Hace más o menos cuatro años despedí en Caracas a una amiga que partía a Montreal. «¿Qué otra cosa peor le puede pasar a Venezuela?», me preguntó, y yo atiné a decir que lo peor que nos podría pasar era que volviera la prosperidad económica sin haber aprendido nada.
Escuché decir al biólogo chileno, Humberto Maturana, mi maestro, que hay dos caminos para que ocurra el aprendizaje: la reflexión y el dolor. Nosotros, los venezolanos, parece que hemos elegido el segundo. No hay cuerpo que haya quedado ileso después de tanto espanto, la violencia viene en escalada y no queda ni un ápice de vergüenza: siempre se podrán construir argumentos racionales para justificar todo el repertorio de conductas que se abren tras el odio, el resentimiento y el miedo.
Veo una fotografía de la casa de El Junquito donde se escondía Oscar Pérez y su grupo, cuento los muertos, las lágrimas, y me resisto a clasificarlas de un lado o del otro. ¿Acaso hay alguien en este país que quiera seguir sosteniendo tanto dolor sin aprender nada en lo absoluto? ¿Queremos seguir ciegos, sin ver y sin comprender, que lo que le pasa al otro también tiene que ver conmigo?
Esa fotografía de la casa en El Junquito es la metáfora del país. Hemos sido capaces de cortarnos la cabeza para que deje de dolernos. Así estamos escribiendo nuestra historia.
Pero para quienes nos sentimos responsables de lo que ocurre, para quienes nos hacemos cargo y nos hemos dado cuenta de que generamos lo que nos pasa con nuestras propias acciones, hay una buena noticia: los sistemas humanos no son esclavos ni están determinados por su historia. La historia nos trajo hasta aquí, y si lo deseamos genuinamente, podemos elegir el modo cómo queremos seguir.
Siempre podemos elegir y esto, quiero dejarlo claro, no tiene que ver con tener o no esperanzas, tiene que ver con hacernos responsables y actuar reflexivamente, sin desestimar el impacto político que tienen las acciones individuales.
Si escogemos reflexionar, tanto dolor no habrá sido en vano, y algo habremos aprendido.
Lea también, de la misma autora, La reflexión es un deporte extremo.
Foto: Archivo Efecto Cocuyo.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.
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Escuché decir al biólogo chileno, Humberto Maturana, mi maestro, que hay dos caminos para que ocurra el aprendizaje: la reflexión y el dolor. Nosotros, los venezolanos, parece que hemos elegido el segundo. No hay cuerpo que haya quedado ileso después de tanto espanto, la violencia viene en escalada y no queda ni un ápice de vergüenza: siempre se podrán construir argumentos racionales para justificar todo el repertorio de conductas que se abren tras el odio, el resentimiento y el miedo.
Veo una fotografía de la casa de El Junquito donde se escondía Oscar Pérez y su grupo, cuento los muertos, las lágrimas, y me resisto a clasificarlas de un lado o del otro. ¿Acaso hay alguien en este país que quiera seguir sosteniendo tanto dolor sin aprender nada en lo absoluto? ¿Queremos seguir ciegos, sin ver y sin comprender, que lo que le pasa al otro también tiene que ver conmigo?
Esa fotografía de la casa en El Junquito es la metáfora del país. Hemos sido capaces de cortarnos la cabeza para que deje de dolernos. Así estamos escribiendo nuestra historia.
Pero para quienes nos sentimos responsables de lo que ocurre, para quienes nos hacemos cargo y nos hemos dado cuenta de que generamos lo que nos pasa con nuestras propias acciones, hay una buena noticia: los sistemas humanos no son esclavos ni están determinados por su historia. La historia nos trajo hasta aquí, y si lo deseamos genuinamente, podemos elegir el modo cómo queremos seguir.
Siempre podemos elegir y esto, quiero dejarlo claro, no tiene que ver con tener o no esperanzas, tiene que ver con hacernos responsables y actuar reflexivamente, sin desestimar el impacto político que tienen las acciones individuales.
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Foto: Archivo Efecto Cocuyo.
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