Las condiciones socio económicas y políticas de Venezuela en las últimas décadas han originado, en millones de personas, unas incontenibles ganas de irse del país. Algunas se han ido, o piensan irse, en buena forma –con recursos, con un plan-, otras a la deriva, aventurando. Sea como sea.

La desesperación y desesperanza que carcome a muchos de quienes quedan en ese país ha creado un peligroso caldo de cultivo para la trata de personas y nos ha generado un problema, que aunque históricamente ha tenido alcance mundial, en Venezuela era excepcional.

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Se trata de lo que por décadas se llamó trata de blancas bajo el supuesto de que afectaba a solo a un grupo tradicionalmente vulnerable: las mujeres.  Pero esa denominación invisibilizaba a las mujeres con piel de otro color y a otras víctimas del comercio de carne humana más culpabilizantes: las niñas, niños y adolescentes.  Las sociedades no quería ver.  No se decía nada de trata de hombres. Se suponía que no.

DÍA MUNDIAL CONTRA LA TRATA DE PERSONAS

Según cifras de la ONU el 30% de las víctimas de trata de personas corresponden a menores de 18 años, el 23% son niñas y 7% niños https://t.co/BXPS3y0hKi pic.twitter.com/W6RvqSsOQy

— Noticias RCN (@NoticiasRCN) July 30, 2019

Igualmente, estaba implícito que ese comercio de personas tenía casi exclusivos fines de explotación sexual.  Poco se decía de la mano de obra barata para labores en condiciones despiadadas o el tráfico de órganos, por ejemplo.

Debido a la magnitud y cobertura mundial del problema, las Naciones Unidas lo asumieron y cambió la denominación de trata de blancas a trata de personas.  Así se reconoce que afecta a un espectro social más amplio, no solo a las mujeres.

El comercio de personas pasó a ser considerado una violación de los derechos humanos y un  delito de lesa humanidad.  Esto ha permitido que el problema sea considerado por los Estados pero no necesariamente resuelto.

Por el contrario, en estos tiempos de gran conflictividad política en muchos países y la contracción económica de la mayoría, el inconveniente parece haberse agravado.  La necesidad de emigrar, de huir de sus países –lo que está sucediendo en Venezuela- pone la alfombra roja para que el delito se ejecute.

Una de las aristas del drama humano que significa la trata de personas es que la inmensa mayoría de las víctimas son gente de escasos recursos económicos entre quienes a los explotadores les es fácil captar a las víctimas.

En estos tiempos de virtualidad la trata de personas es como un mercado libre de gente.  Se comercia en las redes. Tanto para la captación como la promoción del producto.  Eso que llaman carne fresca.  Al ser por las redes, el problema se hace casi intangible, inaprensible pero es real, dramático.  Inhumano.

Por supuesto, comerciar con gente, después de la abolición de la esclavitud, es un delito mundial pero como con el de las drogas ilegales, funciona, tiene plena vigencia.

A pesar de las denuncias y la persecución de quienes comercian con personas, este sigue siendo un buen negocio, como casi todos los ilegales,  y que están a cargo de mafias.  Es decir, grupos de poder bien variopinto donde las autoridades suelen estar involucradas.

Eso parece haber sido una de las características de los recientes naufragios de peñeros (embarcaciones artesanales de los pescadores venezolanos) que trasladaban, ilegalmente, a gente que huía del país hacia islas relativamente cercanas.  Esos naufragios han causado decenas de muertos, desaparecidos y mucho dolor a sus familias ante la casi indiferencia de las autoridades.

Hay indicios de que hay trata de personas en estos hechos por la forma cómo han sido captadas las víctimas, las condiciones del viaje y las de llegada al otro país (si es que llegan). Lo que falta saber es qué pasa o hubiera pasado con esas personas al  desembarcar en otras tierras.  El mutismo de las autoridades portuarias y los responsables de esos naufragios hace pensar que no se ha dicho todo.  Han investigado poco porque no les conviene que se sepa.

A las inclemencias del país de donde huían, los riesgos en la travesía, las deudas que probablemente le dejaron a sus familias, se suma el trato despiadado que reciben esos grupos migrantes en el país “huésped”.  Así ha sido con quienes han desembarcado en Trinidad, Aruba o Curacao.  Países que parecen desconocer los servicios básicos humanitarios

Estos accidentes marinos han sido los que más han impactado a la opinión pública venezolana por su magnitud y la zozobra creada desde las primeras noticias de la desaparición del bote pero, sin duda, son solo la punta del iceberg de la tragedia que viven miles de venezolanos y venezolanas migrantes en búsqueda de una mejor vida.

Igual debe haber mucha tela que cortar en los que se han ido pata en el suelo e, inclusive, en avión.

Muchas de las empresas que se lucran con la actividad sexual disponen de tanto dinero que trasladan volando la carne humana venezolana al exterior.  Con esa misma velocidad, casi seguro, recaudaran lo invertido.

Detener la trata de personas

Ahora, Venezuela exporta trabajadoras sexuales, travestis, estrellas del porno gay y straight.  Algunas de esas personas se fueron por decisión propia y han logrado un próspero negocio con sus dotes corporales.  Esto pudiera decir algo bueno de la carne humana que producimos pero muy malo de nosotros como nación, como sociedad.  Sobre todo, si  ellas y ellos son objeto de explotación sexual por parte de las mafias que los reclutaron.

En todo caso, la trata de personas hay que pararla.  La mejor forma sería mejorando la calidad de vida a lo interno de cada país, pero ante la ineficacia de los gobiernos, las ganas de irse del país crecen y los más necesitados están dispuestos a hacerlo de cualquier forma. ¡Qué malo!

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