Sí, la muerte de alguien de nuestro entorno o de una figura pública admirada consterna. Si se trata de un suicidio, el sentimiento es peor. Ese tipo de actos deja a los seres queridos inmersos en dolor, culpa, miedo y muchas preguntas. La respuesta al porqué lo hizo, la tiene quien murió. Pero hay formas de aproximarnos a entender algo de lo ocurrido.
El suicidio siempre será enigmático a pesar de las notas dejadas, las señas que pudieran preceder al acto, que supiéramos que era un riesgo, que lo hubiéramos imaginado pero no hay forma de comprobar lo que se cree, de responder con certeza a las preguntas que se derivan, de entender aquella acción.
Quien lo hizo está ausente, en silencio eterno. Nunca se sabrá, a ciencia cierta, cómo o por qué lo decidió. Lo que se piense, se diga siempre será especulación y, a veces, aumenta la confusión. Una fuente de aprendizaje es quien ha intentando hacerlo. De quien lo consumó con éxito no es posible saber nada.
Más enigmático es aquella persona que, a la vista de los demás, no tendría razones para hacerlo. Se asume que tener éxito, dinero, fama, ser joven, tener atractivos físicos, resuelve la vida. Del mundo íntimo, el de los afectos se sabe poco, también de la autoestima golpeada que se compensa con apariencias. La sensación de fracaso, a veces, solo la sabe el o la suicida.
El suicidio suele ser un enigma y, a pesar de ello, poco se habla sobre este riesgo o problema. Es motivo de vergüenza familiar y si hay ética, también social.
Para la religión católica, la más próxima al mundo occidental, el suicidio es considerado pecado. La sentencia de que “Nadie puede decidir sobre lo que Dios le dio”, en este caso, la vida, ha satanizado esa acción. Quien lo haga viola la ley de Dios, no es un alma digna de su reino, sentencia la iglesia. Entonces, para quien comulgue esa religión y se suicide no habrá paz ni después de la muerte. Ese acto será un tormento eterno también para las familias. Uno no entiende: si Dios es tan bueno ¿por qué no perdona?
Al suicidio le tememos todos. No porque necesariamente forme parte de nuestras posibles decisiones sino porque suele ser imprevisible, una sorpresa. El que lo haga alguien querido, cercano, distante pero admirado. Uno no sabe, no debe decir: De esa agua no beberé y no beberán quienes amemos, menos.
Que alguien se quite la vida, además de la conmoción que produce por lo sorpresiva, enigmática y dolorosa decisión, origina vergüenza en la familia, en sus allegados. Por influencias religiosas o sociales, las sociedades generan tabú, prohíben pensar, hablar, sobre determinados temas, entre ellos del suicidio. Para no mencionar lo indecible surgen los eufemismos o el silencio.
Ante un suicidio, los medios de comunicación suelen optar, si les es posible, por no mencionar la causa de la muerte. Pocos se atreven a decir “se suicidó”. Escribirlo, leerlo, es duro. Suicidio golpea más que muerte accidental, la propiciada por otro, mucho más que la producida por causas naturales. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), hablar del suicidio en los medios puede tener, incluso, un efecto protector, si se realiza de una cobertura responsable y no sensacionalista.
Las ciencias de la conducta han hecho saber que la causa principal del suicido es la depresión. Sin duda que es un factor de riesgo muy importante. Las personas en depresión pueden pensar en el suicidio como fin a su sufrimiento. De hecho, algunas lo intentan y fracasan, otras lo logran.
Un problema con la relación depresión-suicidio es que para un diagnóstico de estado depresivo hay que ver la cantidad de tiempo que la persona ha permanecido en ese estado, la frecuencia en que hace crisis, la intensidad de ellas. Inclusive, hay depresiones que no se ven. En ello la educación de género, el ser hombre, mujer u otro, influye mucho.
Los hombres suelen estar deprimidos y no parecerlo. En su concepción de la hombría, un macho no se deprime, por el contrario, ante un fracaso o pérdida tiene que activarse más. Lo hace a través de la violencia hacia los demás, del consumo de alcohol y otras drogas hasta que las fuerzas de la apariencia disminuyen y ante la vergüenza por el quiebre íntimo se auto agrede. En las estadísticas de suicidio, los hombres suman hasta tres veces más que las mujeres.
Un factor psicológico que se le da un lugar secundario en el suicido es la ansiedad, la angustia. Es muy probable que alguien se suicide además de la depresión por la angustia que sufre. Cuando la ansiedad es mucha, se hace insoportable y decide cortarla de raíz. Así también con la rabia o los deseos de agredir a terceros a sabiendas de que el suicidio genera culpa en quienes quedan. Queda mucho por saber.
Indudablemente, que ante un riesgo de suicidio debemos hacer todo lo posible por evitarlo. Casi siempre quien desea suicidarse da señales de alarma. La cercanía afectiva, las líneas telefónicas de ayuda, las terapias pueden lograr pararlo. Sin embargo, el acto suicida no tiene porque ser reprochado, ni condenable. El suicidio puede ser considerado como un acto soberano, la máxima expresión de libertad humana. Una decisión y un acto absolutamente respetable, aunque cueste la vida y duela aceptarlo.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Sí, la muerte de alguien de nuestro entorno o de una figura pública admirada consterna. Si se trata de un suicidio, el sentimiento es peor. Ese tipo de actos deja a los seres queridos inmersos en dolor, culpa, miedo y muchas preguntas. La respuesta al porqué lo hizo, la tiene quien murió. Pero hay formas de aproximarnos a entender algo de lo ocurrido.
El suicidio siempre será enigmático a pesar de las notas dejadas, las señas que pudieran preceder al acto, que supiéramos que era un riesgo, que lo hubiéramos imaginado pero no hay forma de comprobar lo que se cree, de responder con certeza a las preguntas que se derivan, de entender aquella acción.
Quien lo hizo está ausente, en silencio eterno. Nunca se sabrá, a ciencia cierta, cómo o por qué lo decidió. Lo que se piense, se diga siempre será especulación y, a veces, aumenta la confusión. Una fuente de aprendizaje es quien ha intentando hacerlo. De quien lo consumó con éxito no es posible saber nada.
Más enigmático es aquella persona que, a la vista de los demás, no tendría razones para hacerlo. Se asume que tener éxito, dinero, fama, ser joven, tener atractivos físicos, resuelve la vida. Del mundo íntimo, el de los afectos se sabe poco, también de la autoestima golpeada que se compensa con apariencias. La sensación de fracaso, a veces, solo la sabe el o la suicida.
El suicidio suele ser un enigma y, a pesar de ello, poco se habla sobre este riesgo o problema. Es motivo de vergüenza familiar y si hay ética, también social.
Para la religión católica, la más próxima al mundo occidental, el suicidio es considerado pecado. La sentencia de que “Nadie puede decidir sobre lo que Dios le dio”, en este caso, la vida, ha satanizado esa acción. Quien lo haga viola la ley de Dios, no es un alma digna de su reino, sentencia la iglesia. Entonces, para quien comulgue esa religión y se suicide no habrá paz ni después de la muerte. Ese acto será un tormento eterno también para las familias. Uno no entiende: si Dios es tan bueno ¿por qué no perdona?
Al suicidio le tememos todos. No porque necesariamente forme parte de nuestras posibles decisiones sino porque suele ser imprevisible, una sorpresa. El que lo haga alguien querido, cercano, distante pero admirado. Uno no sabe, no debe decir: De esa agua no beberé y no beberán quienes amemos, menos.
Que alguien se quite la vida, además de la conmoción que produce por lo sorpresiva, enigmática y dolorosa decisión, origina vergüenza en la familia, en sus allegados. Por influencias religiosas o sociales, las sociedades generan tabú, prohíben pensar, hablar, sobre determinados temas, entre ellos del suicidio. Para no mencionar lo indecible surgen los eufemismos o el silencio.
Ante un suicidio, los medios de comunicación suelen optar, si les es posible, por no mencionar la causa de la muerte. Pocos se atreven a decir “se suicidó”. Escribirlo, leerlo, es duro. Suicidio golpea más que muerte accidental, la propiciada por otro, mucho más que la producida por causas naturales. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), hablar del suicidio en los medios puede tener, incluso, un efecto protector, si se realiza de una cobertura responsable y no sensacionalista.
Las ciencias de la conducta han hecho saber que la causa principal del suicido es la depresión. Sin duda que es un factor de riesgo muy importante. Las personas en depresión pueden pensar en el suicidio como fin a su sufrimiento. De hecho, algunas lo intentan y fracasan, otras lo logran.
Un problema con la relación depresión-suicidio es que para un diagnóstico de estado depresivo hay que ver la cantidad de tiempo que la persona ha permanecido en ese estado, la frecuencia en que hace crisis, la intensidad de ellas. Inclusive, hay depresiones que no se ven. En ello la educación de género, el ser hombre, mujer u otro, influye mucho.
Los hombres suelen estar deprimidos y no parecerlo. En su concepción de la hombría, un macho no se deprime, por el contrario, ante un fracaso o pérdida tiene que activarse más. Lo hace a través de la violencia hacia los demás, del consumo de alcohol y otras drogas hasta que las fuerzas de la apariencia disminuyen y ante la vergüenza por el quiebre íntimo se auto agrede. En las estadísticas de suicidio, los hombres suman hasta tres veces más que las mujeres.
Un factor psicológico que se le da un lugar secundario en el suicido es la ansiedad, la angustia. Es muy probable que alguien se suicide además de la depresión por la angustia que sufre. Cuando la ansiedad es mucha, se hace insoportable y decide cortarla de raíz. Así también con la rabia o los deseos de agredir a terceros a sabiendas de que el suicidio genera culpa en quienes quedan. Queda mucho por saber.
Indudablemente, que ante un riesgo de suicidio debemos hacer todo lo posible por evitarlo. Casi siempre quien desea suicidarse da señales de alarma. La cercanía afectiva, las líneas telefónicas de ayuda, las terapias pueden lograr pararlo. Sin embargo, el acto suicida no tiene porque ser reprochado, ni condenable. El suicidio puede ser considerado como un acto soberano, la máxima expresión de libertad humana. Una decisión y un acto absolutamente respetable, aunque cueste la vida y duela aceptarlo.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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