El mundo se está moviendo. Las dinámicas internacionales cada día son más cambiantes y los problemas nacionales están más entrelazados –contrario a lo que se pensaba– a la geopolítica y geoestrategia globales. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales y parlamentarias estadounidenses de este mes, no solamente ha entrado en juego el interés y las necesidades de la población norteamericana, sino también los de actores como China, Rusia y la Unión Europea.

En tal sentido, es importante conocer cómo se están moviendo los países actualmente de cara al orden mundial. Particularmente, las jugadas de Rusia y China que, hoy por hoy, se han convertido en un eje de poder con dos votos en el Consejo de Seguridad de la ONU con carácter permanente y con derecho a veto.

El eje Beijing-Moscú reúne una población que en conjunto que representa 1.500 millones de habitantes. De gran importancia desde el punto de vista geográfico, con 29 millones de kilómetros cuadrados y una economía que representa el 22% del PIB mundial (Aunque es mucho más importante la porción china en este caso). Son miembros del club de países con armas nucleares (que les da un poder de disuasión militar). El nuevo eje cuenta además con un par de ejércitos, capaces de hacer contrapeso en lo naval, terrestre y aéreo, a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN),  reconocido como tal por los directivos de la alianza y los propios análisis de las agencias privadas y públicas de inteligencia, vinculados  a occidente.

Estos movimientos se han venido ejecutando desde hace varios años, sustentados en acuerdos económicos primeramente y luego en acuerdos políticos. Un referente importante se dio en 2014. En ese año, se firmó un acuerdo de suministro de gas ruso a China por la astronómica cifra de 400 mil millones de dólares, que debe leerse en clave de las consecuencias geoestratégicas que en el futuro. Ahora la Rusia de Putin depende cada vez más del poderío económico de China y está obligada a jugar “cuadro cerrado” con los lineamientos de Beijing.

Como vemos, este eje  ha ido creciendo y ganando nuevos adeptos utilizando la capacidad económica china para sumar “posiciones estratégicas” en Asia, así como también en África y Latinoamérica. Irán, Corea del Norte, Venezuela, Cuba, Nicaragua y Argentina son prueba fehaciente de ello. Su influencia se está expandiendo  con mucha fuerza en el reacomodo internacional que estamos viendo hacia una nueva bipolaridad. El actor fundamental y tras bastidores, en este caso es China por su amplia capacidad financiera. Su diplomacia cada vez es más activa luego de asentar sólidos acuerdos económicos globales. En este marco, Europa y Estados Unidos se están viendo afectados cada vez más en sus dinámicas internas, por la influencia del eje externo.

Este eje  hoy por hoy  representa un enorme  desafío para determinar el tipo de comunidad internacional que tendremos en las próximas décadas. Venezuela no está exenta de esta nueva polaridad internacional y su conflicto interno es una muestra más que palpable de ello, donde se contraponen los intereses globales sobre la política local. Las consecuencias mundiales de todo esto apenas se comienzan a vislumbrar en casos particulares. Inclusive la ONU se está tornando en una camisa de fuerza que impide abordar equilibradamente los conflictos locales por el desbalance de fuerzas que tiran en direcciones contrarias. Es sumamente preocupante porque, en este escenario, la democracia está siendo severamente golpeada y sustituida por los intereses geopolíticos que se posicionan gradualmente y alimentan los extremismos en cada país, siendo cada vez más difícil procesar las disputas por el poder. Esperemos que podamos reaccionar cuanto antes y detener este fenómeno que nos lleva a contramarcha a estadios históricos ya superados.

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