En la vida de José María Vargas pueden determinarse tres etapas perfectamente diferenciadas. Una primera que va de su nacimiento en La Guaira el 10 de marzo de 1786 hasta su viaje a Edimburgo, en 1813. Estos primeros 27 años son enteramente venezolanos: su pueblo natal, Caracas y Cumaná. La segunda etapa es la que va de noviembre de 1813 a noviembre de 1825, cuando regresa a Venezuela, después de 12 años de ausencia. Será el período determinante de su formación médica en la Universidad de Edimburgo (1814-1817) y su estancia de varios años en Puerto Rico (1817-1825), ejerciendo su profesión. La tercera comprende su tranco de particulares realizaciones venezolanas, de 1825 hasta su muerte en Nueva York, en 1854. Si esta tercera no la hubiera vivido, no estaríamos escribiendo estas líneas.
Hijo de un canario avecindado en La Guaira (José Antonio Vargas Machuca) y de una caraqueña (Ana Teresa Ponce), José María de los Dolores nace en La Guaira el 10 de marzo de 1786. A los doce años ingresa como colegial becado en el Seminario Tridentino de Santa Rosa de Lima, en Caracas, y en 1803 recibe el título de bachiller en Artes. De inmediato se matricula para formarse como sacerdote, pero muy pronto abandona el propósito y se aboca a los estudios de medicina. El 27 de noviembre de 1808 se gradúa de Licenciado en Ciencias Médicas, y Doctor en Medicina, en la Universidad de Caracas. Ese mismo año de su graduación se muda a Cumaná, donde ejerce su profesión. Allá forma parte activa de los sucesos políticos originados por la invasión napoleónica en España y firma el Acta de Instalación del Supremo Poder Legislativo de Cumaná, en mayo de 1811.
Para finales de 1811 Vargas ya abriga el proyecto de irse a Europa a estudiar Medicina: se traslada a La Guaira con ese cometido y estando en el puerto ocurre el terremoto de marzo de 1812. Se consagra a la salvación de los heridos y luego, cuando ya se dispone a viajar, Monteverde recupera el poder para España y lo hace preso, confinándolo a las mazmorras por haber participado de los hechos rebeldes de Cumaná. Pudo salir de la cárcel después de la entrada triunfal de Bolívar a Caracas en agosto de 1813. De inmediato preparó su viaje y zarpó hacia Escocia en noviembre de este año. Hasta aquí, la biografía de Vargas no presenta mayores claves, más allá de irse a estudiar a Europa con los recursos de su familia, lo que implica que eran suficientes como para hacerlo. Tiene 27 años y un juicio crítico sobre su vida y sus estudios.
En la travesía hacia Glasgow escribe un diario de reflexiones sobre su vida, citado por Ildefonso Leal en su cronología. Allí se lee: “Los doce primeros años de mi infancia, niñez y mitad de mi adolescencia los pasé en mi patria viviendo tranquilamente y con bastante abundancia; más, desgraciadamente no estaba en estado de conocer las ventajas de mi vida, y en lo general me parecía desagradable, por los malos ratos, sustos y sufrimientos que en mi país acompañan la primera educación, que es bien mala.” (Leal, 1986: 291).
Luego, da otra vuelta de tuerca y afirma: “De los doce a los diez y nueve, cerca de los veinte (años), pasé mi vida en un colegio, lleno de deseos de aprender, entregado a un estudio asiduo, con la mayor aplicación; pero cuán desgraciado fui en haber nacido en mi país. Sin maestros, sin métodos, sin útiles establecimientos, sin recursos, me entregué a aprender lo único que en mi país se conocía imperfectamente y estudiaba. Seguí Gramática Latina, Filosofía Experimental, sin experimentos, Matemáticas hasta donde pude internarme, sin ayuda de peritos maestros, Lógica, Metafísica, etc, cuatro años de Medicina, con un maestro inepto del todo, sin ciencias accesorias, sin conocimientos de Anatomía, Química y Botánica, que sólo se conocen aquellos dos ramos imperfectísimamente, y el último es del todo ignorado. Salí el año 1806, a la edad de 20, y puedo asegurar que en general mi vida ha sido siempre incierta, llena de deseos y de obstáculos para llenarlos, esto es infeliz.” (Leal, 1986: 292).
De ambos párrafos se desprende una primera observación: honestidad, agudeza autocrítica. Sorprendente. Inusual. Extraño. Ya por estas líneas vamos vislumbrando la hondura y entidad del personaje.
Habita casa en Edimburgo a partir de febrero de 1814. Primero estudia inglés y a los pocos meses se inscribe en Anatomía, Cirugía, Obstetricia, Química. La Royal Society lo diploma como miembro, así como el Royal College of Surgeons de Londres, en 1817. A finales de año viaja a Puerto Rico, donde su familia paterna está establecida, huyéndole a la violencia guerrera que se padece en Venezuela. En la isla ejerce la medicina con éxito y se esmera en el estudio de la botánica, haciéndose un verdadero especialista. En noviembre de 1825 está de vuelta en caracas. Ahora sí, todo un médico, formado en una de las mejores universidades del mundo en su especialidad. Comienza su etapa de grandes aportes a la vida nacional.
Vuelta a la patria: el gran modernizador comienza su jornada
Comienza 1826 y Vargas solicita permiso para ejercer su profesión. Abre en su casa una cátedra de Anatomía Práctica gratuita y se casa con Encarnación Maitín, quien fallece al año siguiente sin dejar descendencia. Publica este año el Epítome sobre la vacuna y va cimentando lo que no podía ocurrir de otra manera: su prestigio de médico y científico que va a reconocer el Libertador en enero de 1827, en su última visita a Caracas, modificando los estatutos universitarios por decreto, de manera tal que un galeno pudiera ejercer el rectorado de la casa de estudios.
Pero no es como algunos historiadores han señalado, que Bolívar modificó los Estatutos con el único objeto de designar a Vargas. En verdad, la solicitud de modificación vino del Claustro Universitario, cuyos integrantes la requerían desde 1819 sin ser atendidos. El Libertador estudió la solicitud y convino con ella, decretando el 22 de enero de 1827 el cambio. En el artículo 1° se lee: “Cesa desde hoy la prohibición que imponen los antiguos estatutos de la Universidad de Caracas de elegir para el rectorado de la Universidad a los doctores en Medicina y a los del estado regular.” (Parra León, 230: 1933).
Allanado el camino, el Claustro eligió al doctor José María Vargas ante la negativa rotunda del doctor José Cecilio Ávila de ser reelecto. Vargas obtuvo 21 de los 35 votos del Claustro. A partir de enero de 1827, el guaireño está dominado por el entusiasmo. La tarea lo ocupa íntegramente: transformar una universidad monárquica en otra republicana.
Rector de la Universidad Central de Venezuela (1827)
La universidad que va a presidir Vargas se sustenta sobre unos antecedentes singulares. Primero se creó el Colegio Seminario de Santa Rosa de la ciudad de Caracas en 1696; luego fue erigida la Universidad Real y Pontificia de Santiago de León de Caracas, en 1721 y, finalmente, el Presidente de la República de Colombia, Simón Bolívar, sancionó los Estatutos de la Universidad Central de Venezuela, el 24 julio de 1827, con Vargas a la cabeza de la institución republicana. Entonces se derogaron los estatutos sancionados por Felipe V. Antes, como vimos, tuvo lugar el decreto que allanó el camino para la designación de Vargas.
La universidad moderna que tenía en mente Vargas se inspiraba en su experiencia escocesa y londinense. Será esta universidad republicana la que elimine el requisito de “limpieza de sangre”, hasta entonces vigente y conforme un requisito democrático: “leer y escribir correctamente los principios elementales de gramática castellana y aritmética”. Cuatro facultades integraban la nueva universidad: Filosofía, Teología, Jurisprudencia y Medicina. En esta última, naturalmente, estarán colocados los mayores esfuerzos de Vargas, a quien con justicia se le considera el fundador de los estudios modernos de Medicina en Venezuela. El doctor Vargas cumplió su período de tres años (1827-1828-1829) al frente de la universidad y no aceptó ser candidato a la reelección. Sí se presentó como candidato a Diputado a la Asamblea Constituyente de Valencia y fue electo por la provincia de Caracas, en 1830.
El constituyente en Valencia
Su participación en los debates de Valencia, en la casa de la Estrella, fue destacada. En particular morigerando el tono del rompimiento con Bogotá en lo relativo a la separación de Venezuela de Colombia, recordando la hermandad entre ambos pueblos y la participación conjunta en las gestas de independencia. Entonces, afirmó: “Penetrémonos de horror a la guerra, y de un vivo interés de buscar la paz y el interés común de ambos pueblos en el templo de la concordia.” (Vargas, 1986: 86). Y, también, en lo relativo al trato debido a Bolívar, ya que una fracción importante del congreso constituyente pedía la expulsión del Libertador del territorio de Colombia para iniciar negociaciones conducentes al reconocimiento de la República de Venezuela en trance de reconstitución. Vargas aboga por un trato respetuoso a Bolívar y vota en contra de la condición de expulsión, la que considera un exabrupto. Concluidas sus labores constituyentes en Valencia, viaja a Saint Thomas por una temporada a descansar. De allá regresa a continuar sus tareas profesorales en la Universidad Central de Venezuela y las propias de la Sociedad que preside.
Fundador de la Sociedad Económica de Amigos del País (1829)
La fórmula de las Sociedades Económicas de Amigos del País no fue invención americana sino europea, pero en ambos ámbitos se crearon por los mismos motivos: el desarrollo económico; superar la pobreza. En Zurich se fundó una en 1747, en París en 1761, en San Petersburgo en 1773. En España se fundaron la Vascongada y la Matritense, y en América la primera fue la de La Habana, en 1793, seguida por la de Guatemala, en 1794. El Libertador se inclinó a favor de esta fórmula compartida entre el Estado y los particulares para el desarrollo económico y fundó la de Lima y Bogotá, y en la Ley de Instrucción Pública del 18 de marzo de 1826, estimula la creación de estas sociedades en toda Colombia. En esta ley se basa José Antonio Páez para crear la venezolana el 26 de octubre de 1829. En el Decreto de fundación paecista se establecen los objetivos de la institución: “Los progresos de la agricultura, del comercio, de las artes, oficios, población e instrucción.” Igualmente, queda fijada su naturaleza no beligerante: “Esta sociedad no ejercerá autoridad alguna, ni se mezclará en la alta política del gobierno.”
Como vemos, en el espíritu liberal de la época esta institución responde a una concepción clara de las tareas que desempeña cada sector de la sociedad. Es evidente que la generación de riqueza es asunto de los particulares, con el respaldo y fomento del Estado. También queda claro que a estos sectores productivos no se les quiere en las esferas de la “alta política del gobierno”. Como reza el refrán: “zapatero a su zapato”.
El gobierno del doctor José María Vargas (1835-1836)
A lo largo del segundo semestre de 1834 tiene lugar la campaña electoral para la selección del Presidente de la República. Se presenta la candidatura del general Carlos Soublette, apoyado por Páez; la del general Santiago Mariño, respaldado por José Tadeo Monagas y otros caudillos orientales y, también, la del médico José María Vargas, apoyado por los comerciantes que han visto crecer sus negocios durante los años de Páez, y bajo el espíritu de la libertad de contratos consagrado en la Ley del 10 de abril. El resultado fue favorable a Vargas con 103 votos, seguido por Soublette con 45, Mariño 27, Diego Bautista Urbaneja 10 y Bartolomé Salom, con 10 sufragios.
Es importante destacar que Vargas no quería ser Presidente de la República, que su candidatura le fue impuesta por los hechos, que es muy probable que su negativa se interpretara como una búsqueda de lisonjas por su parte, cosa totalmente absurda, en su caso. La verdad es que el 8 de agosto de 1834, el doctor Vargas ruega que no lo elijan. Cito una de las alocuciones más extrañas que puede leer un venezolano. Afirma: “Ni por un momento he acogido la idea de poder yo encargarme de los destinos de mi país; porque estoy bien convencido de que carezco, además de la capacidad necesaria para dirigir con acierto tan difícil encargo, de aquel poder moral que dan el prestigio de las grandes acciones, y las relaciones adquiridas en la guerra de Independencia; poder que, en mi opinión, es un resorte poderoso en las actuales circunstancias de Venezuela para robustecer la enervada fuerza de la ley; y conjurar con eficacia las tempestades que pueden amenazarla, o hacer desaparecer, rápida y vigorosamente, los males que la aquejen.” (Vargas, 1986: 91).
De nada sirvieron sus advertencias y su decidido rechazo a asumir el cargo, el doctor Vargas asumió la Presidencia de la República el 9 de febrero de 1835. Por dos años más, según disposición constitucional, continuaría a su lado Andrés Narvarte como Vicepresidente. Su gabinete estuvo integrado de la siguiente manera: Antonio Leocadio Guzmán en la Secretaría de Interior y Justicia; general Francisco Conde, en la Secretaría de Guerra y Marina; Santos Michelena, en Hacienda y Relaciones Exteriores.
Desde el momento mismo de la victoria de Vargas se va creando una suerte de conjura en su contra por parte de los seguidores de Santiago Mariño, no hace lo mismo Soublette que se va a Europa, ni Páez que se retira a sus haciendas. Esto, como vimos antes, Vargas sabía que iba a ocurrir. Muy pronto, entra en diatriba con el Congreso de la República cuando este último propone una Ley de impuesto subsidiario del 1%, recabado en las aduanas, con destino a la Hacienda Pública. El Presidente objeta el proyecto de ley, pero las Cámaras lo aprueban, a lo que Vargas responde invocando la violación de la Constitución por parte del Senado. Esta prueba de fuerza condujo a que el presidente presentara su renuncia el 29 de abril de 1835, pero no le fue aceptada, aunque alegaba no disponer de la suficiente fuerza como mantener la paz de la República entre las facciones en pugna.
La renuncia de Vargas fue interpretada por sus adversarios como una muestra de debilidad, aunque no le hubiese sido aceptada. Así fue como se estructuró una conjura en su contra que se denominó “La Revolución de las Reformas”, integrada por Mariño, Diego Ibarra, Luis Perú de Lacroix, Pedro Briceño Méndez, José Tadeo Monagas, Estanislao Rendón, Andrés Level de Goda y Pedro Carujo. Esta asonada se expresó el 8 de julio en Caracas, cuando Carujo penetró en casa del doctor Vargas para detenerlo y se produjo un intercambio de palabras que la historia ha recogido insistentemente. Dijo Carujo: “Doctor Vargas: el mundo es de los valientes”, y Vargas le respondió: “El mundo es del hombre justo”. Después de la detención del Presidente y del Vicepresidente Narvarte, fueron embarcados ambos con rumbo a Saint Thomas en la misma tarde del día fatídico.
Al no más conocerse la asonada, acompañada de un texto de nueve puntos en el que los conjurados querían el mando de las Fuerzas Armadas para el general Mariño, el entonces Jefe de esas mismas fuerzas, designado por Vargas para tal efecto: José Antonio Páez, se puso en marcha para dominar la situación y restablecer el hilo constitucional. Páez entra triunfante a Caracas el 28 de julio de 1835, y el 20 de agosto está de nuevo Vargas en la Presidencia de la República. El movimiento insurreccional, sin embargo, no terminó de ser derrotado sino el 1 de marzo de 1836, en Puerto Cabello.
Lo que debía hacerse con los derrotados fue la piedra de tranca entre Vargas y Páez. El primero, y sus seguidores, exigían que sobre ellos cayera todo el peso de la ley, mientras Páez abogaba por la clemencia y el indulto. La estrategia conciliadora le había servido en el pasado a Páez en distintas circunstancias, pero Vargas exigía castigos ejemplares. Por otra parte, era evidente que la figura del general Páez había crecido mucho más con esta situación, ya que se había convertido en suerte de árbitro mayor y absoluto de la República, de modo que las posibilidades de Vargas de imponer sus criterios por encima de los del caudillo llanero, eran improbables. A Vargas le fue aceptada la renuncia el 24 de abril de 1836. A partir de entonces se dedicaría exclusivamente a la docencia y a la investigación científica y su consecuente escritura.
No fue propicia la señal que quedó en el ambiente nacional después de la Presidencia de Vargas, no porque el doctor no fuese el hombre excepcional que fue, sino porque al no más asumir el poder un civil, el hervidero de los caudillos regionales comenzó a alborotarse, y tuvo que venir el caudillo mayor, Páez, a aplacarlo. Con esto, además, por más que el general Páez se comportara con apego a la Separación de los Poderes, y estuviese verdaderamente comprometido con la creación de una República, se reforzaba la ascendencia de un hombre de armas sobre la mayoría de la población civil. ¿Comenzaba entonces el caudillismo en Venezuela? Quizás la respuesta sea otra pregunta: ¿Podía no ser el caudillismo el signo de la Venezuela republicana, cuando lo había sido durante la Venezuela colonial?
Todo indica que no, que el caudillismo emergería de inmediato enfrentando la sindéresis republicana, buscando imponer su propia gramática, empuñando para ello una espada, y cobrando los servicios prestados durante la Guerra de Independencia. Toda una generación de próceres de la independencia, pasando por encima de las instituciones republicanas o respetándolas poco, en el mejor de los casos, buscó el poder para sí, como si se tratara de una deuda que la nación hubiese contraído con ellos.
El dictamen del científico sobre el petróleo (1839)
Otra incidencia significativa en la vida de Vargas, lo tuvo como protagonista el 3 de octubre de 1839, cuando ya había ejercido la primera magistratura (1835-1836) y había vuelto a sus tareas científicas y clínicas. Se trata de la constancia que deja de haber recibido noticias sobre la existencia de minas de asfalto en Pedernales (Guayana), y la exhortación que debería hacerse al gobernador de esta provincia para determinar la extensión de la mina y sus posibilidades de arriendo para su explotación. Se manifiesta con base en una muestra que le ha llegado de Pedernales, en la región orinoquense; similar a la que ha llegado antes de Trujillo. El informe escrito del doctor Vargas se produce por solicitud de despacho de Hacienda y Relaciones Exteriores y uno de sus párrafos es francamente visionario. Dice: “Es mi única convicción que el hallazgo de las minas de carbón mineral y de asfalto en Venezuela es, según sus circunstancias actuales, más precioso y digno de felicitación para los venezolanos y su liberal Gobierno, que el de las de plata u oro.” (Vargas, 1986: 73).
Párrafos antes, con su proverbial precisión científica, el doctor Vargas ha definido la naturaleza de la muestra que se le ha enviado para su examen. Afirma: “Esta sustancia mineral es el asfalto o betún de Judea de los antiguos, llamado también pez mineral. Su bello color negro de terciopelo, su brillo, su fragilidad junto con su consistencia más o menos blanda, según el calor a que está expuesta, su combustión con buena llama dejando poco residuo, su olor y demás modos muestran su buena calidad si hemos de juzgar por la muestra presentada.” (Vargas, 1986: 71).
También enumera los usos que hasta entonces se le han encontrado a la sustancia y es tan pormenorizado y erudito, que vale la pena que reproduzcamos sus palabras en integridad, ya que se trata de un enunciado completo, con fundamento histórico. Afirma Vargas: “Sus usos son: 1°- El de proteger las maderas contra efectos del agua y la destrucción por los insectos en la misma forma que el alquitrán o pez negra vegetal, así, es el alquitrán que los Indios y Árabes usan. 2°, es uno de los ingredientes del barniz negro de los Chinos, disuelta en cinco partes de nafta… Se usa como cemento en la construcción debajo del agua; y los viajeros aseguran que los grandes ladrillos de las murallas de babilonia estaban cementados con ese asfalto…Es un excelente preservativo de la putrefacción animal y de los insectos que atacan esas substancias. Así era el principal ingrediente del embalsamado de las momias egipcias…Entra en los fuegos de artificio y se cree que era uno de los ingredientes del célebre fuego griego… Constituye en parte el barniz que dan los grabadores a sus planchas de cobre antes de morderlas” (Vargas, 1986: 71-73)
A los usos enumerados por Vargas le añade el sabio una opinión que no le están pidiendo, pero que lo dibuja en su formación y sensatez, además de que constituye todo un programa de políticas públicas de inspiración liberal. No olvidemos que Vargas se había educado en Edimburgo y Londres y que ya para entonces había sido el Presidente fundador de la Sociedad Económica de Amigos del País, institución liberal de gran importancia para los planes de construcción de la república en su etapa postbélica. Afirma el galeno: “En cuanto a las medidas que por el Gobierno puedan adoptarse para beneficiar la mina por cuenta del Estado: me atrevo a opinar que convendría más arrendar su uso, que beneficiarla por cuenta del Fisco; porque un empresario particular sacaría, según mi parecer, muchísimas más ventajas que un administrador puesto por Gobierno; y estas ventajas particulares vendrían a ser públicas y aun directamente útiles al erario, dando al arrendatario bastante duración para alentar al empresario a entrar en trabajos y en desarrollar su especulación, sin prolongarla tanto o hacerla indefinida que prive al Gobierno de participar de las ventajas acaso grandes que esta propiedad pública pueda dar al primer empresario.” (Vargas, 1986: 72-73). Como vemos, todo un lujo de exactitud y prescripción para darle marco a las tareas de explotación del asfalto por parte de los particulares, con la supervisión y el beneficio de la Nación y su Estado.
El Director General de Instrucción Pública (1839-1852)
El general Páez en su segundo gobierno designa a Vargas en la Dirección General de Instrucción Pública, y allí estuvo, ahora sí, “como pez en el agua” durante 13 años, desempeñando una labor de arquitecto pedagógico nacional como pocas veces (¿o ninguna?) se ha visto en la república. Son muchos los documentos escritos y firmados por Vargas durante estos años de labor ciudadana, compartidos con la docencia en la UCV, donde dicta las cátedras de Cirugía y Anatomía, y funda otra nueva en 1842: la de Química. Este año, por cierto, es designado para presidir la comisión que exhuma y trae los restos del Libertador de Santa Marta a Caracas. Además, durante estos 13 años de trabajo concentrado en sus labores educativas y de investigación, escribió la mayor parte de su voluminosa obra científica.
Los restos de Bolívar en Caracas (1842)
El Congreso de la República decreta el 30 de abril de 1842 los “Honores correspondientes al Libertador”, allí se ordena el traslado de sus restos de Santa Marta, Colombia, a Caracas, y que sean depositados en la Santa Iglesia Metropolitana (la Catedral de Caracas). El 13 de diciembre llegaron los restos del Libertador al puerto de La Guaira, pero fueron desembarcados con los honores correspondientes el 15. Provenían de la apoteosis que se le prodigó en Santa Marta, y comenzaba la que se tenía prevista en Caracas. El 16 llegaron a la capital, después de los honores rendidos por el doctor Vargas en La Guaira. Los actos solemnes tuvieron lugar el 17, coincidiendo con el día de su muerte. Los restos fueron devotamente depositados en la Catedral de Caracas. Años después, cuando Antonio Guzmán Blanco cree el Panteón Nacional, serán trasladados hasta este destino definitivo. Entonces, en diciembre de 1842, el general Páez pronunció estas palabras: “Ayer ha recibido Venezuela los restos mortales de su Grande Hijo, y los ha recibido en triunfo y duelo: aplaudiendo su vuelta al suelo natal, ha llorado también sobre su sepulcro. Ya hemos asistido al funeral; allí hemos cumplido con Bolívar muerto. Yo invito ahora a ustedes a que saludemos a Bolívar restituido a la patria con todas sus glorias, con todos sus grandes hechos, con la memoria de sus inmortales servicios.” (Arráiz Lucca, 2007: 40)
En el Informe que presenta Vargas en su condición de presidente de la Comisión, pueden leerse sus palabras de valoración sobre Bolívar, por quien siempre profesó una particular simpatía. Afirma: “Este homenaje que hoy tributamos a Bolívar, el blasón de Caracas, el fundador de tres Repúblicas, el héroe de la América del Sur no termina en él, sino refleja con el brillo de la luz solar sobre el porvenir de nuestras repúblicas, vivificando los gérmenes de sus futuras glorias: homenaje muy de acuerdo con el espíritu de este siglo, con su filosofía, su civilización y con los grandes intereses del género humano; porque la filosofía establece como dogma y principio cardinal de la sociedad que el honor y la gloria son los más poderosos resortes del alma y los agentes vitales de los grandes hombres; y es del interés primordial de la civilización y de la humanidad que estos existan y se multipliquen.” (Vargas, 1986: 403). Nótese la precisión de Vargas, típica del científico, se refiere a la fundación de tres repúblicas. Es decir, la de Colombia, Perú y Bolivia, ya que la de Venezuela y Ecuador no son creaciones de Bolívar; ambas eran departamentos de la de Colombia. Precioso detalle. Lo otro: nótese como recoge los valores de su tiempo y coloca en la cima a la gloria, la misma a la que aludía Bolívar cuando pensaba en su inmortalidad.
El último viaje
En agosto de 1853 se embarca en La Guaira rumbo a Nueva York. Al no más llegar se asienta en Filadelfia. Busca opiniones médicas para su malestar. Pasa un tiempo allí y luego se muda a Nueva York. Escribe un diario con sus observaciones sobre lo que ve, lo que lee, lo que le interesa. Entonces, tiene 68 años. Ya ha redactado testamento, el 7 de mayo de 1853: intuye que el viaje no tiene regreso. Su patrimonio está lejos de ser menor, pero tampoco ha amasado una fortuna. Se declara Católico. Le deja buena parte de su herencia a su amada universidad. Sus restos regresaron a Caracas en 1877 y de inmediato fueron trasladados al Panteón Nacional. No sé si fue a partir de entonces que comenzamos a llamar a José Vargas con el María añadido, pero lo cierto es que el guaireño siempre firmó José Vargas, a secas. Si don Blas Bruni Celli estuviera entre nosotros, con seguridad, esclarecería el enigma.
Bibliografía
- Arráiz Lucca, Rafael. Venezuela: 1830 a nuestros días. Caracas, editorial Alfa, 2007.
- Azpúrua, Ramón. “Biografía de José Vargas” en Biografías de hombres notables de Hispanoamérica. Tomo IV, Caracas, Imprenta Nacional, 1877.
- Blanco, Andrés Eloy. Vargas, albacea de la angustia. Caracas, editorial Cordillera, 1960.
- Briceño Iragorry, Mario. “Meditación sobre Vargas” en Obras Completas, tomo 6, 1989.
- Bruni Celli, Blas. José Vargas. El universo de un hombre justo. Caracas, Ministerio de Educación, 1986.
- ———–Imagen y huella de José Vargas. Caracas, Intevep-Pdvsa, 1984.
- Gabladón, Eleonora. José Vargas. Presidente de la República (Las elecciones presidenciales de 1835). Caracas, Biblioteca Nacional-Funres, 1986.
- Grisanti , Ángel. Vargas íntimo. Un sabio de carne y hueso. Caracas, Jesús Grisanti Editor, 1954.
- Guerrero, Carolina. José María Vargas. Caracas, Biblioteca Biográfica Venezolana, El Nacional- Banco del Caribe, 2006.
- Leal, Ildefonso. “Cronología de José María Vargas” en La hora de Vargas. Caracas, Academia
- Nacional de la Historia, 1986.
- ————Historia de la UCV. Caracas, Universidad Central de Venezuela, Imprenta Universitaria, 1981.
- Márquez Cañizalez, Augusto. José María Vargas (1786-1854). Caracas, Ediciones de la Fundación Eugenio Mendoza, 1954.
- Parra León, Caracciolo. Filosofía universitaria venezolana 1788-1821. Caracas, Parra León Hermanos Editores, 1933.
- Uslar Pietri, José María. “El ejemplo de Vargas” en Letras y hombres de Venezuela. Caracas, Monte Ávila Editores, 1995.
- Vargas, José María. Obras Completas. Caracas, Ministerio de Educación, 1958.
- ————El orden sobre el caos. Selección Blas Bruni Celli. Caracas, Monte Ávila Editores, 1991.
- ————El universo de un hombre justo. Introducción y selección Blas Bruni Celli. Caracas, Ministerio de Educación, 1986.
- Varios autores. La hora de Vargas. Selección Blas Bruni Celli. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1986.
- Villanueva, Laureano. Biografía del doctor José Vargas. Caracas, Imprenta Nacional,
- 1954.
- Fuentes documentales
- Sociedad Económica de Amigos del País. Tomos I y II. Prólogos de Pascual Venegas Filardo y Pedro
- Grases. Caracas, Banco Central de Venezuela, 1958.
- Vargas. Apoteosis del siglo XIX y XX. Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1986.