La Quinta Águila se despide

Venezuela es abundante en despedidas. Lágrimas, abrazos y fotografías familiares hasta el último minuto antes de irse hacia el ahora muy conocido trayecto a través del Puente Simón Bolívar hacia Colombia. El domingo 28 de octubre, con el sellado del pasaporte, también cayó una gota suspendida en el hielo, como escribió el cantautor Jorge Drexler en su canción “Despedir a los glaciares” sobre el último que sobrevive en la Sierra Nevada de Mérida, la quinta águila blanca de la leyenda de Caribay. El microbiólogo Johnma Rondón, último del equipo del proyecto “Vida Glacial” de la Universidad de Los Andes, salía del país rumbo a Buenos Aires.

Antes que él, se fueron Andrés Yarzabal y María Mercedes Ball, sus anteriores tutores de tesis de doctorado. Atrás también se queda el último de los tres ultracongeladores que resguardan a -80°C las muestras de bacterias que lograron colectar en la última expedición al Pico Humboldt, hogar del último glaciar criollo. Allí, en los 0,2 kilómetros cuadrados de masa glaciar restantes, pudieron tomar muestras de entre 500 y 600 microorganismos de miles de años de vida, con propiedades biotecnológicas y físico-químicas aún por descubrir, por su capacidad de vivir cómodamente en ambientes gélidos.

Estudios liderados por el microbiólogo Andrés Yárzabal encontraron que estos pequeños seres vivos podrían ayudar a la agricultura de alta montaña, una medida de adaptación al Cambio Climático para los cultivos andinos, ya afectados por el aumento de la temperatura.

El ecólogo Luis Daniel Llambí es otro profesor ulandino que prosigue estudiando el impacto del Cambio Climático en los andes tropicales venezolanos, un ecosistema donde conviven xerófitas adaptadas al frío como los cardones y cujíes, las 65 especies de frailejones y la selva nublada, así como especies endémicas como el venado del páramo de Mérida y las mariposas del género Redonda.

El investigador es parte de la red Gloria-Andes, que estudia las características y cambios en 65 cumbres en varios países de la región andina. Pero revela que estos termómetros son insuficientes, porque hace falta tener los datos de las estaciones meteorológicas del Inahme, en su mayoría desmanteladas o dañadas. La falta de fondos nacionales e internacionales han congelado las iniciativas académicas.

En Venezuela no tenemos datos suficientes sobre cuánto llueve o qué temperatura hace en el país. Según el Reporte Académico de Cambio Climático de la Academia de Ciencias de Venezuela, hay 2.400 estaciones instaladas, de distintos entes públicos, pero funcionan menos del 30%.

Así mismo, la colección guardada en un laboratorio de la Facultad de Ciencias de la ULA también podría perderse. Los constantes apagones, así como la falla de la planta auxiliar, han llevado al restante dispositivo a perder su enfriamiento. Después de -20°C las bacterias ya serían inviables, advierten los microbiólogos. Es decir, no podrían cultivarse para su estudio posterior. No podría conocerse y aprovecharse su potencial biotecnológico.

Mientras tanto, agricultores de Mérida denunciaron a Efecto Cocuyo que han recibido de parte de las autoridades semillas de papa que jamás germinaron, y perdieron cosechas completas. Pero también hay ventajas aprendidas en la práctica. Por la subida de la temperatura, ahora pueden sembrar ajo y cebolla en Pueblo Llano.

El profesor Maximiliano Bezada, geomorfólogo del Instituto Pedagógico de Caracas, experto en Cambio Climático y quién como Yárzabal emigró del país, ha ido tres veces a la Antártica en un proyecto junto a Ecuador y Uruguay. Dice que no sólo no se puede predecir con exactitud cuándo va a desaparecer “La Corona”, nombre del último glaciar al cual Drexler le dedicó una canción, sino tampoco las características específicas de su desaparición, por la falta de estudios actualizados.

Así no se pueden diseñar las medidas de mitigación y adaptación en los andes venezolanos. Ciencia que le urge al país para los escenarios reflejados en las dos comunicaciones nacionales al respecto: desertificación y subida del nivel del mar en el norte costero y más lluvias torrenciales al sur del río Orinoco. Según los datos oficiales de 2005 se espera una pérdida de rendimientos agrícolas, menor producción de carne, leche y huevos, mayor necesidad de agua de riego, necesidad de desconcentrar y redistribuir industria, vivienda y comercio, servicio turísticos e instituciones financieras e incluso una pérdida en el valor de viviendas para 2020 por subida de temperatura.

Doce años más tarde, el documento publicado por el Ministerio de Ecosocialismo señala como impactos del cambio climático una fragmentación de los focos de enfermedades tropicales como la malaria y el dengue. Sobre este último, señaló un posible repunte en zonas frías como los municipios merideños de Miranda y Pueblo Llano, allí donde ahora hay que subir más para sembrar papa, deforestando páramo, lo que hará escasear el agua. Donde ahora se puede sembrar lo que antes era imposible. Una previsión desactualizada que no refleja cuánto ni cómo ha cambiado en doce años el país, su temperatura y un ecosistema que alberga al último glaciar venezolano.

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