Nada es peor que vivir con miedo. No me refiero al miedo como emoción sana que protege nuestra integridad o que nos impulsa a prepararnos, sino al miedo que se ha vuelto crónico, ese que te acompaña todo el tiempo y que terminas por creer que no te puedes sacar de encima… hasta que un día llegas a la conclusión de que te lo tienes que sacar de encima, a como dé lugar, ¿será ese sentimiento a lo que refiere el dicho “estar sentado sobre un polvorín”?
Comparto con ustedes tres frases con la esperanza de aclarar lo que deseo describir:
“Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma.” – Aldous Huxley
Las personas pueden acostumbrarse a vivir con miedo, sobre todo cuando perciben que eso los mantiene con vida. El miedo hace que nos callemos, que miremos al otro lado, que nos desconectemos de los demás. Cuando nos callamos, volteamos la mirada como ejercicio cotidiano, perdemos la capacidad de exigir y marcar límites a los otros. Cuando nos desconectamos de los demás, renunciamos a la posibilidad de cooperar y de cohesionarnos, lo que nos hace ineficaces y vulnerables, es decir, inhumanos. En ambos casos renunciamos a la posibilidad de mejorar nuestro entorno, sea éste una organización o la sociedad en la que vivimos.
Por eso los regímenes autocráticos – en organizaciones o sociedades – terminan cavando su propia tumba, porque bloquean la posibilidad de mejorar el entorno, lo que tarde o temprano conduce a la degradación de ese entorno, luego, el colapso es sólo cuestión de tiempo, lamentablemente se trata de un lapso en el que muchas vidas son arrasadas.
“Cuando se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido poder sobre nosotros – Hermann Hesse.
El miedo crónico es una interrelación entre personas o grupos, lo mismo que el poder. Utiliza el miedo como herramienta de influencia quien no tiene otro modo de ganarse la autoridad, quien confunde ascendencia con dominación y desea que la persona o el grupo que intenta subyugar se desestructure o desintegre para hacerlo débil, impotente. Sin embargo, a diferencia del respeto, el miedo crónico produce fatiga en la interrelación que intenta construir, y acaba por quebrarla.
Cuando el miedo se quiebra, desaparece la dominación de quien infunde el temor y la relación se invierte, ahora el otrora dominador pasa a ser el impotente. Lamentablemente, este resultado no necesariamente conduce a una mejora para la persona o grupo que había sido subyugado hasta entonces. El peligro para el subyugado es que termine por convertirse en un reflejo del autócrata e inicie un círculo vicioso en el que los papeles se invierten cada tanto.
El autócrata, de algún modo, se percata de esta situación y, aunque piense que mediante el miedo puede ejercer dominio sobre otros, termina preso del temor que considera fuente legítima de poder. En las palabras de la tercera y última frase,
“Teme a quien te teme, aunque él sea una mosca y tú un elefante” – Muslih-Ud-Din Saadi.
El exceso de severidad o abusos en que incurre el tirano para subyugar a otros suele generar, en estos otros, un sentimiento de repudio creciente. Ese repudio se vuelve generalizado y, eventualmente, generará una respuesta articulada que puede provenir de una iniciativa pequeña o responder a un hecho en apariencia intrascendente, pero que rebasa el vaso. Como dijera el mismo poeta persa “creer que un enemigo débil no puede dañarnos, es creer que una chispa no puede incendiar el bosque.”
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Ilustración: https://www.euroresidentes.com