De complicidades hablamos

La complicidad es un acto de colaboración, de ayuda a una persona o grupo para resolver alguna situación, pero que tiene una particularidad, el secreto entre las partes.  Puede haber complicidad en acciones graciosas, bondadosas, como el dar una grata sorpresa, pero, por lo general, el término complicidad alude a algo turbio, malo, oscuro.

La complicidad implica guardar secretos, ocultar algo, no decir. El silencio es clave. Por tanto, se presta a delitos.

Complicidad activa o pasiva

En términos policiales y jurídicos están claramente definidos los tipos de complicidades. Eso dejémoslo a quienes ejercen esos roles. La complicidad que nos ocupa en este artículo tiene que ver más con la vida cotidiana, con el común de la gente, con el cómo nos hacemos cómplices, a veces sin enterarnos que lo somos, o enterándonos y «hacernos los locos«.

Hay una complicidad activa, aquella que es producto de un acuerdo entre las partes, ya sea explícito, dicho (por lo general a una o muy pocas personas y que no lo sepa nadie más) o implícito, no decimos nada pero se sobreentiende que es un secreto, algo sobre lo que no se debe preguntar y lo que se sepa, no se debe compartir, inclusive, ni con otras personas vinculadas al acto.  Son secretos a voces.

Podemos enterarnos de un delito, un accidente, una circunstancia ocasionada por alguien desconocido y decidimos callarnos para no vernos comprometidos. La complicidad es mayor, claro, cuando se trata de proteger a alguien conocido o cuando nos produce un beneficio directo o indirecto. Podemos ser cómplices por omisión, sabemos y no decimos, no denunciamos, callamos.

Complicidad y amistad

Por lo general, se es cómplice de alguien que se conoce, de una persona amiga o familiar. Se asume la complicidad como solidaridad, como forma de expresar la amistad, el afecto o de sacar provecho de esa situación.

En la familia, las empresas, los grupos de amigos, las organizaciones de cualquier tipo, políticas, religiosas, comunitarias, deportivas, sindicales, entre otras, la complicidad puede actuar como expresión de lealtad o respeto que unos miembros se deben a los otros. En esos espacios, se puede ser cómplice porque nos beneficia o por temor al castigo, a ser considerado por el grupo como disidente, desleal, traidor, cobarde. Se opta por callar para evitar problemas o no perder prebendas.

Casi todas las instituciones a las que estamos ligados son terrenos donde es factible que se ejecuten actos indebidos pero que respondiendo a aquel principio de “los trapos sucios se lavan en casa”, nos llevan a convertir la lealtad en complicidad.

Sería deseable que la amistad o el afecto no nos hagan cómplices. Enterarnos de situaciones de actos indebidos por parte de personas de nuestro entorno, que lesionan a terceras personas, que pudieran ser un delito y hacernos “la vista gorda”, nos hace cómplices, delincuentes pasivos.

En la familia

La familia es una institución de secretos. Poco de lo que ocurra allí debe trascender a lo público.  El hogar suele ser el espacio íntimo por excelencia.  Allí, el peso de la lealtad es muy fuerte. “Quien le pega a su familia muere arruinado” es una sentencia en nuestra cultura. “Lo de casa, queda en casa”, es otra.  Sentencias que pueden llevar a ocultar delitos.

Una complicidad posible en el seno de la familia son las súbitas riquezas producto de negocios “mal habidos”, corrupción, robos, tráfico de drogas, entre otras fuentes de ingresos extras, de las cuales todos disfrutan y nadie pregunta.  Las inexplicables riquezas de una familia son un delito del cual sus amistades también pueden ser cómplices.

Otro secreto bien guardado en la familia y del cual algunos miembros suelen hacerse cómplices por omisión es el abuso sexual a menores en el grupo, particularmente a las mujeres. De hacerse públicas serían motivo de vergüenza y producirían mayores problemas a la familia.   Mejor ignorar, “no ver”, o negar lo que se sabe para proteger la dignidad, la imagen (y la economía) del grupo familiar.

En otras instituciones

Las empresas privadas, los partidos políticos, los clubes deportivos, las instituciones públicas no sólo atienden necesidades de la población, sino que producen bienes y servicios que redundan en dinero para sus propietarios (si, los partidos políticos y los clubes deportivos tienen propietarios) y esas ganancias de los altos cargos, dan pie a beneficios personales secretos. La corrupción es un grave flagelo social.
 
Los negocios suelen ser actividades realizadas por varias personas y cuando se trata de manejos dolosos se requiere de complicidades no solo dentro de la institución sino externas, como las policiales y judiciales e inclusive de nosotros, como opinión pública, que tendemos a “no ver” la parte nociva, la mala, de esas instituciones o personajes -sean empresarios, políticos, promotores deportivos o funcionarios públicos de alto rango- para evitarnos contradicciones.

Una sagrada complicidad


De particular relevancia en complicidades son las numerosas denuncias de pederastia ejecutada por sacerdotes, monjes y pastores en el seno de las iglesias en muchos países. Por años eso ha sido un secreto bien guardado por las víctimas y los victimarios y ha habido complicidad institucional, de autoridades, para proteger a los sacerdotes delincuentes.

Las iglesias son espacios donde se obliga al silencio, a guardar secretos y a la obediencia. Preguntar, cuestionar, hablar, no sólo puede ser una falta, un irrespeto, sino un pecado, algo terrible. Eso ayuda a que se generen complicidades tanto en los claustros como en los templos y se permitan delitos sexuales, entre otros.

Algunas autoridades eclesiásticas han protegido a los pederastas al pensar, como excusa, que son unas ovejas descarriadas en los prados del señor. Otra forma de evitar contradicciones, hacerse cómplices y aceptar los delitos.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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