Si se contara a los venezolanos uno por uno —uno, dos, tres— se hallaría que el tercero tiene hambre. Cuatro, cinco, seis, y ese sexto también tendría hambre. Ese es el cálculo con el que Susana Raffalli, nutricionista y experta en seguridad alimentaria, explica uno de los hallazgos del último estudio sobre Venezuela publicado por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Es un cálculo que, a su juicio, es la expresión de un pueblo que agotó sus recursos y estrategias para acceder a alimentos.
Este 23 de febrero, el PMA reveló que 9,3 millones de venezolanos (32,3 %) están en situación de inseguridad alimentaria y necesitan asistencia. La seguridad alimentaria —dice Raffalli— “no es una caja Clap (Comité Local de Abastecimiento y Producción)”.
Se refiere a la garantía de tener alimentación suficiente en cantidad, calidad y adecuación cultural para satisfacer las necesidades mínimas, sin comprometer el futuro. Se habla de inseguridad alimentaria cuando las personas reportan un consumo inadecuado de alimentos y el agotamiento de recursos para el sustento.
“Es un tercio del país que está en una situación de hambre concreta y que puede estar, en este mismo momento, preparando sus cosas para irse. Son personas que agotaron su base de recursos y casi no están comiendo. Estamos hablando de más de 32% de la población que llegó al límite de sobrevivencia“, expresa a Efecto Cocuyo.
La especialista en nutrición pública señala que la seguridad alimentaria consta de tres dimensiones: alimento disponible, que éste sea accesible y por último que haya estabilidad y perdurabilidad. Sin embargo, los números del PMA indican que 2,3 millones de venezolanos están en inseguridad alimentaria severa. La traducción de Raffalli es corta: hay personas que incurren en privación alimentaria porque no pueden “hacerle frente” a los gastos de alimentación.
“Cuando te dicen que se está en inseguridad alimentaria severa es porque son personas que reportan un consumo de alimentos totalmente inadecuado y han desgastado ya su base de recursos para el sustento a través de estrategias de sobrevivencia irreversibles e inseguras. Es una persona que aún habiendo echado mano de toda su base de recursos, y habiéndola gastado, no puede tener un consumo de alimentos adecuado”, añade.
Raffalli explica que el hallazgo de que 7 millones de venezolanos sufren inseguridad alimentaria moderada indica que su consumo de alimentos solo es mínimamente aceptable. Destaca que la presencia de inseguridad moderada y severa, la falta de una dieta diversificada y el uso de estrategias como la reducción de la variedad, calidad y tamaño de las porciones de comida apuntan hacia un agravamiento de la crisis en los últimos años.
“La cifra del Programa Mundial de Alimentos es la cifra de un pueblo agotado. Estos resultados no hubieran sido los mismos en 2016 o en 2017, a pesar de que fueron años muy difíciles. Desde entonces, nos desgastamos todos los amortiguadores”, puntualiza.
Más vulnerabilidad
Para Susana Raffalli la publicación del organismo de Naciones Unidas, tras la realización de un estudio riguroso, es la mirada “que esperaban” de la comunidad internacional para corroborar las alertas sobre la situación alimentaria emitidas por organizaciones no gubernamentales desde Venezuela.
“La clasificación de la severidad de la situación humanitaria de Venezuela ya no se puede refutar“, expresa.
Sin embargo, añade que el hecho de que persista una cifra grave meses después de la apertura de un mecanismo de respuesta humanitaria en Venezuela significa un deterioro de la situación y debe encender las alarmas.
“Después de tener el país casi un año con el mecanismo de respuesta humanitaria abierto, con fondos humanitarios que han llegado, que la población en situación de hambre se haya duplicado es una llamada de alerta que dice que no ha sido suficiente“, expone.
La especialista afirma que la presencia de un tercio de la población en condiciones de hambre, aunada a la circulación de enfermedades infecciosas y la crisis sanitaria, incrementa la vulnerabilidad y representa un exhorto a la preparación para los actores humanitarios en Venezuela.
“Decir que uno de cada tres venezolanos tiene hambre pone en jaque a todas las instituciones del país que no están listas para atender esta situación. Sube a un nivel enorme de alerta el estado de vulnerabilidad con el que nos enfrentamos ante el resto de pronósticos muy malos en la parte alimentaria y en la parte de salud”, señala.
Raffalli recuerda que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), había estimado previamente que había 6,8 millones de venezolanos subalimentados. Afirma que la FAO se diferencia en que emite cálculos basados en la cantidad de alimentos disponibles en un determinado momento y no mediante encuestas aleatorias directamente con las personas, como el caso del PMA.
En el caso de Cáritas de Venezuela, organización con la que Raffalli elabora boletines sobre la seguridad alimentaria familiar y la desnutrición infantil, su sistema mide intencionalmente la situación de las personas más vulnerables.
El hecho de que la muestra sea lo suficientemente representativa como para extrapolarla al país —destaca la nutricionista—, y que provenga del experto mundial en materia de alimentación, puede generar que aumente la llegada de recursos para atender la emergencia humanitaria compleja que atraviesa Venezuela.
“Es un hambre incontestable y eso puedo ayudar a agilizar muchísimo más la movilización de recursos que se logró hasta ahora, que había sido muy pobre. Ahora Naciones Unidas tiene en sus manos un panorama mucho más sólido para interceder y movilizar fondos para nuestro país”, finaliza.