En los últimos años ha sido impresionante ver cómo lo que anteriormente se conocía como “lo políticamente correcto” ha dado paso al  insulto y la descalificación como modo de hacer política.

Sí, no hay duda, y hemos sido testigos de excepción de ello. El insulto está a la orden del día en el mundo de la política. Personajes como Trump, Boris Johnson, Bolsonaro, Maduro, Diaz Canel, Nayib Bukele, Putin, Macron, entre muchos otros (en realidad, hoy día, pocos escapan a ello) protagonizan improperios que harían levantarse de la silla al mismísimo Cicerón o también a Andrés Bello. Este fenómeno ha alcanzado mayor resonancia con la aparición de las redes sociales que permiten la interacción inmediata y directa entre los líderes y las sociedades.

En tal sentido, decía Ludwig Wittgenstein: “Pronunciar una palabra es como tocar una tecla en el piano de la imaginación”. En los torneos electorales vemos con mayor frecuencia y repercusión un juego imaginativo que lleva a la población a pensamientos más asociados con el sectarismo y la descalificación que a una orquestación de ideas para transformar realidades y apuntalar el futuro.

El insulto nace como una iniciativa privada, en circunstancias de modo, lugar y tiempo, que pueden precisarse. Además, tiene un destinatario, busca ofender a alguien en particular, aunque pueda ser recogido por otros y generalizarse en sus resultados.

El insulto es una obra humana y nada de lo que es humano le resulta ajeno, y es por eso que han abordado su conocimiento todas las disciplinas asociadas a las humanidades: la psicología, la antropología, la sociología, la teología, la ciencia política y el derecho, cuentan con capítulos referidos a los insultos y sus efectos ante la opinión pública.

Para que haya un insulto debe existir una situación de conflicto que lo enmarque y, en todo caso,  momentáneamente, una imposibilidad subjetiva de resolverla, si no es por medio de violencia gestual o verbal. En el caso de la política, el populismo aporta un fértil terreno para las situaciones conflictivas y también para los insultos. El estilo populista no reconoce el pluralismo, salvo en la distinción entre amigo y enemigo. Jamás es un mediador, no compone, todo lo contrario, opone y necesita generar conflictos para sostenerse.

Es decir, los conflictos nacen desde el Estado, que requiere un clima de tensión permanente, provocando a sus ocasionales enemigos que necesita descalificar y aislar, como disidentes, infiltrados, traidores vende patrias o enemigos del pueblo.

Como puede verse, el insulto es un medio apropiado para mantener la situación conflictiva, identificar a los enemigos y alinear a los seguidores del líder. El insulto buscará degradar o desprestigiar al destinatario, quitarle adherentes y desvalorizar sus propuestas o iniciativas.

En otros casos, como disparador de pasiones o emociones, se empleará como medio para captar adherentes a una política determinada y convertir los apoyos partidarios en una fuerza política capaz de pasarle por encima a cualquier intención de alternabilidad democrática.

Maurice Duverger, ese politólogo francés de gran trayectoria académica, decía  que “la política es, a la vez, conflicto e integración y que, el primero es el que predomina en la faz agonal”. Los hechos políticos, a diferencia de los fenómenos naturales, se exponen a una controversia sobre sus significados que nunca termina de ser resuelta y cuya interpretación puede llevar a una situación conflictiva que, como hemos visto, es uno de los presupuestos del empleo político del insulto.

Este fenómeno de posicionamiento del insulto en la política mundial ha exacerbado los ánimos populares más que para la construcción colectiva, para la destrucción del adversario.

Con este fenómeno se ha debilitado la noción de política y por ende, todo lo asociado a participación y mecanismo adecuado para procesar las diferencias en las disputas por el poder público. Se hace necesario reinventar la política sobre la base del servicio público para que pueda ser de nuevo protagonista de las grandes decisiones de la humanidad.

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