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Antonio José Monagas
Las actuales circunstancias son difíciles de descifrar. No sólo por la multiplicidad de variables que intervienen, sino también por las complicaciones a que someten las realidades. Aunque el problema va más allá de lo que, a primera vista, los sentidos alcanzan a compilar. Su fuerza varía a condición de sustraerle facultades a las realidades. Particularmente, a las que se interponen entre la radicalidad y la discrecionalidad. Y de las dificultades que emergen de esta brecha, se valen las crisis para atropellar lo posible a su paso. Así, las crisis buscan allanar todos aquellos lugares donde presumen su cabida.
Es la naturaleza de las crisis. Por eso sus descarríos son función de situaciones que, desde la perspectiva de las crisis, lucen fáciles de avasallar. Así ocurre a fin de ganar el mayor terreno posible sobre el cual actúan a instancia de sus intemperancias. Es ahí cuando del fragor de las crisis, suelen surgir escenarios de sorprendente incidencia. Vale acá, referir dos de particular interés en cuanto a lo que concierne la ciudadanía.
El primero tiene que ver con la capacidad de la sociedad, motivada por la praxis de ciudadanía, de comedir sus ímpetus o cuadros de protestas organizadas democráticamente. Supuestamente, apostando a sus fortalezas reunidas en aras de controlar crudos conflictos, que muchas veces terminan en violencia incontenida. Y que devienen en aciagos eventos.
El segundo escenario está relacionado con la incidencia de liderazgos. Casi siempre determinados con propósitos cívicos. Así evitan que las crisis se afiancen al amparo de confusiones, desorientaciones y vaguedades. Aunque ha sido recurrente ver cómo esas crisis se cruzan con complicidades animadas por actores políticos prestados a oscuras conspiraciones, para causar colapsos de marca mayor.
Si bien el primer escenario pudiera anotarse como factor que coadyuvaría al encuentro de realidades apaciguadas y moderadas, la segunda destaca una dirección en camino diferente. Sin embargo, ambos detentan un factor común que puede fungir como posible razón multiplicadora frente a la necesidad de superar las contingencias expuestas a consecuencia de las crisis padecidas. Se trata precisamente, de la ciudadanía. Entendida como bastión político-democrático.
El caso Venezuela es patético a este respecto. Poco o ningún sentido exacto se tiene sobre su significación e implicaciones. Particularmente, en el contexto de la ciudadanía. Más cuando en Venezuela, este concepto ha sido repetidamente desgarrado. Cuando no, esquivado. Concienciarlo e incentivarlo, representa un alto costo político que ningún gobierno, con escasas y precarias excepciones, ha querido asumir. Sobre todo porque la idea de construir ciudadanía significa empoderar al ciudadano de derechos cuyas exigencias se traducen en un abierto ejercicio de gobierno para lo cual no hay ni formación, ni motivación. Lo mismo sucede cuando se habla de empoderar al ciudadano de deberes.
Esto adquiere vital importancia, al entenderse los alcances de la ciudadanía desde la óptica político-democrática. Más, al reconocer que construir ciudadanía implica formar venezolanos con el mejor sentido de lo que representa estimar y actuar como un verdadero CIUDADANO. Es decir, asumiendo que la sociedad en la que suscribe sus afectos, capacidades y potencialidades, es parte de su hogar. Tanto, como de su vida.
No hay duda de que el concepto de ciudadano ha variado en la historia. Las implicaciones del desarrollo económico y social han tenido efectos interesantes en la vida del hombre. Especialmente, al momento que busca integrarse a todo lo que compromete el crecimiento y progreso de su entorno. Esto hace que su participación en los correspondientes eventos demanden su mejor disposición. Pero aunque estas realidades han impulsado la creación de sobrada teoría política y de convivencia ciudadana, sus praxis no han superado las expectativas que el discurso ha vociferado y plasmado.
Los problemas del ciudadano (venezolano) en estos tiempos de crisis política, económica, social y sanitaria, rebasan cualquier imaginario. Las embrolladas realidades que azoran y abruman a Venezuela en el contexto de sus crisis, dejan fría cualquier novela de terror. Las realidades venezolanas superan narrativas y fantasías inspiradas en los episodios sociales, políticos y económicos más adversamente vividos.
Finalmente, queda invitar al venezolano a no sentirse como parte de una realidad manipulada por una política populachera. Una política que busca reducir el significado de ciudadanía, provocando las mayores confusiones posibles. Así resulta fácil atropellar la dignidad y la justicia que cimientan las libertades que conciben el “Estado de Derecho”.
Es deber el hecho de animar al venezolano, a convertirse en CIUDADANO del siglo XXI. En un Ciudadano activo y participativo. Motivado a convertirse en aporte de una democracia para la cual las dinámicas de la sociedad, son palancas del afianzamiento y fortalecimiento político y económico y cultural que hoy demanda la apaleada Venezuela.
El ejercicio de ciudadanía es un proceso de aprendizaje que no tiene final. Más, cuando el civismo, la educación, la ética y la moralidad se superponen en provecho de la ciudadanía. De su enlace resulta el ideario necesario sobre el cual se proyectan las realidades que cimientan un país. Por eso cabe afirmar que un país no es más que lo que sus ciudadanos, desde la ciudadanía, hacen de él.
Pero a conciencia que las realidades están en un constante e inexorable cambio. Es ahí cuando la ciudadanía, advertida de la movilidad de las realidades, reconoce la necesidad de alistarse para superar las dificultades que afronta. Por eso la ciudadanía se empeña en reivindicar los valores morales y políticos. Pero desde la praxis de democracia.
Ser ciudadano compromete la actitud y aptitud que conduce al vecino a asumir los procesos políticos, sociales y económicos como ejercicios de libertad. Y debe hacerlo erigiendo espacios de participación ciudadana. Es ahí cuando la condición de ciudadano lo lleva a comprender que sus derechos y deberes fortifican el andamiaje sobre el cual se depara la construcción de la democracia.
Lo explayado en esta breve disertación ha buscado dar cuenta de que no por las incidencias de crisis de cualquier tenor, se justifica desconocer la importancia que cabe ante la construcción de ciudadanía. Aún en medio de agudas contingencias, tiene sentido concienciar que es posible e ineludible activar su praxis. Es decir, hacer ciudadanía en medio de cualquier situación. Más aún, hacer ciudadanía en tiempos de crisis.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Es la naturaleza de las crisis. Por eso sus descarríos son función de situaciones que, desde la perspectiva de las crisis, lucen fáciles de avasallar. Así ocurre a fin de ganar el mayor terreno posible sobre el cual actúan a instancia de sus intemperancias. Es ahí cuando del fragor de las crisis, suelen surgir escenarios de sorprendente incidencia. Vale acá, referir dos de particular interés en cuanto a lo que concierne la ciudadanía.
El primero tiene que ver con la capacidad de la sociedad, motivada por la praxis de ciudadanía, de comedir sus ímpetus o cuadros de protestas organizadas democráticamente. Supuestamente, apostando a sus fortalezas reunidas en aras de controlar crudos conflictos, que muchas veces terminan en violencia incontenida. Y que devienen en aciagos eventos.
El segundo escenario está relacionado con la incidencia de liderazgos. Casi siempre determinados con propósitos cívicos. Así evitan que las crisis se afiancen al amparo de confusiones, desorientaciones y vaguedades. Aunque ha sido recurrente ver cómo esas crisis se cruzan con complicidades animadas por actores políticos prestados a oscuras conspiraciones, para causar colapsos de marca mayor.
Si bien el primer escenario pudiera anotarse como factor que coadyuvaría al encuentro de realidades apaciguadas y moderadas, la segunda destaca una dirección en camino diferente. Sin embargo, ambos detentan un factor común que puede fungir como posible razón multiplicadora frente a la necesidad de superar las contingencias expuestas a consecuencia de las crisis padecidas. Se trata precisamente, de la ciudadanía. Entendida como bastión político-democrático.
El caso Venezuela es patético a este respecto. Poco o ningún sentido exacto se tiene sobre su significación e implicaciones. Particularmente, en el contexto de la ciudadanía. Más cuando en Venezuela, este concepto ha sido repetidamente desgarrado. Cuando no, esquivado. Concienciarlo e incentivarlo, representa un alto costo político que ningún gobierno, con escasas y precarias excepciones, ha querido asumir. Sobre todo porque la idea de construir ciudadanía significa empoderar al ciudadano de derechos cuyas exigencias se traducen en un abierto ejercicio de gobierno para lo cual no hay ni formación, ni motivación. Lo mismo sucede cuando se habla de empoderar al ciudadano de deberes.
Esto adquiere vital importancia, al entenderse los alcances de la ciudadanía desde la óptica político-democrática. Más, al reconocer que construir ciudadanía implica formar venezolanos con el mejor sentido de lo que representa estimar y actuar como un verdadero CIUDADANO. Es decir, asumiendo que la sociedad en la que suscribe sus afectos, capacidades y potencialidades, es parte de su hogar. Tanto, como de su vida.
No hay duda de que el concepto de ciudadano ha variado en la historia. Las implicaciones del desarrollo económico y social han tenido efectos interesantes en la vida del hombre. Especialmente, al momento que busca integrarse a todo lo que compromete el crecimiento y progreso de su entorno. Esto hace que su participación en los correspondientes eventos demanden su mejor disposición. Pero aunque estas realidades han impulsado la creación de sobrada teoría política y de convivencia ciudadana, sus praxis no han superado las expectativas que el discurso ha vociferado y plasmado.
Los problemas del ciudadano (venezolano) en estos tiempos de crisis política, económica, social y sanitaria, rebasan cualquier imaginario. Las embrolladas realidades que azoran y abruman a Venezuela en el contexto de sus crisis, dejan fría cualquier novela de terror. Las realidades venezolanas superan narrativas y fantasías inspiradas en los episodios sociales, políticos y económicos más adversamente vividos.
Finalmente, queda invitar al venezolano a no sentirse como parte de una realidad manipulada por una política populachera. Una política que busca reducir el significado de ciudadanía, provocando las mayores confusiones posibles. Así resulta fácil atropellar la dignidad y la justicia que cimientan las libertades que conciben el “Estado de Derecho”.
Es deber el hecho de animar al venezolano, a convertirse en CIUDADANO del siglo XXI. En un Ciudadano activo y participativo. Motivado a convertirse en aporte de una democracia para la cual las dinámicas de la sociedad, son palancas del afianzamiento y fortalecimiento político y económico y cultural que hoy demanda la apaleada Venezuela.
El ejercicio de ciudadanía es un proceso de aprendizaje que no tiene final. Más, cuando el civismo, la educación, la ética y la moralidad se superponen en provecho de la ciudadanía. De su enlace resulta el ideario necesario sobre el cual se proyectan las realidades que cimientan un país. Por eso cabe afirmar que un país no es más que lo que sus ciudadanos, desde la ciudadanía, hacen de él.
Pero a conciencia que las realidades están en un constante e inexorable cambio. Es ahí cuando la ciudadanía, advertida de la movilidad de las realidades, reconoce la necesidad de alistarse para superar las dificultades que afronta. Por eso la ciudadanía se empeña en reivindicar los valores morales y políticos. Pero desde la praxis de democracia.
Ser ciudadano compromete la actitud y aptitud que conduce al vecino a asumir los procesos políticos, sociales y económicos como ejercicios de libertad. Y debe hacerlo erigiendo espacios de participación ciudadana. Es ahí cuando la condición de ciudadano lo lleva a comprender que sus derechos y deberes fortifican el andamiaje sobre el cual se depara la construcción de la democracia.
Lo explayado en esta breve disertación ha buscado dar cuenta de que no por las incidencias de crisis de cualquier tenor, se justifica desconocer la importancia que cabe ante la construcción de ciudadanía. Aún en medio de agudas contingencias, tiene sentido concienciar que es posible e ineludible activar su praxis. Es decir, hacer ciudadanía en medio de cualquier situación. Más aún, hacer ciudadanía en tiempos de crisis.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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