OPINIÓN · 1 ENERO, 2018 09:30

El sentido de la vida no se ha perdido

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Leonardo Boff

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Quien observa el panorama brasilero bajo la óptica de la ética (toda óptica produce su ética) no deja de quedar desolado y profundamente entristecido. Un presidente no es solo portador del poder supremo de un país. El cargo posee una carga ética. Él debe testimoniar, con su vida y actos, los valores que quiere que su pueblo viva. Aquí tenemos lo contrario: un presidente tenido por corrupto, no sólo por acusación de políticos, ni siquiera por delaciones, siempre discutibles, sino por una seria investigación de la Policía Federal y de otros órganos como el Ministerio Público. Pero la desmesurada vanidad del cargo y la total falta de respeto a su propio país, se mantienen a base de corrupción hecha a la luz del día, comprando votos de diputados y ofreciendo otros favores. Y esos diputados, alegremente, se dejan corromper, porque muchos son corruptos y aprovechan la ocasión para conseguir funciones y otros beneficios. La república ha quedado podrida para siempre. Tenemos que volver a fundar Brasil sobre otras bases pues aquellas que lo han sostenido cojeando hasta ahora ya no consiguen sostenerlo dignamente.

A pesar de todo esto, no dejamos que muera la esperanza,aunque en este momento, al decir de Rubem Alves, se trata de una “esperanza agonizante”. Pero resucitará de esta agonía y nos rescatará el sentido de vivir. Si perdemos el sentido de la vida, el próximo paso podría ser el completo cinismo y, en último término, el suicidio. Quiero retomar la cuestión del sentido de la vida.

A pesar de la desesperanza y de la existencia del absurdo ante el cual se rinde la propia razón, creemos en la bondad fundamental de la vida. La persona común, que somos la gran mayoría de nosotros, se levanta, pierde un precioso tiempo de su vida en los autobuses superabarrotados, va al trabajo, muchas veces duro y mal remunerado, lucha por la familia, se preocupa por la educación de sus hijos, sueña con un Brasil mejor, es capaz de gestos generosos auxiliando a un vecino más pobre y, en casos extremos, arriesga la vida para salvar a una niña inocente amenazada de estupro. ¿Qué se esconde detrás de estos gestos cotidianos y banales? Se esconde la confianza de que, a pesar de todo, vale la pena vivir porque la vida, en su profundidad, es buena y fue hecha para ser vivida con coraje, que produce autoestima y sentido de valor.

Hay aquí una sacralidad que no viene bajo un signo religioso sino bajo la perspectiva de lo ético, de vivir correctamente y de hacer lo que debe ser hecho. El gran sociólogo austroamericano Peter Berger, fallecido hace poco, escribió un brillante libro relativizando la tesis de Max Weber sobre la secularización completa de la vida moderna con el título: Rumor de ángeles: la sociedad moderna y el descubrimiento de lo sobrenatural (Herder 1975). En él describe innumerables señales, que él llama “rumor de ángeles”, que muestran lo sagrado de la vida y el sentido que ella siempre guarda, a pesar de todo el caos y de los contrasentidos históricos.

Traigo aquí solo un ejemplo que me viene a la mente, banal y entendido por todas las madres que duermen a sus hijos. Uno de ellos despierta sobresaltado en medio de la noche. Tiene una pesadilla, todo está oscuro, se siente solo, y lleno de miedo grita llamando a su madre. Esta se levanta, abraza el niño a su cuello y en un gesto primordial de magna mater lo rodea de cariño y de besos<, le dice cosas dulces y le susurra: “Mi niño, no tengas miedo; tu madre está aquí. Todo todo está en orden, no pasa nada, mi amor”. El niño deja de llorar. Recobra la confianza en la noche y poco después se duerme de nuevo, tranquilo y reconciliado con las cosas.

Esta escena tan común esconde algo radical que se manifiesta en la pregunta: ¿será que la madre está engañando al niño? El mundo no está en orden, ni todo está bien. Y sin embargo estamos seguros de que la madre no está engañando a su hijito. Su gesto y sus palabras revelan que, no obstante el desorden que la razón práctica percibe, impera un orden más fundamental. El conocido pensador Eric Voegelin (Order and History, 1956) mostró magistralmente que todo ser humano posee una tendencia esencial hacia el orden. Donde quiera que surja el ser humano, aparece un orden de las cosas, valores y ciertos comportamientos.

La tendencia hacia el orden implica la convicción de que la vida tiene sentido. Que en el fondo de la realidad, no prevalece la mentira, sino la confianza, el consuelo y la acogida final.

Así creemos que el tiempo de la gran desolación por causa de la corrupción que destruye el orden pasará, y volveremos a celebrar y disfrutar el sentido bueno de la existencia.

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A pesar de la desesperanza y de la existencia del absurdo ante el cual se rinde la propia razón, creemos en la bondad fundamental de la vida. La persona común, que somos la gran mayoría de nosotros, se levanta, pierde un precioso tiempo de su vida en los autobuses superabarrotados, va al trabajo, muchas veces duro y mal remunerado, lucha por la familia, se preocupa por la educación de sus hijos, sueña con un Brasil mejor, es capaz de gestos generosos auxiliando a un vecino más pobre y, en casos extremos, arriesga la vida para salvar a una niña inocente amenazada de estupro. ¿Qué se esconde detrás de estos gestos cotidianos y banales? Se esconde la confianza de que, a pesar de todo, vale la pena vivir porque la vida, en su profundidad, es buena y fue hecha para ser vivida con coraje, que produce autoestima y sentido de valor.

Hay aquí una sacralidad que no viene bajo un signo religioso sino bajo la perspectiva de lo ético, de vivir correctamente y de hacer lo que debe ser hecho. El gran sociólogo austroamericano Peter Berger, fallecido hace poco, escribió un brillante libro relativizando la tesis de Max Weber sobre la secularización completa de la vida moderna con el título: Rumor de ángeles: la sociedad moderna y el descubrimiento de lo sobrenatural (Herder 1975). En él describe innumerables señales, que él llama “rumor de ángeles”, que muestran lo sagrado de la vida y el sentido que ella siempre guarda, a pesar de todo el caos y de los contrasentidos históricos.

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Esta escena tan común esconde algo radical que se manifiesta en la pregunta: ¿será que la madre está engañando al niño? El mundo no está en orden, ni todo está bien. Y sin embargo estamos seguros de que la madre no está engañando a su hijito. Su gesto y sus palabras revelan que, no obstante el desorden que la razón práctica percibe, impera un orden más fundamental. El conocido pensador Eric Voegelin (Order and History, 1956) mostró magistralmente que todo ser humano posee una tendencia esencial hacia el orden. Donde quiera que surja el ser humano, aparece un orden de las cosas, valores y ciertos comportamientos.

La tendencia hacia el orden implica la convicción de que la vida tiene sentido. Que en el fondo de la realidad, no prevalece la mentira, sino la confianza, el consuelo y la acogida final.

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