I
¿Cómo puede interpretarse la vida de cada quien en tiempos de incertidumbre? La verdad es que no tengo respuesta. Lo único que queda claro para mí, es que vivimos un tiempo difícil de entender, en el cual las cosas pierden significación en los términos de esta realidad gelatinosa que nos ha tocado vivir.

Es sábado. El país amanece consternado y feliz, o viceversa, según quien uno sea (vea usted las contradicciones). Hoy me despertó el ruido de las cornetas, los motores acelerados y algunos insultos soltados al aire por voces que se distorsionaban en la distancia. Se ha producido un impase y la gente está arrecha.

Algunos vecinos habían decidido cerrar la avenida con una barricada, los automóviles se desviaron a contravía frente a las banderas que ondeaban, motorizados que iban y venían y uno que otro héroe de reparto. Una mujer clamaba, desde la histeria y a viva voz, por la libertad de los estudiantes que habían sido detenidos el día anterior. El twitter estallaba lleno de protestas, maldiciones, angustia. La televisión mantenía su programación estandarizada como si no estuviese pasando nada en medio de estas verdades múltiples que nos caracterizan, de esta ausencia de certezas lógicas, en este devenir que nos cubre de máscaras y mascaradas.

Son tiempos extraños. Nuestra realidad parece seguir una lógica ficcional, como si nos encontrásemos atrapados en una espiral cuántica arropada por lo Real Maravilloso. Nuestra dinámica no es documental. Estamos en medio de un gran invento, de alguna imaginación desbordada, de algún hado bromista que se empeña en burlarse de nosotros. Así las cosas, uno tendría que preguntarse, por ejemplo, hasta qué punto el Gobierno da ‘puntadas sin dedal’. ¿Qué ideas se movieron detrás de las decisiones del TSJ? ¿Qué se buscaba medir? ¿En serio el Gobierno jugó a ser estúpido? ¿La Fiscal fue sincera? ¿El Gobierno reculó?

II
Siempre me gustó el teatro. Era muy joven cuando empecé a leer tragedias griegas. Sófocles era mi preferido. Algunos años después descubrí a Shakespeare, hubo una época en la que lo leía sin cesar. Fui a ver mi primera obra ya cuando era estudiante de la universidad, fue en la sala de concierto de la UCV, estaba boquiabierto. Desde ese entonces me hice fan de aquellos maravillosos festivales de Teatro de Caracas en los cuales la ciudad era cubierta por ese manto mágico de la personificación, de la salida inesperada, del giro maravilloso de la imaginación y del ingenio.

Siempre me ha impresionado la habilidad con la cual los actores siguen las líneas, mantienen el libreto y le dan vida a unos personajes que esperan inertes a que se desplieguen las artes actorales que los reviven, que nos atrapan. Los actores amasan esas formas lingüísticas que nos suben a las tablas y nos permiten percibir, al menos por un momento, que formamos parte de la escena. Se nos olvida que hay alguien que dirige, que mantiene el orden dentro del escenario, que marca las entradas y las salidas, que define la estructura vital de la puesta en escena.

Yo mismo intenté hacer algo de teatro en aquella época juvenil que ya se encuentra un poco más lejana de lo que era costumbre. Por supuesto, me leí el Método, acaricié gatos imaginarios, hice los ejercicios correspondientes y me estudié algunas líneas. Hice un par de intentos fallidos sobre las tablas y me convencí de que no era para mí. Se trató, sin embargo, de una buena experiencia. He visto buenas obras, recuerdo con alegría uno que otro trabajo del Teatro Negro de Praga, que me parece extraordinario, y una obra de Eurípides que en alguno de los festivales trajeron los griegos. Por supuesto que el Teatro Universitario era genial y Rajatablas hacía cosas de muy alto nivel.

III
Ahora bien, a mí lo del viernes me pareció extraordinario, de muy buena factura, debo decirlo. Los actores estaban colocados en el sitio preciso que les correspondía, se sabían el libreto y se planteó una gran puesta en escena. El escenario, pues, fue un país entero expectante, con la respiración contenida, sin saber muy bien hacía dónde se movía el flujo argumentativo, sin conocer el desenlace. Eso pasa siempre durante los estrenos de obras inéditas.

Luego de una escena inicial de conflicto potencial, de dureza discursiva, de salidas inesperadas, la aparente traición, un líder que llama a la calma sin agitarse, protestas en la calle, acciones fuertes de control de seguridad, una vanguardia opositora llena de contradicciones y de miedo, voces grandilocuentes. Un gran libreto, sin duda.

La trama se va urdiendo de a poco, el público se incorpora mientras el desenlace se va develando lentamente; los actores principales son convocados, se reúnen y llegan a conclusiones. Las comparten con todos nosotros, se ha llegado a un acuerdo, se escuchan los vítores dentro de la sala. Los malvados han sido doblegados por la Razón, los enemigos han sido vencidos. Se restituye todo aquello que debía ser restituido.

Llegamos a conclusiones extraordinarias e inesperadas. Se nos indica -vaya la magia de ese mundo de fantasías- que hay división de los poderes, que somos respetuosos de la Ley, que se ha tratado de una controversia menor, que acá no ha pasado nada, que la Constitución prevalece, que somos felices y mañana habrá pan para todos. La función debe continuar. Seguimos pues en esa dinámica de incertidumbre en la cual nuestra propia identidad ciudadana está sometida a los caprichos del Director y de sus guionistas.

Foto: ©Agencia EFE/Jim Hollander

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