OPINIÓN · 7 JULIO, 2021 05:59

Adiós al melodrama rosa

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Susana Reina | @feminismoinc

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“La Madre de la Telenovela Latinoamericana”, Delia Fiallo, murió el pasado martes 29 de junio a los 96 años. Escritora cubana y exiliada en Miami, creó más de 40 obras para radio y televisión y fue precursora de las telenovelas dramáticas en Venezuela y México. Sus novelas, traducidas a idiomas como el japonés y el checo, llegó a millones de espectadores en cientos de países. Quienes las vimos por televisión entre 1960 y 1990, reconocemos su inconfundible sello: un emocionante cautivante coctel de amor, odio, pasión, rencor, envidia y avaricia en cada capítulo.

Ella supo, como pocos novelistas del “drama rosa”, hacer un uso contundente de las emociones y abordar temas vitales y escabrosos de las relaciones de pareja y de poder: amores tórridos no correspondidos, relaciones secretas, diferencias de clases sociales, asesinatos, incestos, deseo y rivalidad. Cristal una de sus obras más famosas, fue la telenovela más vista en la historia de España con picos de audiencia de 18 millones de personas. Kassandra entró en el Libro Guinness al ser televisada en 128 países y ser traducida a casi 20 idiomas.

Como feminista admiro la enorme influencia que Delia Fiallo ejerció a través de sus guiones y el impacto que su palabra tuvo sobre las masas, y reconozco su éxito al destacar el poderoso papel de la emocionalidad en nuestras vidas. Pero cuestiono el efecto que, al mismo tiempo, ejerció sobre generaciones enteras al naturalizar las relaciones de pareja bajo el esquema de la violencia, de la subordinación de la mujer y la perpetuación de los estereotipos sexistas en toda América Latina.

El poder de las telenovelas

Imposible negarlo. Las novelas atrapan la atención. El secreto está en el manejo que se hace de las emociones, movilizando, contagiando y generando empatía en quien las vive, pero también en quien las observa. Te introducen mentalmente en sus historias y personajes. Hacen que te involucres en la narrativa y tienen el inmenso poder de cambiar los comportamientos de la gente. Como declaró la misma Fiallo a CNN en una oportunidad: «La telenovela es el misterioso arte de conmover hasta las lágrimas porque comunica emociones que son universales. Para las amas de casa atrapadas en casa, ver telenovelas les permite soñar» dijo.

El problema es que las telenovelas, como muchos géneros televisivos, dejan de ser mero entretenimiento para convertirse en instrumentos pedagógicos que estimulan el aprendizaje cultural, reproduciendo en la realidad lo que se observa por la pantalla. Las telenovelas, las de antes y las de ahora, han contribuido enormemente a reforzar roles sexistas polarizados, mostrando en sus múltiples escenas que las mujeres necesitan de un hombre porque son débiles o que los hombres son autosuficientes porque son fuertes. Las mujeres de las novelas solo piensan en casarse y en ser madres y los hombres en ser proveedores y protectores de su familia. Las mujeres son románticas y los hombres son valientes.

Otros estereotipos surgen en las escenas: estándar de belleza de los protagonistas blancos que se convierten en modelos con los que se identifican los espectadores; los negros sirven y son pobres; las mujeres muestran su condición “femenina” y un rol pasivo para obtener aprobación social (la madre, la hermana, la novia, la esposa) y las que rompen el molde, las malas (prostitutas, infieles, ambiciosas y adineradas) son severamente castigadas. La mayoría de las historias muestran a mujeres víctimas de discriminación y cosificación o hiper sexualización, que se introducen en el imaginario colectivo como “lo normal”.

Racismo, homofobia, clasismo, misoginia y otras intolerancias hacia grupos minoritarios, son parte habitual de los diálogos y situaciones, perpetuando la inequidad social y legitimando valores y comportamientos que no construyen cimientos de una sociedad más inclusiva. Plena de lugares comunes y cargadas de preceptos religiosos, las escenas suscitan reacciones que refuerzan el machismo interiorizado que todos hemos aprendido socialmente desde chiquiticos. Establecen un “deber ser”, que es copiado y asumido como normal por millones de espectadores, mujeres y hombres, pero en su mayoría mujeres, que acompañan día a día la trama.

Sacarles lo bueno

A pesar de que las telenovelas modernas han trascendido el medio televisivo y han explorado nuevos formatos, siguen conservando en esencia el mismo melodrama original (quizás peor con el género de la narco novela). Sin embargo, muchos otros autores han aprovechado su poder persuasivo en temas que permiten hacer marketing social para buenas causas. Por ejemplo, en Brasil se han empleado para influir en decisiones de planificación familiar, en la inscripción en los programas de alfabetización de adultos y para elevar la autonomía financiera de las mujeres.

Las telenovelas con mensajes educativos presentados de manera entretenida pueden cambiar percepciones y comportamientos sobre temas claves como la explotación sexual, el machismo, la corrupción y el abuso de poder. Pero definitivamente tienen que promover mensajes diferentes que retraten la diversidad y pluralidad de las mujeres reales, sin estereotipos sexistas. Mostrar mujeres que eligen la vida que desean para sí, sin ataduras patriarcales, sin androcentrismo, sin sesgos de género. Los medios que proyectaron hasta el cansancio estos famosos melodramas de la Fiallo se lo deben a las nuevas generaciones.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Ella supo, como pocos novelistas del “drama rosa”, hacer un uso contundente de las emociones y abordar temas vitales y escabrosos de las relaciones de pareja y de poder: amores tórridos no correspondidos, relaciones secretas, diferencias de clases sociales, asesinatos, incestos, deseo y rivalidad. Cristal una de sus obras más famosas, fue la telenovela más vista en la historia de España con picos de audiencia de 18 millones de personas. Kassandra entró en el Libro Guinness al ser televisada en 128 países y ser traducida a casi 20 idiomas.

Como feminista admiro la enorme influencia que Delia Fiallo ejerció a través de sus guiones y el impacto que su palabra tuvo sobre las masas, y reconozco su éxito al destacar el poderoso papel de la emocionalidad en nuestras vidas. Pero cuestiono el efecto que, al mismo tiempo, ejerció sobre generaciones enteras al naturalizar las relaciones de pareja bajo el esquema de la violencia, de la subordinación de la mujer y la perpetuación de los estereotipos sexistas en toda América Latina.

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Imposible negarlo. Las novelas atrapan la atención. El secreto está en el manejo que se hace de las emociones, movilizando, contagiando y generando empatía en quien las vive, pero también en quien las observa. Te introducen mentalmente en sus historias y personajes. Hacen que te involucres en la narrativa y tienen el inmenso poder de cambiar los comportamientos de la gente. Como declaró la misma Fiallo a CNN en una oportunidad: «La telenovela es el misterioso arte de conmover hasta las lágrimas porque comunica emociones que son universales. Para las amas de casa atrapadas en casa, ver telenovelas les permite soñar» dijo.

El problema es que las telenovelas, como muchos géneros televisivos, dejan de ser mero entretenimiento para convertirse en instrumentos pedagógicos que estimulan el aprendizaje cultural, reproduciendo en la realidad lo que se observa por la pantalla. Las telenovelas, las de antes y las de ahora, han contribuido enormemente a reforzar roles sexistas polarizados, mostrando en sus múltiples escenas que las mujeres necesitan de un hombre porque son débiles o que los hombres son autosuficientes porque son fuertes. Las mujeres de las novelas solo piensan en casarse y en ser madres y los hombres en ser proveedores y protectores de su familia. Las mujeres son románticas y los hombres son valientes.

Otros estereotipos surgen en las escenas: estándar de belleza de los protagonistas blancos que se convierten en modelos con los que se identifican los espectadores; los negros sirven y son pobres; las mujeres muestran su condición “femenina” y un rol pasivo para obtener aprobación social (la madre, la hermana, la novia, la esposa) y las que rompen el molde, las malas (prostitutas, infieles, ambiciosas y adineradas) son severamente castigadas. La mayoría de las historias muestran a mujeres víctimas de discriminación y cosificación o hiper sexualización, que se introducen en el imaginario colectivo como “lo normal”.

Racismo, homofobia, clasismo, misoginia y otras intolerancias hacia grupos minoritarios, son parte habitual de los diálogos y situaciones, perpetuando la inequidad social y legitimando valores y comportamientos que no construyen cimientos de una sociedad más inclusiva. Plena de lugares comunes y cargadas de preceptos religiosos, las escenas suscitan reacciones que refuerzan el machismo interiorizado que todos hemos aprendido socialmente desde chiquiticos. Establecen un “deber ser”, que es copiado y asumido como normal por millones de espectadores, mujeres y hombres, pero en su mayoría mujeres, que acompañan día a día la trama.

Sacarles lo bueno

A pesar de que las telenovelas modernas han trascendido el medio televisivo y han explorado nuevos formatos, siguen conservando en esencia el mismo melodrama original (quizás peor con el género de la narco novela). Sin embargo, muchos otros autores han aprovechado su poder persuasivo en temas que permiten hacer marketing social para buenas causas. Por ejemplo, en Brasil se han empleado para influir en decisiones de planificación familiar, en la inscripción en los programas de alfabetización de adultos y para elevar la autonomía financiera de las mujeres.

Las telenovelas con mensajes educativos presentados de manera entretenida pueden cambiar percepciones y comportamientos sobre temas claves como la explotación sexual, el machismo, la corrupción y el abuso de poder. Pero definitivamente tienen que promover mensajes diferentes que retraten la diversidad y pluralidad de las mujeres reales, sin estereotipos sexistas. Mostrar mujeres que eligen la vida que desean para sí, sin ataduras patriarcales, sin androcentrismo, sin sesgos de género. Los medios que proyectaron hasta el cansancio estos famosos melodramas de la Fiallo se lo deben a las nuevas generaciones.

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