Horarios restringidos. En Petare ahora todos madrugan por comida o medicinas. Desde el inicio de la cuarentena por el COVID-19, que cumple ya cinco semanas en Venezuela, los petareños deben salir a comprar alimentos entre las 7:00 y las 11:00 am.
Para restringir aún más la movilización, en esta populosa parroquia del municipio Sucre, los cuerpos de seguridad impusieron horarios más estrictos para la compra y venta de alimentos y medicinas.
Es martes, 14 de abril, y son las 11:30 am. Dos guardias nacionales caminan con un megáfono por una de las aceras, donde antes del 13 de marzo la presencia de comerciantes informales era un hervidero.
La escena cambió. Aunque se mantienen unos 10 vendedores a lo largo de la avenida principal que da acceso a la redoma, los pocos que están se dispersan al paso de los militares. A esa hora, los comerciantes exhiben apenas cuatro bolsas con productos como cebolla, pimentón, papas o plátanos.
Cuando los guardias siguen su camino, vuelven a la misma acera. Una vendedora tiene unos pocos billetes en sus manos, entre ellos hay varios de un dólar.
Trabajan de a ratos
Pero esto no es suficiente para que sea una buena venta. La señora Elva Mercado se lamenta. Tiene un puesto en el mercado de La Urbina, pero está cerrado por la cuarentena que se impuso tras el decreto de alarma nacional para prevenir el COVID-19.
“Estoy luchando para poder sobrevivir. Vivo en El Horno y estoy entre Maca y Petare. Todos los días vengo con la mercancía, pero no se vende casi porque hay COVID-19“, dice a Efecto Cocuyo.

Está sentada en una acera frente al elevado que da acceso a Palo Verde, hoy cerrado para la circulación de vehículos. Junto a ella está Cristina González.
Es una mujer joven que tiene dos niños. En varias bolsas tiene pimentón y cebolla a la venta. Los compra en el mercado de Coche, donde una cesta aumentó de 500 mil a 900 mil bolívares después de la cuarentena.
“Trabajo de ratico a ratico porque la policía nos quita, pero nosotras nos volvemos a poner cuando se van”. Viene de José Félix Ribas y está a pocas cuadras de la redoma, también escondida en una esquina con la señora Mercado.
En la carnicería de “los petareños”, como la describe José Nicolás Caire, dueño del establecimiento, hay pocas personas. Una de las razones es que un kilo de carne en el mes de marzo costaba 200 mil bolívares, pero “ahora con los problemas del dólar (alza del paralelo)” el mismo kilo cuesta 595 mil bolívares. Es decir, tras la cuarentena, subió 197,5 %.
Invita a hacer fotos dentro del local donde apenas hay tres compradores a las 11:40 am. Cuenta que el horario fijado para su trabajo es de 7:00 am a 11:00 am. Pero es casi mediodía y mantiene el establecimiento con una sola puerta abierta, mientras él actúa como especie de portero para invitar a comprar a los transeúntes.
Cuáles son los horarios
Más arriba, en el parque infantil de la redoma donde al fondo una figura enorme de Jesucristo trata de hacer sombra con sus brazos abiertos, hay dos funcionarios de la Policía Municipal de Sucre.
Una uniformada accede a contestar varias preguntas sobre el nuevo horario comercial en la zona y el tiempo que pueden permanecer abiertos:
– Comercios: Hasta las 10:00 de la mañana
– Panaderías: Entre 11:30 am y 12:00 del mediodía
– Farmacias: Hasta las 4:00 pm
Pero esos horarios son flexibles. Los informales juegan al gato y al ratón con la GN. Cuando pasan con el megáfono, se van; vuelven cuando los guardias siguen su recorrido a pie. La funcionaria de Polisucre lo reconoce: hay que fastidiar a la gente para que se vaya; pero no todos lo hacen.
Un barbero ahora vende cigarros y café en un termo, en un local donde se atiende desde las rejas. No quiere hablar, dice que la cuarentena lo tiene afectado. No da su nombre, pero sí confiesa, como lo dijeron el resto de los vendedores, que “se trabaja de a ratico; hasta donde la ley lo permite”.

De Filas de Mariche a desinfectar
Adriana Piñango vive en Filas de Mariche. Va con un traje blanco de desinfección y un pequeño tanque donde lleva el líquido para comenzar la jornada del día. Sale con otras dos compañeras. El traje les da calor, pero es una forma que encontraron para trabajar y mantenerse activas en la cuarentena.
Les pagan “un poco más” del salario mínimo. Ese poco más son 50 mil bolívares, porque reciben mensualmente 500 mil bolívares (casi 4 dólares) por sumarse a las jornadas de desinfección como voluntaria de Protección Civil del municipio Sucre.
Comenzaron en esa faena el pasado 28 de marzo. Apenas cumplirá un mes en dos semanas, pero tanto ella como su esposo están ayudando en los trabajos que el Viceministerio de Gestión de Riesgos arrancó en el país con apoyo de alcaldías, gobernaciones y sus respectivos equipos de Protección Civil.
Bajar a la redoma le cuesta 10 mil bolívares diarios, el monto del pasaje que le cobran de Filas de Mariche hasta Petare. Pero esa es otra de las restricciones impuestas. El transporte público solo puede llegar al mercado de Baloa. De resto no tiene acceso a la zona que antes veía transitar a cada minuto camionetas, jeeps y cualquier otra forma para movilizar a pasajeros.
Piñango narra que van por todos los comercios, por sectores y las calles rociando las puertas de establecimientos y los pisos.
Debajo del elevado se despliega un equipo de unas 20 personas para esa misma labor. En los comercios cerrados frente al elevado hay personas aglomeradas, muchas de ellas vendedores informales.

Megáfonos, patrullas y motos
Primero fue una patrulla de la GNB que con la sirena encendida y un parlante advirtió: “Señores, por favor, vamos a retirarnos, ya los comercios están cerrados”. Se mantuvo varios minutos y después dio paso a un policía que con un megáfono desalojó el espacio.
Después llegaron dos trabajadores de desinfección. Uno lleva un tanque con el líquido (hipoclorito de calcio) y el otro una especie de ventilador para retirar desperdicios. Entre el ruido de esta última máquina y el del megáfono del policía, las personas se van quitando a regañadientes.
A los minutos vuelven y entonces un policía a bordo de una moto toca la corneta de la unidad, acelera y frena, se detiene, hace ruido y, como si fuese un pastor, obliga a que se retiren del lugar.
A las 12:40 del mediodía, el mercado Baloa debería estar cerrado. Pero aún hay usuarios comprando y, aunque la funcionaria de Polisucre reconoce que no cumple el horario impuesto, “se hacen los locos” y sigue abierto.

En Petare se madruga por comida
A Carlos Hernández, un motorizado que vive en el sector Maca, no le parece justa la medida de comprar entre 7:00 y 10:00 de la mañana. Esto no le permite hacer las compras de alimentos.
“Yo creo que hacer compras en tres horas no es lo más lógico, tienes que comprar apurado porque ya a las 10 empiezan las Faes (Fuerzas de Acciones Especiales de la PNB) a cerrar negocios”.
Todos los días a las 5:00 am Luis González va a hacer la cola para comprar alimentos en Mesuca. Esto le recuerda las largas filas que hacía cuando la escasez de alimento golpeaba al país.
“En Petare todo es cola y más cola”, dice. Vive en el barrio Guaicaipuro y para no exponer a su esposa e hija al coronavirus, es el único que sale a trabajar y a hacer las compras de alimentos.
Añade que “el transporte está deficiente, a las 2:00 pm ya no hay camionetas. La gente debe subir caminando a sus casas y para salir también es igual”.
Servicios públicos
El confinamiento también ha afectado al transporte público en Petare. Cada vez que Carmen Pérez debe ir a comprar comida recorre desde Guaicoco hasta Petare a pie. Para bajar le toma 20 minutos y para regresar a casa otros 40.
“Es muy fuerte. Siempre que voy a comprar hay mucha gente, sobre todo cerca del Pérez de León. Uno trata de cumplir con las medidas, pero allí va muchísima gente porque los negocios cierran temprano”, dice.
La falta de gas es una de las mayores preocupaciones que tiene Aida Velandria.
En su casa habitan cinco personas y desde hace un mes no llega el camión de Pdvsa Gas a surtir a su comunidad, además las casas que venden gas doméstico están cerradas.
“Estaban vendiendo una bombona en 15 dólares; pero en ese momento no contaba con dinero para comprarla y ahora la necesito”, cuenta Velandria. Habita en el sector Cerrito, a cinco minutos de la redoma de Petare.
La falla en el servicio eléctrico también es una constante en la casa de Velandria. Durante el aislamiento se ha ido la luz dos veces; pero los bajones de electricidad son periódicos.
“Pueden haber 5 o 6 bajones de luz a diario, riesgoso para los electrodomésticos que hay en casa”.
Precios en alza
Carmen Hernández está sorprendida por el alza de precio de los alimentos en Petare. Para poder ayudarse económicamente reactivó una venta de helados caseros.
Ella vive en el barrio Juventud Bolivariana, y baja a las 6 am al mercado. “Salimos a las 6:00 de la mañana desesperados y a las 10:00 de la mañana nos mandan para atrás”.
Hernández lleva consigo una lista y compara los precios con los de la última vez que fue a adquirir alimentos.
“La harina Pan antes costaba entre 50 mil y 55 mil bolívares y ahora está en Bs. 120 mil. Medio cartón de huevos costaba hasta 125 mil y ahora está en 170 mil bolívares”, dice a través de una llamada telefónica.

Acceso cerrado en Palo Verde
Acceder de Petare a Palo Verde se ha vuelto complejo desde que se inició el confinamiento. Las vías que comunican a la urbanización con la redoma de Petare han sido bloqueadas por funcionarios policiales y militares.
Daniela Mujica, habitante de la urbanización, señala que el único acceso donde permiten el pase de vehículos es por la entrada que conecta con Mariche, pero siempre y cuando la persona sea habitante del sector.
Mujica indica que en la urbanización Palo Verde no hay grandes supermercados. Por eso muchos de sus vecinos deben trasladarse a José Félix Ribas a comprar comida, pero lo hacen caminando.
“Dejan pasar caminando solo a personas que vayan con las mascarillas puestas y a las que van a realizar algún tipo de compra”, afirma.