Uno de los argumentos más potentes que se esgrimen actualmente en relación a las redes sociales, tiene que ver con la cantidad de «cuentas falsas» que operan sin ningún control y que generan tendencias de opinión diariamente sin que exista algún tipo de escrutinio sobre ellas. Cada cuenta en realidad no representa a un usuario en específico con lo cual, aquello de «una persona, un voto» cambiado a «una persona, una opinión» no aplica porque los laboratorios situacionales han modificado la ecuación para hacer resonar los flujos informativos que más les convienen.
Y es que, con el crecimiento exponencial de las redes sociales como mecanismos alternativos de comunicación, su importancia ha venido ampliándose cada día tanto como su impacto en las sociedades alrededor del mundo. Ello no ha pasado desapercibido en las disputas por el poder y «colonizarlas» ha sido la constante de los últimos tiempos para catapultar la búsqueda o afianzamiento de los actores que lo tienen o lo anhelan.
Con este proceso de «colonización» se ha abierto todo un debate alrededor del tema. Estamos en presencia de un ejercicio que involucra la activación de dos formas de «ciudadanía»: la abstracta y la real. En primer lugar, la abstracta, ejercida por un cuantioso ejército de bots y cuentas anónimas que no representan a verdaderas personas sino que son operadas o de manera automatizada o a través de individuos que manejan una cantidad de cuentas alineadas para generar tendencias. Y en segundo lugar, la ciudadanía real ejercida por personas con cuentas individuales que opinan según su parecer o según le dicte su conciencia. Lamentablemente, con el paso del tiempo, los ciudadanos abstractos han ido ganando demasiado terreno en las redes y eso se siente en las analíticas diarias acerca de tendencias que obedecen a intereses muy particulares en desmedro de temas asociados a la realidad.
Esta fenomenología comunicacional promovida desde las redes sociales está provocando cambios importantes en la convivencia democrática, cuya tendencia a su debilitamiento en favor de autocracias y derrumbe de instituciones viene afectando severamente a las poblaciones más vulnerables en todo el planeta. Surge entonces la siguiente pregunta: ¿Puede la humanidad darse el lujo de ser gobernada por tendencias y ciudadanos abstractos? En este momento eso ha venido ocurriendo y si no existe una verdadera voluntad de los propietarios de las redes de depurar profundamente aquellas cuentas por las que nadie responde en realidad, con el paso del tiempo, la desinformación y los procesos de manipulación pueden agravarse hasta tal punto, que la humanidad vuelva a episodios bélicos de baja, mediana y alta intensidad como los que estamos viendo en Ucrania.
Siglos de desarrollo civilizatorio para crear instituciones que generen contrapesos pueden venirse a pique frente al accionar de la ciudadanía abstracta. No es cualquier cosa lo que estamos afirmando, y aunque parezca paradójico en tiempos de desarrollo tecnológico tan avanzado y cercano al individuo, las cuentas fantasmas no pueden dirigir un espacio que debe ser absolutamente público. Este debate apenas comienza, pero su impacto sobre la vitalidad de la democracia como sistema es esencialmente crucial.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Los jóvenes y la democracia
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Uno de los argumentos más potentes que se esgrimen actualmente en relación a las redes sociales, tiene que ver con la cantidad de «cuentas falsas» que operan sin ningún control y que generan tendencias de opinión diariamente sin que exista algún tipo de escrutinio sobre ellas. Cada cuenta en realidad no representa a un usuario en específico con lo cual, aquello de «una persona, un voto» cambiado a «una persona, una opinión» no aplica porque los laboratorios situacionales han modificado la ecuación para hacer resonar los flujos informativos que más les convienen.
Y es que, con el crecimiento exponencial de las redes sociales como mecanismos alternativos de comunicación, su importancia ha venido ampliándose cada día tanto como su impacto en las sociedades alrededor del mundo. Ello no ha pasado desapercibido en las disputas por el poder y «colonizarlas» ha sido la constante de los últimos tiempos para catapultar la búsqueda o afianzamiento de los actores que lo tienen o lo anhelan.
Con este proceso de «colonización» se ha abierto todo un debate alrededor del tema. Estamos en presencia de un ejercicio que involucra la activación de dos formas de «ciudadanía»: la abstracta y la real. En primer lugar, la abstracta, ejercida por un cuantioso ejército de bots y cuentas anónimas que no representan a verdaderas personas sino que son operadas o de manera automatizada o a través de individuos que manejan una cantidad de cuentas alineadas para generar tendencias. Y en segundo lugar, la ciudadanía real ejercida por personas con cuentas individuales que opinan según su parecer o según le dicte su conciencia. Lamentablemente, con el paso del tiempo, los ciudadanos abstractos han ido ganando demasiado terreno en las redes y eso se siente en las analíticas diarias acerca de tendencias que obedecen a intereses muy particulares en desmedro de temas asociados a la realidad.
Esta fenomenología comunicacional promovida desde las redes sociales está provocando cambios importantes en la convivencia democrática, cuya tendencia a su debilitamiento en favor de autocracias y derrumbe de instituciones viene afectando severamente a las poblaciones más vulnerables en todo el planeta. Surge entonces la siguiente pregunta: ¿Puede la humanidad darse el lujo de ser gobernada por tendencias y ciudadanos abstractos? En este momento eso ha venido ocurriendo y si no existe una verdadera voluntad de los propietarios de las redes de depurar profundamente aquellas cuentas por las que nadie responde en realidad, con el paso del tiempo, la desinformación y los procesos de manipulación pueden agravarse hasta tal punto, que la humanidad vuelva a episodios bélicos de baja, mediana y alta intensidad como los que estamos viendo en Ucrania.
Siglos de desarrollo civilizatorio para crear instituciones que generen contrapesos pueden venirse a pique frente al accionar de la ciudadanía abstracta. No es cualquier cosa lo que estamos afirmando, y aunque parezca paradójico en tiempos de desarrollo tecnológico tan avanzado y cercano al individuo, las cuentas fantasmas no pueden dirigir un espacio que debe ser absolutamente público. Este debate apenas comienza, pero su impacto sobre la vitalidad de la democracia como sistema es esencialmente crucial.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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