Después de casi dos años en pandemia, la normalidad se hace cada vez más presente en Caracas. Como un mal recuerdo quedaron aquellas calles solas, comercios cerrados y una ciudad paralizada.
Ahora hasta el tráfico vehicular volvió, en escuelas y universidades retornaron las clases presenciales, los comercios abren sin restricciones: igual los espacios de entretenimiento, donde el público acude tras el hastío de una larga cuarentena.
¿Pero todas las personas podrán asistir a un café, una pizzería, una plaza un parque sin temor a discriminaciones?
Ante recientes actos discriminatorios que han sufrido integrantes de la comunidad LGBTIQ+ surge la pregunta: ¿Existe en Caracas un lugar seguro para las personas LGBTIQ+?
Efecto Cocuyo habló con tres personas de la comunidad sexo diverso que dieron respuesta a esta inquietud.
Ella, el, elle son sus pronombres, Gioconda es no binaria y aunque hasta ahora no le han pedido que se retire de algún lugar, las miradas, comentarios y preguntas de varios individuos hacen que se sienta incómoda o insegura.
«Me dicen: tú podrías ser un gato, un perro o un helicóptero. Yo les digo soy un humano, soy una persona».
Gioconda tiene 22 años, estudió cocina y ya tiene su propio emprendimiento en el ramo culinario. Inicialmente hacía solo ceviche, ahora se mueve en el mundo de la pastelería. Su debut trabajando en un restaurante fue un tanto agridulce, a pesar de que su trabajo era excelente para sus jefes.
«En la cocina hay mucho machismo. Mis compañeros me acosaban, me decían: nosotros te vamos a quitar eso (que me gusten las mujeres)».
Debido a esa distinción y acosos que ha vivido Gioconda, por un tiempo llegó a vestirse como la sociedad acepta que se vea una mujer, con la feminidad a todo su esplendor. Si salía en grupo con su pareja se sentaban separadas. «No nos agarremos las manos, tú te sientas por aquí y yo en el otro extremo», así le decía Gioconda a su pareja.
«Por un momento lo hice porque pensaba que por más que mi mamá me acepte como soy y como me vea, pero qué pasa fuera de mi casa. Llegué a comportarme como una mujer cis, pero me sentía castrada, no era yo».
Gioconda define a Venezuela como un país «inseguro y que le falta muchísimo» para que las personas LGBTIQ+ sean respetadas y tengan garantizados sus derechos; aun así no piensa emigrar todavía.
«Todo esto que he vivido ahorita no es determinante para irme del país. Me gustaría hacer activismo estudiantil e incorporar a los padres y madres para educar, que tengan en cuenta que existen o existimos personas diferentes. Y seguir con mis tortas».
Ser una mujer trans en Venezuela es estar sometida a burlas, desprecio y discriminación. Kelly lo sabe muy bien porque ese es su día.
«Me atacan todos los días desde de la mañana hasta que vuelvo a mi casa». Tiene 44 años, es coach espiritual y tarotista.
A pesar de ello, Kelly a diario sale a la calle, bien sea para buscar empleo o para distraerse con sus hijos o su pareja. Los lugares que le gusta frecuentar son El Ávila, La Estancia o algún centro comercial.
«En esos lugares me siento bien, puedo estar, incluso ir al cine con mi hijo. Pero completamente segura no lo estoy, porque en cualquier momento viene un transfóbico y me ataca».
A Kelly, por sí misma, le ha tocado hacer valer sus derechos, exigir respeto y ganar espacios, como poder usar el baño de mujeres en centros comerciales.
«Que me ataquen a mi es costumbre, pero cuando estoy con mi familia saco la casta. A algunas personas no les importa que agredan o maten a una persona trans, pero también hieren a su familia. Es una familia que también acaban».
El centro de Caracas y el bulevar de Sabana Grande son lugares prohibidos para las y los trans, si vas «es a tu propio riesgo».
«De la plaza Diego Ibarra un policía nos corrió a mi amigo y a mí porque ‘sé que están aquí para prostituirse’. Solo hablábamos. A veces solo nuestra presencia incomoda, el centro de Caracas es de los lugares más transfóbicos».
Para Kelly la sociedad aísla a las personas LGBTIQ+ con lugares apartes o muy costosos.
«Nosotros no somos de ambiente nada, somos seres humanos que podemos tener el derecho de ir a cualquier parte».
Kelly está convencida de que muchas veces el agresor es justificado y a la víctima la condenan.
«Cuando me dicen te tendrás que ir del país, digo una vez más el agresor gana, porque tengo que huir, este es mi país y esta mi identidad».
Jefferson mide 1.82 de estatura, usa barba, tiene 26 años y sus zapatos son de la sección femenina de una tienda. Jefferson es no binario. En el 2020 en plena cuarentena descubrió su identidad, aunque le costó su trabajo.
«Dónde trabajaba me dijeron que no podía estar más ahí, me despidieron».
Jefferson buscó ayuda psicológica para hablar lo que sentía, no identificarse ni como hombre ni como mujer.
«El psicólogo me dijo que mi crianza estaba marcada por mujeres que debía aflorar mi lado masculino. Pero eso no es».
Jefferson es de Falcón, estudia séptimo semestre de comunicación social en la Ucab en Caracas y aunque define a la ciudad «Open mind», en comparación con el interior del país, le ha tocado dejar de hacer cosas por temor.
«Por miedo te cohíbes de muchas cosas, las miradas son asfixiantes, te sofocan, es complejo. A mí me gusta maquillarme, usar las uñas largas, pero lo dejé de hacer por miedo de que me pase algo».
Jefferson acogió a la universidad como su segunda casa, su espacio seguro. Además de estudiar y estar en voluntariados, juega rugby.
«Es un deporte muy bonito y nada machista. No sé si soy el primer no binario jugando rugby, pero lo que sí sé es que estoy jugando algo con lo que me siento feliz».
También participa en un movimiento jesuita: Huellas doradas.
«La juventud venezolana merece espacios seguros y las agrupaciones cristianas y católicas deben abrir la mente de que existen jóvenes con una orientación sexual distinta, pero igualmente nos guiamos por Dios, lo amamos».
A Jefferson en el futuro le gustaría dar clases en la universidad y después emigrar para seguir desarrollando su carrera.
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Después de casi dos años en pandemia, la normalidad se hace cada vez más presente en Caracas. Como un mal recuerdo quedaron aquellas calles solas, comercios cerrados y una ciudad paralizada.
Ahora hasta el tráfico vehicular volvió, en escuelas y universidades retornaron las clases presenciales, los comercios abren sin restricciones: igual los espacios de entretenimiento, donde el público acude tras el hastío de una larga cuarentena.
¿Pero todas las personas podrán asistir a un café, una pizzería, una plaza un parque sin temor a discriminaciones?
Ante recientes actos discriminatorios que han sufrido integrantes de la comunidad LGBTIQ+ surge la pregunta: ¿Existe en Caracas un lugar seguro para las personas LGBTIQ+?
Efecto Cocuyo habló con tres personas de la comunidad sexo diverso que dieron respuesta a esta inquietud.
Ella, el, elle son sus pronombres, Gioconda es no binaria y aunque hasta ahora no le han pedido que se retire de algún lugar, las miradas, comentarios y preguntas de varios individuos hacen que se sienta incómoda o insegura.
«Me dicen: tú podrías ser un gato, un perro o un helicóptero. Yo les digo soy un humano, soy una persona».
Gioconda tiene 22 años, estudió cocina y ya tiene su propio emprendimiento en el ramo culinario. Inicialmente hacía solo ceviche, ahora se mueve en el mundo de la pastelería. Su debut trabajando en un restaurante fue un tanto agridulce, a pesar de que su trabajo era excelente para sus jefes.
«En la cocina hay mucho machismo. Mis compañeros me acosaban, me decían: nosotros te vamos a quitar eso (que me gusten las mujeres)».
Debido a esa distinción y acosos que ha vivido Gioconda, por un tiempo llegó a vestirse como la sociedad acepta que se vea una mujer, con la feminidad a todo su esplendor. Si salía en grupo con su pareja se sentaban separadas. «No nos agarremos las manos, tú te sientas por aquí y yo en el otro extremo», así le decía Gioconda a su pareja.
«Por un momento lo hice porque pensaba que por más que mi mamá me acepte como soy y como me vea, pero qué pasa fuera de mi casa. Llegué a comportarme como una mujer cis, pero me sentía castrada, no era yo».
Gioconda define a Venezuela como un país «inseguro y que le falta muchísimo» para que las personas LGBTIQ+ sean respetadas y tengan garantizados sus derechos; aun así no piensa emigrar todavía.
«Todo esto que he vivido ahorita no es determinante para irme del país. Me gustaría hacer activismo estudiantil e incorporar a los padres y madres para educar, que tengan en cuenta que existen o existimos personas diferentes. Y seguir con mis tortas».
Ser una mujer trans en Venezuela es estar sometida a burlas, desprecio y discriminación. Kelly lo sabe muy bien porque ese es su día.
«Me atacan todos los días desde de la mañana hasta que vuelvo a mi casa». Tiene 44 años, es coach espiritual y tarotista.
A pesar de ello, Kelly a diario sale a la calle, bien sea para buscar empleo o para distraerse con sus hijos o su pareja. Los lugares que le gusta frecuentar son El Ávila, La Estancia o algún centro comercial.
«En esos lugares me siento bien, puedo estar, incluso ir al cine con mi hijo. Pero completamente segura no lo estoy, porque en cualquier momento viene un transfóbico y me ataca».
A Kelly, por sí misma, le ha tocado hacer valer sus derechos, exigir respeto y ganar espacios, como poder usar el baño de mujeres en centros comerciales.
«Que me ataquen a mi es costumbre, pero cuando estoy con mi familia saco la casta. A algunas personas no les importa que agredan o maten a una persona trans, pero también hieren a su familia. Es una familia que también acaban».
El centro de Caracas y el bulevar de Sabana Grande son lugares prohibidos para las y los trans, si vas «es a tu propio riesgo».
«De la plaza Diego Ibarra un policía nos corrió a mi amigo y a mí porque ‘sé que están aquí para prostituirse’. Solo hablábamos. A veces solo nuestra presencia incomoda, el centro de Caracas es de los lugares más transfóbicos».
Para Kelly la sociedad aísla a las personas LGBTIQ+ con lugares apartes o muy costosos.
«Nosotros no somos de ambiente nada, somos seres humanos que podemos tener el derecho de ir a cualquier parte».
Kelly está convencida de que muchas veces el agresor es justificado y a la víctima la condenan.
«Cuando me dicen te tendrás que ir del país, digo una vez más el agresor gana, porque tengo que huir, este es mi país y esta mi identidad».
Jefferson mide 1.82 de estatura, usa barba, tiene 26 años y sus zapatos son de la sección femenina de una tienda. Jefferson es no binario. En el 2020 en plena cuarentena descubrió su identidad, aunque le costó su trabajo.
«Dónde trabajaba me dijeron que no podía estar más ahí, me despidieron».
Jefferson buscó ayuda psicológica para hablar lo que sentía, no identificarse ni como hombre ni como mujer.
«El psicólogo me dijo que mi crianza estaba marcada por mujeres que debía aflorar mi lado masculino. Pero eso no es».
Jefferson es de Falcón, estudia séptimo semestre de comunicación social en la Ucab en Caracas y aunque define a la ciudad «Open mind», en comparación con el interior del país, le ha tocado dejar de hacer cosas por temor.
«Por miedo te cohíbes de muchas cosas, las miradas son asfixiantes, te sofocan, es complejo. A mí me gusta maquillarme, usar las uñas largas, pero lo dejé de hacer por miedo de que me pase algo».
Jefferson acogió a la universidad como su segunda casa, su espacio seguro. Además de estudiar y estar en voluntariados, juega rugby.
«Es un deporte muy bonito y nada machista. No sé si soy el primer no binario jugando rugby, pero lo que sí sé es que estoy jugando algo con lo que me siento feliz».
También participa en un movimiento jesuita: Huellas doradas.
«La juventud venezolana merece espacios seguros y las agrupaciones cristianas y católicas deben abrir la mente de que existen jóvenes con una orientación sexual distinta, pero igualmente nos guiamos por Dios, lo amamos».
A Jefferson en el futuro le gustaría dar clases en la universidad y después emigrar para seguir desarrollando su carrera.