Con la justificada razón de debatir problemas del país, Fedecámaras ha convocado a sus afiliados, principalmente, a su 78 asamblea anual en Mérida bajo el título Venezuela, confianza y desarrollo. Tan rimbombante titular podría encubrir cierta capacidad de engaño capaz de mover a tirios y troyanos. Es decir, a enemigos o adversarios irreconciliables, aunque podrían alcanzar posturas coincidentes en algún intersticio del espacio propio del comercio y de la economía.
En todo caso, a los resultados habrá que dirigir la atención ya que tan difíciles coincidencias, cuando se dan, son tan temporales como la matemática o como la política. El caciquismo y la manipulación electoral, históricamente han sido elementos cómplices. Acá cabe la expresión de Antonio Canovas del Castillo, político e historiador español del siglo XIX, «en política, lo que no es posible es falso». Esto, a decir de las complicaciones que a diario revela el pluralismo político, conduce a inferir que casi todo resulta “falso de toda falsedad”.
El fondo del problema
La Carta Económica de Mérida, presentada en 1962, al calor de la asamblea 18 de Fedecámaras, planteaba la intención de establecer una orientación general para el desarrollo económico anhelado. Asimismo, la asamblea 78, a darse en estos momentos, partirá con el mismo propósito.
De nuevo, comenzará diagnosticando los hartos y conocidos problemas que siguen aquejando al país. Dará cuenta de la «agravación de los problemas en los últimos años». Volverá a revisarse la necesidad de reflexionar para poder resolver dichos problemas. Venezuela tiene la posibilidad real de sobreponerse a los mismos.
Se hablará, igual que hace varias décadas, de una «verdadera unificación del esfuerzo nacional (…)», para alcanzar un desarrollo económico vigoroso. También, este propósito se apuntalará sobre «un clima adecuado de libertad y seguridad». Se recordarán las bases para el óptimo aprovechamiento de los recursos productivos. Se aludirá a la «función del Estado en el sector productor de bienes y servicios». Se tocará el tema de políticas públicas, como causa y efecto en el contexto de la crisis que sofoca la población.
Hace 60 años, o sea 60 asambleas anuales, se habló de instar un programa de desarrollo económico capaz de crear empleo y de elevar el nivel de bienestar de la población. Pero esta vez, se hará referencia a un modelo de desarrollo que, en léxico apresurado de asambleístas, terminará comprometiendo voluntades y capacidades sin referir exactamente en el cómo desentrañar sus pretensiones operativas. En el qué lo diferenciará de cualquier discurso proselitista. En el cuándo acceder a las fuentes de producción de mayor implicación económica. En quiénes, protagonizarán los hechos que definen un modelo funcional de desarrollo. Y en el por qué deben contener las razones pautadas para alcanzar el desarrollo económico pretendido.
¿Resultados inconclusos o rebatibles?
En la asamblea 78 ¿volverán aquellas frases utilizadas por la retórica político-empresarial de anteriores procesos electorales? Que si “Juntos superaremos las dificultades del presente”; “Que si ahora construiremos las oportunidades del futuro que establecerán el necesario compromiso con Venezuela”; “Que si el orgullo de ser empresario es suficiente para inspirar ideas que avalen la posibilidad de alcanzar un mejor futuro”.
O acaso el hecho de buscar el apoyo académico-universitario, seduciendo a su comunidad profesoral, ¿es garantía para actuar en aras de revindicar la libre empresa como razón determinante para lograr el desarrollo económico?
No es fácil ni tampoco inmediato
El modelo de desarrollo perseguido requiere de la conjugación de las potencialidades anidadas en el ámbito económico y político. Tampoco bastaría saciar la pretensión, encausando la universidad al hecho de compartir los intereses del sector privado de la economía. Es desatinado asentirlo. Ni siquiera encandilando al universitario con metáforas arrebatadas del más completo y cautivador poemario universal.
Formular un modelo de desarrollo, pasa por una cadena de condiciones, momentos, proyectos, ideas y exigencias. Que de no ser comprendidas y reconocidas, su empeño no trascenderá de un ápice. O de una cruda especulación de iniciativas que nunca terminan en nada. Ni la motivación al logro mejor articulada, haría posible estructurar un modelo de desarrollo económico, político y social que complazca las voluntades participantes en la tarea.
Tampoco basta un discurso cuya oratoria pueda pasearse por la historia de la universidad. Tampoco por la historia de los encuentros de parcialidades políticas y empresariales dirigidos a asentar bases teóricas y metodológicas que concurran en el diseño de un modelo de desarrollo que abarque la extensión de la complejidad nacional. Ni siquiera porque la intención pueda haberse fundamentado en compromisos de marca mayor. Incluso, en lo que puede significar el calculado retorno del empresario.
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