Civiles: Carlos Raúl Villanueva, pionero
Civiles: Carlos Raúl Villanueva, pionero Foto: Shari Avendaño Credit: Ilustración de Shari Avendaño | @ShariAvendano

El interés que profesamos por la obra arquitectónica no nace en nosotros como consecuencia de una frustración profesional. Nunca pretendimos ser arquitectos, pero no podemos negar que fuimos educados para mirar con atención; después de todo, la mirada es la semilla del poema. Tampoco podemos negar que los espacios (y el clima) inciden en nuestro estado de ánimo, y que de tanto dar vueltas por el mundo la arquitectura es ya uno de los ingredientes de nuestra curiosidad. Cuando estamos en un espacio torpemente diseñado imaginamos el arquitecto chapucero que lo perpetró, pero cuando una mano sensible ha organizado el ambiente, pues se respira mejor, y hasta los diálogos fluyen con cierta armonía, y nos animamos a levantar la copa por quien concibió aquel recinto hecho a la medida del hombre.

La arquitectura, como se sabe, es una disciplina recientemente ofrecida por los centros de Educación Superior venezolanos: la facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV se creó, apenas, en 1941. Quienes primero hicieron arquitectura con vocación pública entre nosotros fueron los ingenieros. Es el caso de Olegario Meneses, que diseñó la parte sur de la vieja Universidad Central de Venezuela y el tristemente desaparecido Cementerio de Los Hijos de Dios, que fue fuente de inspiración para el pintor Nicolás Ferdinandov y para el fotógrafo Alfredo Boulton, entre otros. En Valencia, Alberto Lutowski concibió el mercado de la ciudad. En Caracas, el Palacio Federal Legislativo es obra de Luciano Urdaneta; y las iglesias de Santa Ana, Santa Teresa y el Templo Masónico son obra de Juan Hurtado Manrique. Ya al final del siglo XIX que hemos relacionado, Antonio Malaussena diseña el Circo Metropolitano de Caracas y Alejandro Chataing el Teatro Nacional, la Academia Militar de La Planicie, la Biblioteca Nacional, el Nuevo Circo de Caracas y el Hotel Miramar, en Macuto.

En las primeras décadas del siglo XX regresan al país (o llegan por primera vez) algunos venezolanos que han estudiado arquitectura en Europa o Norteamérica, son los primeros que siguen cursos de Educación Superior en la especialidad. Entre ellos estaban Carlos Guinand Sandoz, Gustavo Wallis, un vasco que se quedó entre nosotros: Manuel Mujica Millán, y el joven Carlos Raúl Villanueva.

Villanueva era nieto del médico, historiador y rector de la Universidad Central de Venezuela, Laureano Villanueva (1840-1912), e hijo del diplomático venezolano, Carlos Antonio Villanueva, que había casado con una francesa, Paulina Astoul. Carlos Raúl nace en Londres el 30 de mayo de 1900, mientras su padre es Cónsul de la República ante el Imperio Británico, pero su infancia, adolescencia y juventud transcurren en el país natal de su madre. Estudia bachillerato en el Lyceé Condorcet de París y arquitectura en la Ecole des Beaux Arts de la misma ciudad, graduándose en 1928. De modo que cuando decide establecerse en el país natal de su padre, en 1929, ya casi tiene treinta años. Viene por primera vez  en 1928, por pocos días, y luego viaja a los Estados Unidos para trabajar en la firma de arquitectos Guilbert y Betelle, para luego volver a Venezuela a comienzos de 1929.

Varias veces nos hemos preguntado por qué navega hasta estos paisajes si su situación laboral en Francia es promisoria (es asistente de Roger-Leopold Humemel y luego el horizonte que se le abre en el país del norte no es despreciable), pero no hallamos respuesta. En cualquier caso, si algo puede celebrar la arquitectura venezolana es esa extraña decisión de Villanueva, sobre todo si tomamos en cuenta que Venezuela no constituía para él ni siquiera un recuerdo de infancia. Quizás por eso mismo se quedó entre nosotros: porque el país fue más un descubrimiento, que una recuperación.

El crítico de la arquitectura venezolana, William Niño Araque, en su ensayo “Villanueva. Momentos de lo moderno” (Carlos Raúl Villanueva. Un moderno en Sudamérica, Galería de Arte Nacional, 1999)  establece una periodización de la obra del maestro compuesta por cuatro momentos.  Período ecléctico (1929-1938), período racionalista (1939-1949), período moderno (1950-1958) y período minimalista (1959-1970), a su vez, dentro del período moderno advierte un fuerte acento de compromiso social. Esta periodización organiza sus años laborales en Venezuela en su totalidad, pero a los efectos de este ensayo no la seguiremos, ya que nos proponemos relacionar sus obras fundamentales sin atender a ella.

Una secuencia asombrosa de obras

El primer intento de Villanueva por radicarse en Venezuela y trabajar como arquitecto fue fallido, pero el segundo no, y la clave estuvo en que trabó amistad con Florencio y Gonzalo Gómez, hijos del dictador, que lo presentaron a éste y el general andino ordenó su incorporación al MOP (Ministerio de Obras Públicas) y, además, le asignaron de inmediato varios encargos: la refacción del Hotel Jardín de Maracay (1929-1930) y la construcción de la plaza Bolívar de Maracay, la más grande del país, entre 1930 y 1935. Así comenzó la vida profesional venezolana de Villanueva.

Luego, en el mismo 1935 comenzó la construcción del Museo de Bellas Artes de Caracas, la primera obra significativa que diseñó en la capital, a la que le siguió el Museo de Ciencias Naturales, en 1936, ya durante el gobierno del general Eleazar López Contreras. A partir de 1939 se concibe en el MOP donde trabajaba Villanueva el plan de edificaciones escolares y a él le fue encargado el diseño de la Escuela Gran Colombia, que fue un hito en su obra arquitectónica; así mismo, su participación en el esquema general de las edificaciones educativas fue fundamental. Luego, durante el gobierno de Isaías Medina Angarita le fue encargado el diseño de la urbanización El Silencio, construida entre 1941 y 1945.

Entre 1948 y 1958 Villanueva participa en el diseño de varias ciudades construidas por el Banco Obrero y el MOP. Nos referimos a la urbanización Rafael Urdaneta, en Maracaibo; la urbanización Carlos Delgado Chalbaud (El Valle) y la Francisco de Miranda (Casalta), así como la gigantesca del “2 de diciembre”, conocida luego como “El 23 de Enero”. De menor dimensión, pero significativa, fue la ciudad vacacional Los Caracas, en donde Villanueva proyectó parte de las viviendas. Estas obras las adelantaba en paralelo a su Opera Maxima de la Ciudad Universitaria de Caracas, que de seguidas revisamos.

La ciudad universitaria

El encargo del proyecto de diseño de la Ciudad Universitaria de Caracas tiene lugar en 1943 y desde entonces, y hasta el momento de su muerte, el 16 de agosto de 1975, Villanueva tiene entre manos un edificio del conjunto, pendiente. De modo que la Ciudad Universitaria de Caracas ocupa un espacio privilegiado de su obra desde sus 43 años hasta los 75 de su fallecimiento. Puede decirse, sin que ello vaya en desmedro de sus otros aportes, que esta obra es la principal de su conjunto creador.

De acuerdo con lo afirmado por Ildefonso Leal en su libro Historia de la UCV, el más entusiasta propulsor de la creación de la Ciudad Universitaria fue el rector Antonio José Castillo, quien logró entusiasmar, también, al presidente de la República, el general Isaías Medina Angarita, quien firmó el decreto que puso en marcha la obra, el 2 de octubre de 1943. También es justo señalar que las 203,53 hectáreas del sitio escogido, la vieja Hacienda de los Ibarra, no fue el que inicialmente se había soñado como sede. Antes, según refiere Leal, se pensó en terrenos aledaños al parque El Pinar en El Paraíso; después, en una zona cercana al Panteón Nacional; luego, en terrenos en la falda del Ávila y, finalmente, llegó a escogerse la Hacienda Sosa, en El Valle, pero gracias a la intervención del doctor Armando Vegas se seleccionó la Hacienda Ibarra, espacio que ya el gobierno nacional había expropiado con la intención inicial de construir un conjunto de viviendas. Vegas defendió ante Medina Angarita la conveniencia del sitio finalmente escogido, Medina accedió y, como se sabe, fue el más fervoroso impulsor de la obra.

Lo primero que se construye de la Ciudad Universitaria es el Hospital Universitario, en 1945 y, felizmente, el proyecto encuentra respaldo de continuidad durante el trienio adeco (1945-1948) y los gobiernos militares de Carlos Delgado Chalbaud y de Marcos Pérez Jiménez. Y es, precisamente, durante el ejercicio de este último cuando Villanueva acomete la etapa que, según los críticos, es la más significativa del conjunto arquitectónico. Me refiero a la etapa que incluye el famosísimo proyecto de Síntesis de las Artes, a partir de 1952, cuando diseña, y se comienzan a ejecutar, el Aula Magna, la Plaza Cubierta, la Biblioteca Central, el edificio del Rectorado, la Sala de Conciertos y el Paraninfo.

El arquitecto Enrique Larrañaga en su ensayo: “La Ciudad Universitaria y el pensamiento arquitectónico en Venezuela” (Obras de arte de la Ciudad Universitaria, Monte Ávila Editores, 1991) afirma: “Sin duda, el momento más intenso de esa depuración estructural y esa euforia compositiva de Villanueva está en los espacios de la Plaza Cubierta, que representan uno de los grandes momentos de la modernidad arquitectónica del siglo XX y, seguramente, lo más significativo del trabajo del arquitecto.”  Y Niño Araque, en el ensayo ya citado señala: “La Plaza Cubierta es parte del itinerario de los monumentos culminantes de la arquitectura moderna, es la clave de un pensamiento espacial fundamentado en la idea de la síntesis como el desafío tendencial, referido a la abstracción de las formas, interpretada en un momento muy preciso por un reducido número de artistas internacionales: traspasar el umbral de la plaza marca el inicio de una experiencia abierta a los ojos y la piel.” Luego, en el mismo texto, Niño señala que la realización plena del proyecto de Síntesis de las Artes se da en el Aula magna, y no le falta razón.

Pero sería injusto señalar solamente la materialización de un anhelo integracionista entre la arquitectura y el arte como el logro máximo. En verdad, en la Ciudad Universitaria se expresa la particular destreza de Villanueva para comprender el espacio en vinculación con el clima. Quizás, por el hecho de haberse educado en Europa, y haber llegado al país siendo un profesional, pudo calibrar con exactitud las resonancias del trópico, los matices de la luz caribeña, y todas aquellas condiciones del ambiente que fueron presupuesto de una gran libertad expresiva. ¿La formación europea no fue en el caso de Villanueva un puente para poder comprender las circunstancias del trópico? ¿El hecho de ser una suerte de venezolano de raigambre extranjera no permitió, acaso, que su visión de los espacios estuviese signada por una distancia comprensiva?

Sí, creo que sí, creo que la condición de ciudadano entre dos mundos, paradójicamente, fue la  que articuló su radical interpretación del espacio tropical. Y ello se expresó en el proyecto de Síntesis de las Artes que, necesariamente, sólo hubiera podido emprenderlo un creador con amplitudes cosmopolitas, que sabe insertar lo propio en un contexto universal. Allí está el secreto, allí está la razón por la que la obra de Calder se aviene perfectamente al espacio en el que está, allí está el secreto por el que no hay ninguna disonancia, ninguna extrañeza en la Ciudad Universitaria, nada está fuera de lugar, todo es pertinente, todo está allí como si no hubiera podido estar de otra manera, en un perfecto ensamblaje. Sólo desde una perspectiva global, que incluye la arquitectura, las artes y lo urbano puede ser comprendida la excepcionalidad de la Ciudad Universitaria de Caracas, y la maravilla que encarna como expresión de la modernidad.

En el año celebratorio del centenario del nacimiento de Villanueva (2000) el Comité Mundial de Patrimonio de la UNESCO, reunido en Australia en su vigésima cuarta reunión anual, declaró a la Ciudad Universitaria como Patrimonio Mundial de la Humanidad. En la Declaración se le concibe como: “una obra maestra de la arquitectura y del arte moderno, reconocida por sus valores paradigmáticos y singulares.” Al hacerlo, la UNESCO reconoce la obra de Villanueva y contribuye con la divulgación y el conocimiento de su trabajo en el ámbito planetario. También, como es lógico, propone el reconocimiento tácito de la obra del maestro como una de las principales de la arquitectura hispanoamericana, junto con las ya consagradas de Lucio Costa, Oscar Niemeyer, Luis Barragán y Rogelio Salmona.

Coda

Muy pocos arquitectos en el mundo han tenido la oportunidad que tuvo Villanueva de contribuir masivamente con la arquitectura y el urbanismo de su país. En Latinoamérica, tan sólo Niemeyer supera a Villanueva en la magnitud de su obra pública. Pero el venezolano no sólo diseñó obras públicas, la lista de casas que concibió junto con su suegro, el constructor Juan Bautista Arismendi, es voluminosa y notable. Igualmente, su labor docente fue prolongada y sumamente valorada por sus alumnos, aunque nunca se propuso crear una escuela de seguidores. Felizmente, un proyecto así no se avenía con su espíritu liberal, que propendía a dejar que cada quien hallara su camino al margen de cualquier forma de ortodoxia.

No cabe la menor duda de que fue clave de su maestría su sensibilidad artística. La relación con el arte hizo de la arquitectura de Villanueva una obra cuyo epicentro fue el hombre. Esto es evidente y, sobre todo, se hace palpable cuando vemos obra de otros arquitectos, técnicamente resuelta, pero sin el influjo humanista que imantaba el trabajo de Villanueva. En este sentido puede hablarse de una perfecta conjunción en su obra entre la ciencia y el arte. De allí que señalemos con énfasis una característica difícil de hallar en los creadores: su plenitud, su globalidad, una riqueza proveniente de la posibilidad de ver los hechos desde distintos ángulos, formándose combinatorias luminosas de singular significación.

Por último, ¿el hecho de que gobiernos autoritarios hayan respaldado su trabajo invalida su obra? No, en lo más mínimo, sobre todo si tomamos en cuenta que su obra no es emblema ideológico del militarismo dictatorial sino todo lo contrario, de la libertad. Nadie podrá hallar ecos fascistas en sus edificios, por más que se lo proponga. Cómo lidiaba Carlos Raúl Villanueva en su fuero interno con el hecho de trabajar para gobiernos que violaban los derechos humanos sistemáticamente, esa es harina de otro costal. En todo caso, él no sentía que trabajaba para un gobierno determinado sino para el Estado venezolano.

Bibliografía

  • GALERÍA DE ARTE NACIONAL. Carlos Raúl Villanueva, un moderno en Sudamérica. Caracas, GAN, 1999.
  • MOHOLY-NAGY, Sibyl. Carlos Raúl Villanueva y la arquitectura de Venezuela. Caracas, UCV 1964.
  • LARRAÑAGA, Enrique. “La Ciudad Universitaria y el pensamiento arquitectónico en Venezuela” en
  • Obras de arte de la Ciudad Universitaria. Caracas, Monte Ávila Editores, 1991.
  • LEAL, Ildefonso.  Historia de la UCV. Caracas, UCV, 1981.
  • PÉREZ RANCEL, Juan José. Carlos Raúl Villanueva. Caracas,  Biblioteca Biográfica Venezolana,
  • n 108, El Nacional-Fundación Banco del Caribe, 2009.
  • VILLANUEVA, Carlos Raúl. Caracas en tres tiempos. Caracas, Ediciones del Cuatricentenario del
  • Caracas, 1966.
  • VILLANUEVA, Paulina. Carlos Raúl Villanueva. Caracas, Alfadil Ediciones, 2000.
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