Un día, estando en una plaza de la ciudad capitalina, me encuentro con dos amigas, venían de dar unas vueltas y me cuentan: venimos de ver a unos chamos que se abrazaban celebrando algo, y decían: “¡te habías perdido, qué fino que no te mataron, mira si estás aquí, vivo…!”. Entre risas lo cargaban y lo llevaban en hombros, de lo poco que tenían le brindaron un cepillao por el reencuentro.
Los niños celebraban entre ellos la vida, el que recién apareció llegó después de varios días perdido, sus compañeros lo creían muerto por la represión de los cuerpos de seguridad. En la resistencia se resguardan y protegen mientras que el Estado los reprime y los mata, no garantizan la vida.
Esto ocurrió ante la mirada de mis amigas, seguro ocurren eventos de estos a diarios sin ser vistos, sino solamente vividos por estos chamos. ¿Cuántos habrán sido víctimas de esa violencia sin tener quien reclame su pequeño cuerpo? Estos son niños sin familia, que viven en la calle, sólo se tienen entre ellos sin garantías de nada y sin herramientas para defenderse de un poder mucho más grande que el grupo al que pertenecen.
¿Con qué calle se encuentra este niño hoy? Esta calle de hoy, dentro de todo el abandono, ubica al niño en un proyecto, este que no tiene horizonte claro ni protección se lanza a una nueva aventura: resistir, una palabra resignificada en la vivencia del infante que no tiene por qué vivir en la calle y ser condenado al abandono. En estas circunstancias tan dramáticas la palabra resistencia viene a ser resignificada como acogida, grupo de referencia al que él pertenece, convivencia, unión de varios que están orientados a unos fines.
La ausencia de protección no solo la vemos en este niño que está y vive en la calle expuesto a formar parte de cualquier grupo humano que lo acoja, sino que hoy tenemos la espeluznante cifra (según datos del portal “Efecto Cocuyo”) de, por lo menos, “35 niños que han muerto por desnutrición entre enero y mayo de 2017” (cifra conservadora), probablemente, la mayoría tiene familia pero esta también está sometida al hambre. Un Estado-gobierno que no asegura el derecho a la vida, elemental y básico, no puede garantizar derechos más complejos como los establecidos, por ejemplo, en la Lopna.
Para llegar a este punto se ha tenido que transitar un largo camino de relativización de la ley, ausencia del Estado en la garantía de los derechos y quiebre en la convivencia social. Se trata de un Estado criminal que ha obligado al infante a estar en la calle, sin alimento, sin protección, sin madre, sin afecto. El infante que se introduce en el mundo delincuencial lo hace porque es una de las opciones que le va quedando.
Hay fallas en la estructura que acompañan la vida y la formación del niño, una de ellas es la garantía de vivir dignamente, si falla la familia tiene que haber un Estado que garantice que el infante no estará en la calle y que gozará de los derechos establecidos en la ley.
El niño constituye una de las personas más vulnerables de la sociedad, el eslabón más delgado de la cadena rota por el régimen político venezolano que impone un sistema de relaciones que no produce convivencia sino dominación y exclusión. Puede haber leyes, pero no hay garantía ni de cumplimiento ni de bienestar. Teníamos ya una realidad dura: la del niño en la calle y de la calle que cometía algún tipo de delito menor: el robo o el hurto, sin llegar a ocasionar la muerte al otro.
Estos dos problemas centrales: abandono-calle y delincuencia infantil, van creciendo sin freno bajo la mirada inmóvil de un Estado que teniendo las facultades no las aplican en la protección del niño, a partir de políticas públicas eficientes, controladas y orientadas a alcanzar metas claras. La opacidad en los mecanismos de protección, tiene que ver con la anarquía y violencia que favorecen al poder establecido y no al niño.
Al niño en la calle sin familia y sin instituciones de protección, no le queda otra alternativa que alinearse en agrupaciones espontáneas sean delincuenciales, asociaciones de acompañamiento mutuos para sobrevivir, casas religiosas de acogida o movimientos de resistencia.
Lo anterior es una clasificación del modo cómo el niño va lidiando con el entorno para sobrevivir. De todos estos modos el último: alinearse con movimientos de resistencia, es el que ubica a la política alternativa como opción de sobrevivencia, porque el statu quo fue lo que llevó al niño a la calle.
Situaciones inéditas
Las vivencias que se producen en torno a la calle parecen “lógicas consecuencias” de la acción política del sistema que domina en Venezuela, sin embargo tenemos que la actual coyuntura política y la presentación abierta de la dictadura va produciendo dos situaciones inéditas en el acontecer del niño: la resistencia política, cuando el niño está en la calle, y la del niño que, estando en su casa resguardado por la familia, vive la experiencia de la guerra. Estas dos vivencias están enmarcadas en un momento político de gran confrontación en el que el peso del estado y sus instituciones van en contra de la población. Veamos.
En el ocaso de un régimen totalitario, los extremos más débiles se exponen a la muerte, al exterminio por la propia acción opresora y represora del régimen político agonizante. Así, nos encontramos con el otro extremo inédito: el niño que vive en situación de guerra. Tomaré sólo el reciente caso de Los Verdes, urbanización de clase media ubicada en El Paraíso una zona del oeste de la ciudad de Caracas.
La casa, lugar de referencia y protección, fue violada. En esa casa había niños, el terror invadió toda su existencia, se rompió la referencia de protección no sólo porque entraron a su hogar, lanzaron bombas, dispararon en las puertas, destrozaron portones y destruyeron carros, sino porque los padres no pudieron contener el abuso de un animal poderoso (los cuerpos represivos del Estado) que sometió y colocó en las más vil inseguridad a estos niños que hasta ahora tenían sus referencias de protección estaban muy claras.
La angustia, el daño, el sufrimiento por haber sido atacados sin defensa han colocado una huella profunda de dolor en la humanidad de estos infantes que no entienden el origen de tanto odio, de tanta repulsión por las personas. El niño no entiende ni de poder, ni de democracia, ni de totalitarismo, lo que entiende es que fueron atacados sin razón sólo por el hecho de estar ahí. ¿Puede haber una arbitrariedad más grande que esta?
Nosotros, los adultos que tratamos de comprender esto y que tenemos herramientas teóricas para hacerlo, nos encontramos con un poder que lucha por permaneces al costo que sea, exterminando al que se opone, pero exterminando también al más débil. Es hoy este régimen la puesta en marcha de un proyecto del mal hasta sus últimas consecuencias. ¡Sólo conociendo su naturaleza podemos enfrentarlo!
***
Las opiniones emitidas en los artículos publicados en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores. Efecto Cocuyo.
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Los niños celebraban entre ellos la vida, el que recién apareció llegó después de varios días perdido, sus compañeros lo creían muerto por la represión de los cuerpos de seguridad. En la resistencia se resguardan y protegen mientras que el Estado los reprime y los mata, no garantizan la vida.
Esto ocurrió ante la mirada de mis amigas, seguro ocurren eventos de estos a diarios sin ser vistos, sino solamente vividos por estos chamos. ¿Cuántos habrán sido víctimas de esa violencia sin tener quien reclame su pequeño cuerpo? Estos son niños sin familia, que viven en la calle, sólo se tienen entre ellos sin garantías de nada y sin herramientas para defenderse de un poder mucho más grande que el grupo al que pertenecen.
¿Con qué calle se encuentra este niño hoy? Esta calle de hoy, dentro de todo el abandono, ubica al niño en un proyecto, este que no tiene horizonte claro ni protección se lanza a una nueva aventura: resistir, una palabra resignificada en la vivencia del infante que no tiene por qué vivir en la calle y ser condenado al abandono. En estas circunstancias tan dramáticas la palabra resistencia viene a ser resignificada como acogida, grupo de referencia al que él pertenece, convivencia, unión de varios que están orientados a unos fines.
La ausencia de protección no solo la vemos en este niño que está y vive en la calle expuesto a formar parte de cualquier grupo humano que lo acoja, sino que hoy tenemos la espeluznante cifra (según datos del portal “Efecto Cocuyo”) de, por lo menos, “35 niños que han muerto por desnutrición entre enero y mayo de 2017” (cifra conservadora), probablemente, la mayoría tiene familia pero esta también está sometida al hambre. Un Estado-gobierno que no asegura el derecho a la vida, elemental y básico, no puede garantizar derechos más complejos como los establecidos, por ejemplo, en la Lopna.
Para llegar a este punto se ha tenido que transitar un largo camino de relativización de la ley, ausencia del Estado en la garantía de los derechos y quiebre en la convivencia social. Se trata de un Estado criminal que ha obligado al infante a estar en la calle, sin alimento, sin protección, sin madre, sin afecto. El infante que se introduce en el mundo delincuencial lo hace porque es una de las opciones que le va quedando.
Hay fallas en la estructura que acompañan la vida y la formación del niño, una de ellas es la garantía de vivir dignamente, si falla la familia tiene que haber un Estado que garantice que el infante no estará en la calle y que gozará de los derechos establecidos en la ley.
El niño constituye una de las personas más vulnerables de la sociedad, el eslabón más delgado de la cadena rota por el régimen político venezolano que impone un sistema de relaciones que no produce convivencia sino dominación y exclusión. Puede haber leyes, pero no hay garantía ni de cumplimiento ni de bienestar. Teníamos ya una realidad dura: la del niño en la calle y de la calle que cometía algún tipo de delito menor: el robo o el hurto, sin llegar a ocasionar la muerte al otro.
Estos dos problemas centrales: abandono-calle y delincuencia infantil, van creciendo sin freno bajo la mirada inmóvil de un Estado que teniendo las facultades no las aplican en la protección del niño, a partir de políticas públicas eficientes, controladas y orientadas a alcanzar metas claras. La opacidad en los mecanismos de protección, tiene que ver con la anarquía y violencia que favorecen al poder establecido y no al niño.
Al niño en la calle sin familia y sin instituciones de protección, no le queda otra alternativa que alinearse en agrupaciones espontáneas sean delincuenciales, asociaciones de acompañamiento mutuos para sobrevivir, casas religiosas de acogida o movimientos de resistencia.
Lo anterior es una clasificación del modo cómo el niño va lidiando con el entorno para sobrevivir. De todos estos modos el último: alinearse con movimientos de resistencia, es el que ubica a la política alternativa como opción de sobrevivencia, porque el statu quo fue lo que llevó al niño a la calle.
Situaciones inéditas
Las vivencias que se producen en torno a la calle parecen “lógicas consecuencias” de la acción política del sistema que domina en Venezuela, sin embargo tenemos que la actual coyuntura política y la presentación abierta de la dictadura va produciendo dos situaciones inéditas en el acontecer del niño: la resistencia política, cuando el niño está en la calle, y la del niño que, estando en su casa resguardado por la familia, vive la experiencia de la guerra. Estas dos vivencias están enmarcadas en un momento político de gran confrontación en el que el peso del estado y sus instituciones van en contra de la población. Veamos.
En el ocaso de un régimen totalitario, los extremos más débiles se exponen a la muerte, al exterminio por la propia acción opresora y represora del régimen político agonizante. Así, nos encontramos con el otro extremo inédito: el niño que vive en situación de guerra. Tomaré sólo el reciente caso de Los Verdes, urbanización de clase media ubicada en El Paraíso una zona del oeste de la ciudad de Caracas.
La casa, lugar de referencia y protección, fue violada. En esa casa había niños, el terror invadió toda su existencia, se rompió la referencia de protección no sólo porque entraron a su hogar, lanzaron bombas, dispararon en las puertas, destrozaron portones y destruyeron carros, sino porque los padres no pudieron contener el abuso de un animal poderoso (los cuerpos represivos del Estado) que sometió y colocó en las más vil inseguridad a estos niños que hasta ahora tenían sus referencias de protección estaban muy claras.
La angustia, el daño, el sufrimiento por haber sido atacados sin defensa han colocado una huella profunda de dolor en la humanidad de estos infantes que no entienden el origen de tanto odio, de tanta repulsión por las personas. El niño no entiende ni de poder, ni de democracia, ni de totalitarismo, lo que entiende es que fueron atacados sin razón sólo por el hecho de estar ahí. ¿Puede haber una arbitrariedad más grande que esta?
Nosotros, los adultos que tratamos de comprender esto y que tenemos herramientas teóricas para hacerlo, nos encontramos con un poder que lucha por permaneces al costo que sea, exterminando al que se opone, pero exterminando también al más débil. Es hoy este régimen la puesta en marcha de un proyecto del mal hasta sus últimas consecuencias. ¡Sólo conociendo su naturaleza podemos enfrentarlo!
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Las opiniones emitidas en los artículos publicados en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores. Efecto Cocuyo.