El desarrollo de la tecnología virtual y la multiplicidad de instrumentos digitales ha traído infinitas ventajas y también infinitos riesgos para la vida social de gran parte del mundo. El uso del “infinito” viene porque son incontables ambas consecuencias y no se sabe cuándo aparecerán otras. Mucho preocupa a las grandes empresas los ciberataques a sus datos, pero también es necesario detenerse en otros ataques cibernéticos, en este caso a las personas, el ciberacoso.
Las redes sociales y las aplicaciones para los encuentros interpersonales se valen de la complacencia de los demás usuarios. Cada vez que aumentan nuestros seguidores, que se nos suma una amistad virtual, le dan un “me gusta” o se ilumina un corazón debajo de una de nuestras publicaciones, el nuestro se nos acelera, aunque sea un poquito como signo de emoción.
Las reacciones de los demás a nuestras publicaciones en las redes y aplicaciones afecta, para bien y para mal, nuestra autoestima cibernética y la real también. De allí el afán de mucha gente por decir, de hacer lo que sea a través de las redes. Alguien, hasta por misericordia, podrá mostrarnos afecto o reconocimiento dándole un “like” o “me gusta” a lo que publicamos y sin son fotos personales, más. La exposición en las redes es un juego de seducción y, por supuesto, mayor lo es en las aplicaciones creadas para esos fines. Sin embargo, eso tiene sus riesgos.
Quienes usan las redes deben prestar atención cuando los “me gusta” convencionales pasan al coqueteo o toqueteo virtual y de allí a la seducción a través de contenidos sexuales, que pueden ir desde la sutileza de lo erótico a la crudeza de lo pornográfico.
El envío de mensajes con contenido sexual por las redes debería cumplir un cierto protocolo comenzando por la advertencia o pregunta a la otra persona si quiere recibir mensajes de ese tipo. Si fuera así, quien lo reciba tiene alternativas: seguir con el chat en términos de aceptación, decir que no o bloquear al remitente.
Si se consulta sobre el envío de contenidos sexuales y hay aceptación por parte de la persona receptora – inclusive la no respuesta puede ser interpretada como un “dale play”-, no se trataría de ciberacoso, sino de un intercambio consentido de mensajes triple X, asumamos que entre personas adultas. La no consulta o advertencia sobre envío de contenidos sexuales puede ser una primera señal de que se trata de un ciberacoso.
La recepción de mensajes subidos de tono sexual pasa a ser acoso cuando resultan molestos u ofensivos a quién los recibe y, a pesar de que lo manifieste, hay insistencia por parte de quien remite los mensajes. El acoso requiere de una cierta frecuencia de envíos para que sea considerado como tal, hay intencionalidad por parte del remitente y sensación de persecución por quien los recibe.
En caso de un ciberacoso está la posibilidad de bloqueo de quien acosa y/o la denuncia a los responsables de las redes. Por lo general, estas denuncias son atendidas y sí son por contenidos sexuales, más rápidamente. A quienes administran las redes suelen no gustarle que se exponga un pezón, mucho menos otras partes más intimas y, por tanto, proceden de inmediato a la suspensión. La acción requerida queda, entonces, de parte de quién recibe los mensajes considerados ofensivos.
En el ciberacoso hay la posibilidad del anonimato o de la suplantación de identidad por parte de quién acose. Ese también es un motivo de denuncia admitido por los administradores de las redes. En este caso y, en cualquier otro de ciberacoso lo que es clave para detenerlo es no seguirle la corriente a quien acosa. Puede ser no respondiendo o bloqueando ante la primera sospecha de que está actuando desde otra cuenta. La no respuesta, como la indiferencia en toda amistad y el amor, es un repelente de comprobada efectividad.
Las personas más vulnerables ante el ciberacoso son los niños, niñas y adolescentes. Por un lado, suelen ser quienes están más tiempo expuestos a las redes y, por tanto, tienen mayor probabilidad de recibir mensajes de contenido sexual y, por otro lado, si reciben mensajes de este tipo y no han sido capacitados para identificarlos, suelen verlos desde la ignorancia, la curiosidad que es propia de estas edades o el interés sexual que caracteriza a los y las adolescentes.
Ante el ciberacoso que pudieran recibir niños, niñas y adolescentes, tenemos dos poderosos antídotos: la educación sexual que les facilite identificar esos mensajes y darles un parado y un clima de confianza en la familia, que le permita decir a alguno de los adultos que le rodean lo que le está sucediendo.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Las redes sociales y las aplicaciones para los encuentros interpersonales se valen de la complacencia de los demás usuarios. Cada vez que aumentan nuestros seguidores, que se nos suma una amistad virtual, le dan un “me gusta” o se ilumina un corazón debajo de una de nuestras publicaciones, el nuestro se nos acelera, aunque sea un poquito como signo de emoción.
Las reacciones de los demás a nuestras publicaciones en las redes y aplicaciones afecta, para bien y para mal, nuestra autoestima cibernética y la real también. De allí el afán de mucha gente por decir, de hacer lo que sea a través de las redes. Alguien, hasta por misericordia, podrá mostrarnos afecto o reconocimiento dándole un “like” o “me gusta” a lo que publicamos y sin son fotos personales, más. La exposición en las redes es un juego de seducción y, por supuesto, mayor lo es en las aplicaciones creadas para esos fines. Sin embargo, eso tiene sus riesgos.
Quienes usan las redes deben prestar atención cuando los “me gusta” convencionales pasan al coqueteo o toqueteo virtual y de allí a la seducción a través de contenidos sexuales, que pueden ir desde la sutileza de lo erótico a la crudeza de lo pornográfico.
El envío de mensajes con contenido sexual por las redes debería cumplir un cierto protocolo comenzando por la advertencia o pregunta a la otra persona si quiere recibir mensajes de ese tipo. Si fuera así, quien lo reciba tiene alternativas: seguir con el chat en términos de aceptación, decir que no o bloquear al remitente.
Si se consulta sobre el envío de contenidos sexuales y hay aceptación por parte de la persona receptora – inclusive la no respuesta puede ser interpretada como un “dale play”-, no se trataría de ciberacoso, sino de un intercambio consentido de mensajes triple X, asumamos que entre personas adultas. La no consulta o advertencia sobre envío de contenidos sexuales puede ser una primera señal de que se trata de un ciberacoso.
La recepción de mensajes subidos de tono sexual pasa a ser acoso cuando resultan molestos u ofensivos a quién los recibe y, a pesar de que lo manifieste, hay insistencia por parte de quien remite los mensajes. El acoso requiere de una cierta frecuencia de envíos para que sea considerado como tal, hay intencionalidad por parte del remitente y sensación de persecución por quien los recibe.
En caso de un ciberacoso está la posibilidad de bloqueo de quien acosa y/o la denuncia a los responsables de las redes. Por lo general, estas denuncias son atendidas y sí son por contenidos sexuales, más rápidamente. A quienes administran las redes suelen no gustarle que se exponga un pezón, mucho menos otras partes más intimas y, por tanto, proceden de inmediato a la suspensión. La acción requerida queda, entonces, de parte de quién recibe los mensajes considerados ofensivos.
En el ciberacoso hay la posibilidad del anonimato o de la suplantación de identidad por parte de quién acose. Ese también es un motivo de denuncia admitido por los administradores de las redes. En este caso y, en cualquier otro de ciberacoso lo que es clave para detenerlo es no seguirle la corriente a quien acosa. Puede ser no respondiendo o bloqueando ante la primera sospecha de que está actuando desde otra cuenta. La no respuesta, como la indiferencia en toda amistad y el amor, es un repelente de comprobada efectividad.
Las personas más vulnerables ante el ciberacoso son los niños, niñas y adolescentes. Por un lado, suelen ser quienes están más tiempo expuestos a las redes y, por tanto, tienen mayor probabilidad de recibir mensajes de contenido sexual y, por otro lado, si reciben mensajes de este tipo y no han sido capacitados para identificarlos, suelen verlos desde la ignorancia, la curiosidad que es propia de estas edades o el interés sexual que caracteriza a los y las adolescentes.
Ante el ciberacoso que pudieran recibir niños, niñas y adolescentes, tenemos dos poderosos antídotos: la educación sexual que les facilite identificar esos mensajes y darles un parado y un clima de confianza en la familia, que le permita decir a alguno de los adultos que le rodean lo que le está sucediendo.
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