Hay una pregunta -que desde hace un buen tiempo- frecuentemente me formulan: ¿cómo veo el futuro del país? Me preocupa cuando preguntan eso, porque no sé qué tipo de atributos verán en uno, para lanzar tamaña interrogante.  

Proyectar el futuro de Venezuela se ha vuelto más trabajo de individuos con facultades extrasensoriales, como espiritistas y cartománticos, que de cualquier persona con conocimientos de economía, política o ciencias sociales conexas.   

 Ante la pregunta referida, habitualmente respondo con la misma interrogante: ¿y cómo ves tú mismo el futuro de Venezuela? 

A lo largo de los últimos tres años, después de las fallidas protestas del 2017, y la también fallida auto-proclamación de Guaidó como presidente en 2019, la respuesta de la gente ha ido mutando de un maniqueísmo con marcados polos políticos, a una tibia unipolaridad, de manera francamente sorprendente.

Polarizados

Un desastroso papel ha hecho la oposición con Guaidó al frente y el G4 detrás haciendo promesas de cambio presidencial, asegurando fechas y deadlines para una salida de Maduro, dando falsos golpes de Estado con un Leopoldo escapado y “haciendo la finta» fuera de La Carlota. 

No menos calamitoso, siguiendo estrategias absurdas, casi surrealistas, se han instalado dos gobiernos paralelos, opositor y oficialista, que lejos de aliviar, han agravado la seria crisis política, económica y social, que la patria venía arrastrando desde el 2015.

Tenemos un gobierno oficialista, corrupto, incapaz de administrar y manejar el Estado. Además, hacemos gala de un gobierno opositor, sin ningún tipo de poder político, tan o más corrupto que el gobierno oficialista, y haciendo presión internacional para generar y agravar unas salvajes sanciones financieras y comerciales que nos ahorcan a los “venezolanos de a pie”, no a la clase política dirigente. Lo mencionado ha dado cuenta de lo poco que importa a ambas facciones políticas el verdadero bienestar del país, y lo mucho que les importa el poder político.

¿Despolarizados?

Este último año y medio, ya antes del inicio de la pandemia, ha venido mutando la percepción y narrativa de la gente sobre el tema político.

Una postura mucho menos polarizada, con gran hastío sobre el tema político, y un resurgimiento del pretérito fenómeno de los NiNis, quienes según recientes encuestas de Datanálisis y Datincorp, puede llegar a aglutinar cifras tan alarmantes como un 50% a un 70% de los venezolanos, entre independientes y totalmente desinteresados en el tema político.

El bienestar económico

El fenómeno de antisepsia política de los venezolanos me parece una verdadera desgracia.

Hemos pasado de un país peligrosamente polarizado e intolerante, donde hasta los preescolares asumían posturas políticas, al otro extremo, un país cuyos ciudadanos se desentienden del fenómeno político. 

La gran mayoría de los venezolanos puja por su propio bienestar económico, mientras espera la llegada de un mesías que mejore las cosas, o aún peor, simplemente le importa un bledo el destino político del país. Lo anterior, devela incredulidad, pobre liderazgo y desesperanza colectiva respecto a cambios y cualquier posibilidad de mejora.

Un 80% de nosotros nos desentendemos de nuestra responsabilidad como ciudadanos para decidir el futuro político, económico y social de la patria. Esa responsabilidad no es delegable sobre un grupo de irresponsables. Nuestros dirigentes oficialistas y opositores, que tratan al país y a nosotros mismos, como una toalla vieja, de esas con tanto desgaste y huecos, que en el mejor de los casos, sirven para coleto.

Lamentablemente una oposición irresponsable y fragmentada nos ha hecho tragarnos la historia de que el sistema electoral y las elecciones en general no funcionan. Esto, no obstante, las evidencias de las elecciones legislativas de 2015, en las que arrasamos y casi llegamos a tener mayoría calificada en la Asamblea Nacional, porque salimos a votar en masa. Sí, es verdad, después valiéndose artimañas leguleyas, nos robaron el espacio ganado, pero el espacio era nuestro de cara a nuestras bases y capital político que habíamos conquistado.

Después del desastre de Guaidó, y teniendo la oportunidad de repetir una victoria aplastante en las elecciones legislativas de 2020, los opositores fuimos incapaces de llegar a acuerdos y de unirnos como una fuerza imbatible. Contrariamente, invitamos a la abstención electoral, usando la fórmula fallida de 2010, que nos dejó sin representación en la Asamblea por 5 años.

Sin duda, la ralea del oficialismo, como la de cualquier facción autoritaria que detente el poder en Latinoamérica, es ostentar y quedarse con el mismo, como si de un secuestro eterno del don de mando se tratara. Ante ello, la labor de una oposición seria, consistente, constante, unida, no es disgregarse y pelearse por una parcela de poder futuro, más aún ante las claras evidencias de autocracia y desintegración institucional que vive la patria.

¿Oposición?

Una oposición que se precie de serla, ante todo, tiene un hilo conductor ideológico consistente, relacionado con modelos e ideales sociales, políticos y económicos que deben perseguirse y ofrecer al pueblo, como promesas concretas de un bienestar y “buen vivir” posibles.

Una oposición que se precie de serla, hace trabajo de calle, organiza comunidades con fines sociales y económicos nobles, sin esperar réditos políticos de corto plazo.

Una oposición que se precie de serla, no sólo se organiza con fines electorales.

Una oposición que se precie de serla, construye liderazgo desde las bases de la población y los partidos políticos, vendiendo ideas, mostrando acciones, luchando años y hasta décadas, para asentar bases de confianza y credibilidad en la gente.

Mi dolorosa conclusión es que no tenemos una oposición. Tenemos grupos que pujan por el poder político y que eventualmente se amalgaman, cada de vez de peor forma, para destronar al presidente Maduro, ya sea por la vía golpista —en la mayoría de los casos— y cada vez menos, por la vía democrática.

¿Socialismo?

Por otra parte, un gobierno que grita a los cuatro vientos que es socialista, no ampara corrupción, ni ladrones. No tolera ineficiencias, ni gestiones mediocres y burocráticas, con estados hipertróficos, que empobrecen a la mayoría de la población.

Un gobierno socialista no sacrifica las necesidades y oportunidades de desarrollo de la gente más pobre, ni secuestran las instituciones, escudándose en supuestos “fines políticos nobles”.

Un gobierno socialista hace prevalecer ante todo una agenda social y económica, usando lo político y la política, tan solo como una excusa transitoria, para derramar bienestar en las mayorías menos favorecidas y arrancar a la gente de la pobreza. Esto, a través del desarrollo de una clase media mayoritaria, robusta, educada y muy fuerte, que sea capaz de generar una tracción social y política endógenas, propias; que brinde igualdad de oportunidades y evite grandes asimetrías sociales.

Desde el punto de vista social y político, los venezolanos estamos navegando las peligrosas aguas del desinterés, de la anodinia patria, manifiesta por indiferencia política con olor a continuidad de las miserias en las que estamos inmersos.

¿Los responsables? un gobierno y una oposición que siempre nos han visto como una masa informe, o a lo más, como “un montón de espaldas que corrían hacia allá”, como bien diría en sus versos, mi amado Roque Dalton.

La responsabilidad política no puede recaer en estos líderes políticos, que pujan por una pieza de poder, sino sobre cada uno de nosotros los venezolanos. Sí, de los venezolanos corrientes como usted y como yo, que debemos exigir diálogo, negociación y acuerdos entre las partes políticas en pugna en pos de una agenda que ponga de lado mezquindades políticas y atienda la grave crisis social y económica que vive la patria. 

Asimismo, depende de cada uno de nosotros, que debemos asumir más proactivamente, roles de liderazgo orientados a la organización social y política de nuestras comunidades, para exigir resultados concretos a los dirigentes de la nación.

Del mismo modo, depende de cada uno de nosotros asistir masivamente a las urnas electorales, para ejercer nuestro derecho y nuestro deber, sea cual sea nuestra postura y opinión.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: La entrevista

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