Músicos lloran mientras rinden homenaje a su compañero Armando Cañizales

Muchos son los escenarios en los que ha tocado la Orquesta Sinfónica Juvenil José Francisco del Castillo. El hotel Eurobuilding, la sala José Félix Ribas del Teatro Teresa Carreño, el Centro de Acción Social por la Música son solo alguno de los recintos que han recibido a los jóvenes. Sin embargo, los muchachos nunca imaginaron que algún día iban a tocar en el Cementerio del Este. Mucho menos para despedir a uno de sus músicos.

Entre instrumentos y notas musicales despidieron a Armando Cañizales. Este viernes 5 de mayo fueron sus compañeros de El Sistema los que se plantaron frente a la capilla seis, donde estaba el féretro. En sus posiciones, sosteniendo los arcos para los instrumentos de cuerda y con las flautas, los trombones y el clarinete ya en la boca, los niños y jóvenes entonaron el segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven, la última pieza musical que tocó Armando.

La última vez que interpretó la viola para un público fue en febrero. Para estas semanas estaba pautado un concierto en la Sala Simón Bolívar del Centro de Acción Social por la Música en Caracas. Las protestas hicieron que el concierto se pospusiera hasta que quedó fijado para la semana que viene. No obstante, la muerte de Armando llegó primero y el escenario para el que tanto practicaron los músicos cambió. El evento volvió a ser pospuesto hasta nuevo aviso.

“Quiero darles las gracias a todos por estar aquí”, expresó Israel Cañizales, padre del joven, al tomar el puesto del director de la orquesta. “A todos los he visto crecer. Yo quería que tocaran esa canción porque fue la última que tocó Armando. Gracias por darme eso”, dijo luego de recibir una condecoración por parte de la orquesta. La urna también fue adornada con un reconocimiento: una cinta tricolor con un violín dorado.

Las lágrimas no dejaban ver las partituras a los músicos. Estoicamente, los adolescentes homenajearon a Armando tratando de aliviar el dolor con cada nota. Los ojos estaban hinchados y los labios temblaban. Cuando llegaba el silencio para tocar la próxima pieza, algunos aprovechaban el paréntesis para secarse las lágrimas con las mangas de la camisa.

Ni de negro ni de blanco, los padres de Armando pidieron a los asistentes venir vestidos de colores. Es por eso que la escena, lejos de ser lúgubre, parecía una celebración por haber compartido con el joven de 18 años las cuatro horas de ensayo diarias los cinco días de la semana.

“Era alegre, muy echador de broma. Siempre nos cuidaba. Él tocaba la viola y yo el violín”, recordó Hemely Ruiz, quien compartió con él los ensayos por nueve años. “Era muy alegre, muy estudioso y muy talentoso. Nadie quería luto porque el era muy joven”, contó Ollantay Velásquez, quien dirige la orquesta desde hace dos meses.

Aparte de la música, Armando tenía otra pasión: la medicina. Quería ser médico, como su mamá; pero en vez de Pediatría le hubiera gustado especializarse en Cardiología. “Era muy gruñón, era un picao pero era mi amigo. Era una persona perfecta. Ayudaba a los demás antes de ayudarse a sí mismo”, lamentó Claudio, su mejor amigo de la promoción 33 del Colegio Fray Luis Amigo.

El pasado miércoles 3 de mayo, el día en el que un proyectil penetró el cuello de Armando mientras protestaba en Las Mercedes, Claudio le dijo que lo iba a acompañar. Iban a salir en grupo de Crema Paraíso, en Bello Monte, y de ahí irían a manifestar. Sin embargo, ese día el joven no pudo llegar al sitio donde estaban Armando y su hermano porque salió tarde del banco y ya se habían ido del punto de encuentro.

“Ese día le dije para ir con él porque iba a cuidarlo. Yo tengo un ángel de la guarda muy poderoso, que es mi abuela, y cuando él estaba conmigo las cosas siempre le salían bien. No pude llegar”, contó Claudio. Después le dieron la noticia de la muerte de su amigo. Lo llamó por teléfono varias veces, pero solo caía la contestadora. Salió de su casa en Bello Monte y corrió hasta la avenida Miguel Ángel, donde siempre se la pasaba Armando. No lo vio. Ahí pudo confirmar que ya no estaba.

Médicos del Hospital Periférico de Catia, donde trabaja la madre de Armando, jóvenes de distintas orquestas, la Fundación Musical Simón Bolívar, el maestro José Francisco del Castillo, amigos del colegio y muchos más se unieron al duelo por el joven. Nunca antes tantos instrumentos sonaron en el Cementerio del Este.

“Esto es una gran injusticia porque Armando era alguien que sí servía para algo. No como mucha gente que aún está viva”, se despidió un compañero de la orquesta antes de subir con su violín al transporte que trasladó a los músicos.

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