La banda sonora del océano en nuestra imaginación es en gran parte silenciosa, interrumpida solo por el aria de las ballenas migratorias o las vocalizaciones a capela de las manadas de delfines. De hecho, el reino submarino suena más como una orquesta mientras se afina, los cetáceos golpean sus notas altas mientras otros mamíferos marinos se aclaran la garganta en un contexto de olas rompientes. Un aguacero distante emite un “schisssssssss” entrecortado que se puede escuchar a kilómetros, incluso cuando los peces y los invertebrados marinos emiten un ritmo sincopado diseñado para ahuyentar a los depredadores o atraer parejas. Es un paisaje sonoro cacofónico que ha cambiado poco en decenas de miles de años. Hasta que, los humanos modernos llevaron sus máquinas a la sala de conciertos marino. Durante los últimos doscientos años, los seres humanos han alterado progresivamente la banda sonora del océano con la introducción del transporte marítimo, la pesca industrial, la construcción costera, la extracción de petróleo, los estudios sísmicos, la guerra, las pruebas nucleares en atolones, la minería en los fondos marinos y la navegación por sonar. 

Hasta hace poco, la contaminación acústica submarina no había atraído la misma atención que su equivalente terrestre. Ahora, un nuevo artículo publicado en la revista Science titulado Paisaje sonoro del océano antropoceno expone sus repercusiones, demostrando que la contaminación acústica puede ser tan dañina para el medio marino como otros tipos de contaminación. Pero a diferencia de la contaminación por plástico o la escorrentía de fertilizantes, los remedios son fáciles de encontrar y el daño se puede revertir. “Esperamos que este artículo no solo revele elementos de cómo los humanos impactan el océano a través de la contaminación acústica, sino que también lleve el tema a la atención de los legisladores, quienes podrán actuar basándose en las soluciones muy reales que tenemos a nuestra disposición”, escribieron los autores.

El artículo no podría haber llegado en un mejor momento, resume de manera concisa el hecho de que nos encontramos en esta nueva fase de ruido antropogénico en nuestros océanos que está teniendo un impacto dramático sobre diferentes especies. Lo más significativo, es el hecho de que el trabajo de investigación no solo señala el problema, sino que muestra cómo resolverlo. Está en nuestras manos dejar de utilizar explosivos, limitar el uso de técnicas sismográficas submarinas, modificar las rutas de comercio marítimo, etc.

El equipo de investigadores revisó más de 10.000 artículos científicos sobre el tema del sonido y su impacto en la vida silvestre marina, encontrando evidencia abrumadora de que el ruido antropogénico (volumen y la frecuencia del ruido), es decir el causado por el hombre,  afecta negativamente a la fauna marina y sus ecosistemas, altera su comportamiento, fisiología, reproducción y, en casos extremos, causa la muerte. Con micrófonos subacuáticos, los científicos pueden grabar sonidos de peces, que tienden a rondar las mismas frecuencias bajas que el ruido del tráfico marítimo. El sonido, señalaron los autores, es la señal sensorial que viaja más lejos a través del océano y es utilizado por los animales marinos, desde invertebrados hasta grandes ballenas, para interpretar y explorar el entorno que los rodea.  Esto hace que el paisaje sonoro del océano sea uno de los aspectos más importantes, y quizás menos apreciados, del mundo marino.

Según el artículo, que se publicó el jueves 4 de febrero, solo el transporte marítimo ha contribuido a un aumento estimado en 32 veces el ruido de baja frecuencia a lo largo de las principales rutas de transporte en los últimos 50 años, alejando a los animales marinos de las zonas vitales de reproducción y alimentación. Pero incluso el tráfico terrestre, en estructuras como puentes o en aeropuertos costeros, produce ruido continuo de bajo nivel que puede ingresar bajo el agua. La tecnología de dragado que se utiliza para agrandar los puertos y recolectar minerales del lecho marino, también genera ruido de baja frecuencia que viaja largas distancias.

La pesca con dinamita, diseñada para aturdir o matar a los peces de arrecife que facilitan su recolección, sigue siendo una fuente importante de contaminación acústica en el sudeste asiático y la costa de África. La perforación submarina de petróleo y gas es una fuente obvia de ruido, así como también los estudios sísmicos empleados para localizar nuevos campos, que utilizan una especie de cañón sónico que “golpea” el fondo del mar con la fuerza suficiente para vibrar a casi 5 kilómetros de profundidad. ¡Las fuentes de ruido que producimos son infinitas!

Incluso las actividades aparentemente respetuosas con el clima, como la construcción de parques eólicos marinos, pueden aumentar sustancialmente los niveles de ruido locales, aunque el sonido de los aerogeneradores tiende a atenuarse en unos pocos cientos de metros. En conjunto, señala el artículo, el ruido producido por los humanos puede enmascarar “señales ambientales que indican la presencia de presas y depredadores, lo que resulta en la pérdida de cohesión social, desventajas para alimentarse o la incapacidad de evitar a un depredador”. En otras palabras, hay tanto ruido allí abajo que los peces ni siquiera pueden oírse a sí mismos al pensar y mucho menos conseguir la comida, hacer una cita romántica o evitar ser comidos. Mientras tanto, el número total de especies marinas se ha reducido aproximadamente a la mitad en 50 años, son menos especies cantando y llamando, son voces  que están desapareciendo.

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