierro hubo algunos sentimientos generalizados en la población de cualquier país.
La preocupación y el miedo, debido a la incertidumbre, se apoderaron de nosotros. ¿Qué (me, nos) pasará?, ¿hasta cuándo será esto? ¿me infectaré?, ¿se infectarán los míos? eran preguntas que hacían sentir terror. Al miedo que sentíamos durante el confinamiento, seguía un sentimiento de impotencia. La recomendación era quedarse en casa, hacer lo menos posible.
En el plano personal, el estar en casa fue una oportunidad para verse, conocerse más uno mismo. Saber de nuestra capacidad de resistencia a cambios bruscos en la cotidianidad cambió. Hubo adaptaciones, más o menos, rápidas, sin mayor esfuerzo, mientras que otras, se sintieron con una situación traumática.
Un factor de gran incidencia en cómo cada quien vivió el confinamiento está en las condiciones sociales que nos tocaron. Algunos quedaron solos en casa, otros en pareja, con familia o con gente amiga, con niños, niñas, adolescentes, jóvenes, con personas mayores, con enfermedades previas.
Hubo quien, a pesar de las amenazas externas, sintió satisfacción con el nuevo ritmo de vida, el encierro. Estar en casa, para alguna gente, es placentero. Para otros, particularmente la gente joven, el encierro fue desesperante. Estaban locos y locas por salir de casa.
Quien pasó el peor confinamiento fue a quien le tocó vivirlo con personas que no soportaba, así fuese familia. Aumentaron los índices de violencia familiar.
Otra causa frecuente de angustia fue para quien no estaba produciendo dinero, su trabajo tambaleaba y mientras más tiempo, peor.
La hipocondría, ese sentirse enfermo cada día de una cosa diferente, se hizo el sufrimiento de la época, la angustia y la depresión se hicieron sentires frecuentes.
El confinamiento pudo haber dejado importantes aprendizajes a cada uno de nosotros si lo aprovechamos para reflexionar acerca de nosotros mismos, sobre quienes nos rodean e hicimos actividades constructivas en el hogar como hablar, conocer a los demás.
Durante este encierro global se perdieron tiempos, sueños, planes, trabajo, dinero pero, sin duda, lo más terrible fue que nos pudieran infectar, o alguien de nuestra familia y perder seres queridos por esa causa. Un poco más de 5 millones han muerto por covid en estos dos años. Mucho dolor, llanto y miedo esparcidos por el mundo.
Conocimiento científico, tecnología y dinero permitieron, en un año, disponer de eficaces tratamientos y, sobre todo, de varias vacunas. Creímos que la pandemia estaba controlada pero no. Dos años después de su inicio no lo está.
El suministro de vacunas fue otra de las realidades que nos ha golpeado durante estos dos años. El acceso a las vacunas depende de la capacidad de cada país para comprarlas y después para vacunar. Durante la pandemia se ha vuelto a evidenciar el desequilibrio entre países ricos y pobres.
Las vacunas, aunque ineficientes en algunos casos, han servido para modificar el curso de la pandemia. Esta aún no está controlada pero sus consecuencias son menos dramáticas, asustadizas que en estos dos años. Confiemos en que así sea, pero no nos descuidemos.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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En pocas semanas aparecieron casos en casi todo el mundo. El personal de salud no sabía cómo atender los casos más allá de una pulmonía común. Esta no lo era. Muchas muertes. La preocupación pasó a susto y el no saber a qué nos enfrentamos, ni cómo detenerlo, anunciaban terror colectivo.
Obviamente, era algo contagioso lo que ocurría y la Organización Mundial de la salud -OMS- declaró una pandemia en marzo del 2020. A mediados de ese mes la humanidad, por orden oficial, se quedó en casa. Afuera sólo había emergencias y miedo. La calle se hizo un deseo prohibido, una amenaza. Las otras personas también, había que evitarlas. Algo contra natura. El mundo se volvió loco.
La experiencia del encierro obligado varió en cada país, en cada casa, en cada individuo. Para todos fue un acontecimiento inédito pero con consecuencias individuales aún por determinar.
No fue lo mismo pasar el confinamiento en un país rico, que en uno pobre o en una casa bien equipada, que en otra con carencias materiales o de servicios. No fue lo mismo estar confinado en buenas condiciones de salud física y psíquica que estando afectado. Así, daba más miedo.
Durante el encierro hubo algunos sentimientos generalizados en la población de cualquier país.
La preocupación y el miedo, debido a la incertidumbre, se apoderaron de nosotros. ¿Qué (me, nos) pasará?, ¿hasta cuándo será esto? ¿me infectaré?, ¿se infectarán los míos? eran preguntas que hacían sentir terror. Al miedo que sentíamos durante el confinamiento, seguía un sentimiento de impotencia. La recomendación era quedarse en casa, hacer lo menos posible.
En el plano personal, el estar en casa fue una oportunidad para verse, conocerse más uno mismo. Saber de nuestra capacidad de resistencia a cambios bruscos en la cotidianidad cambió. Hubo adaptaciones, más o menos, rápidas, sin mayor esfuerzo, mientras que otras, se sintieron con una situación traumática.
Un factor de gran incidencia en cómo cada quien vivió el confinamiento está en las condiciones sociales que nos tocaron. Algunos quedaron solos en casa, otros en pareja, con familia o con gente amiga, con niños, niñas, adolescentes, jóvenes, con personas mayores, con enfermedades previas.
Hubo quien, a pesar de las amenazas externas, sintió satisfacción con el nuevo ritmo de vida, el encierro. Estar en casa, para alguna gente, es placentero. Para otros, particularmente la gente joven, el encierro fue desesperante. Estaban locos y locas por salir de casa.
Quien pasó el peor confinamiento fue a quien le tocó vivirlo con personas que no soportaba, así fuese familia. Aumentaron los índices de violencia familiar.
Otra causa frecuente de angustia fue para quien no estaba produciendo dinero, su trabajo tambaleaba y mientras más tiempo, peor.
La hipocondría, ese sentirse enfermo cada día de una cosa diferente, se hizo el sufrimiento de la época, la angustia y la depresión se hicieron sentires frecuentes.
El confinamiento pudo haber dejado importantes aprendizajes a cada uno de nosotros si lo aprovechamos para reflexionar acerca de nosotros mismos, sobre quienes nos rodean e hicimos actividades constructivas en el hogar como hablar, conocer a los demás.
Durante este encierro global se perdieron tiempos, sueños, planes, trabajo, dinero pero, sin duda, lo más terrible fue que nos pudieran infectar, o alguien de nuestra familia y perder seres queridos por esa causa. Un poco más de 5 millones han muerto por covid en estos dos años. Mucho dolor, llanto y miedo esparcidos por el mundo.
Conocimiento científico, tecnología y dinero permitieron, en un año, disponer de eficaces tratamientos y, sobre todo, de varias vacunas. Creímos que la pandemia estaba controlada pero no. Dos años después de su inicio no lo está.
El suministro de vacunas fue otra de las realidades que nos ha golpeado durante estos dos años. El acceso a las vacunas depende de la capacidad de cada país para comprarlas y después para vacunar. Durante la pandemia se ha vuelto a evidenciar el desequilibrio entre países ricos y pobres.
Las vacunas, aunque ineficientes en algunos casos, han servido para modificar el curso de la pandemia. Esta aún no está controlada pero sus consecuencias son menos dramáticas, asustadizas que en estos dos años. Confiemos en que así sea, pero no nos descuidemos.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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