Esa semana Chile ardió. En el centro sur los incendios forestales devoraron casas, autos, jardines y también personas. El domingo 4 de febrero José Miguel Montilla terminó de leer las noticias desde la capital, tomó el celular y llamó a algunos amigos venezolanos, migrantes como él.

“Vamos a apoyar en lo que se pueda”, les dijo, tras recordar las palabras que su padrastro, director de Protección Civil en Trujillo, Venezuela, siempre le repitió: “Hijo, cuando usted pueda, tiene que ayudar a la gente que lo necesite. Siempre vaya y ayude”.

El fuego había arrasado con buena parte de Valparaíso, esa región chilena llena de balnearios y viñas que se extiende a lo largo de la costa del Pacífico y hasta la cordillera de los Andes. Las cifras recientes de las autoridades indican que hay al menos 131 muertos y alrededor de 15 mil viviendas dañadas.

Viña del Mar y Quilpué son dos de las ciudades donde se registraron más focos activos y casas quemadas; ambas quedan a unos 130 kilómetros de Santiago de Chile.

Montilla, de 33 años, y su pareja, Wilmary Mendoza, de 28 años, reunieron a nueve personas para comenzar a recolectar comida, agua, ropa y otros insumos con el objetivo de llevarlos a los afectados por las llamas en Viña del Mar, esos que aún no reciben suficiente ayuda gubernamental por vivir en zonas inaccesibles para vehículos grandes. Para el miércoles 7 de febrero habían logrado obtener tres toneladas de botellas de agua y arreglar poco más de 250 bolsas de comida.

Antes de acercarse a las comunidades, los diez venezolanos se vistieron con franelas blancas estampadas con el nombre “Grupo de Panas”, que fue como se bautizaron. Panas, esa palabra que en Venezuela equivale decir “Amigos”.

“Uno de los muchachos se encargó de hacer un flyer y dijimos “Bueno, vamos a repostearlo, si alguien nos ayuda, bien. Si no, todo lo hacemos nosotros”. Jamás pensamos que íbamos a tener tanto alcance. Fue una locura, el lunes en la mañana ya había una primera persona llevando bultos de pasta y de arroz, latas de atún. Llegaron otras que fueron sumando”, explicó Montilla a Efecto Cocuyo en contacto telefónico.

Hasta el viernes 9 de febrero Grupo de Panas había alcanzado a más de dos centenares de familias en distintos sectores, entre ellos comunidades en Miraflores y Reñaca Alto, al norte de Viña del Mar. También han llegado a Achupallas y Pompeya, donde la ceniza todo lo cubre.

“Nos empiezan a contactar empresas. También emprendedores que, en su mayoría, son venezolanos. Nos donaron agua y más recursos. Llenamos tres camiones de comida, agua y ropa. Y entre todos hicimos combos para darle a la gente, llevamos también comida para animales, perritos y gatos”, indicó Montilla.

Lo que encontró en los sectores rurales que visitó le dejó un nudo en la garganta del cual no ha podido deshacerse. Las miradas de los niños y adultos que perdieron todo entre las llamas se quedaron muy dentro de su memoria.

“La cara de tristeza de la gente me partió el corazón. Al más duro lo hacía llorar. Ver todas esas casas quemadas… Para uno que vive en Santiago y va a Viña a vacacionar, ver todo eso hecho cenizas era algo sorprendente, horrible”, explicó el venezolano.

Chile bajo fuego

Las imágenes publicadas por medios de comunicación y usuarios en redes sociales muestran la destrucción que dejaron los incendios a su paso en Valparaíso. Actualmente el gobierno de Gabriel Boric atiende a los damnificados y heridos, mientras las sospechas de que el fuego fue provocado se esparcen de boca en boca tras las declaraciones del mandatario.

Después del terremoto de 2010, este ha sido el siniestro más mortífero registrado en la nación, insiste Boric. Bajo el cielo azul, funcionarios de cuerpos de rescate trabajan entre los escombros y vecinos ayudan a buscar a los desaparecidos. Hay polvo en todas partes y medio país está de luto.

Las comunidades rurales que se ubican en sitios empinados, donde casi no han podido acudir los organismos del Estado, son el objetivo del Grupo de Panas. Para ello cuentan con motorizados que suelen trabajar haciendo entregas de comida rápida.

Para poder acceder a los cerros más difíciles, los venezolanos suben con los camiones hasta donde les permita la vía. Cuando ya no pueden ingresar con vehículos de gran tamaño, establecen un campamento base, descargan los insumos, los guardan en bolsos de delivery, se suben a las motos y comienzan a transportarlos hasta las localidades perjudicadas.

“Fue impresionante cuando bajamos la ropa y se acercó la gente de manera desesperada. Tuvimos que pedir que nos dejaran organizarnos. Hicieron una fila y les íbamos dando lo que necesitaban. Eso sí, la gente allá tenía mucha conciencia, nos decían: “Yo ya tengo agua, lo que necesito es comida, agua dale a alguien más”, por ejemplo, “Yo solamente quiero jabón o pañales”, nadie buscaba aprovecharse”, contó Montilla.

Recuerda claramente a un chileno que hablaba con una calma aplastante y le narró cómo el fuego calcinó su casa y a un vecino en pocos minutos. La gente está consternada, pero se aferran a la vida e intentan sobreponerse, explicó el venezolano.

“Los chilenos se han mostrado súper agradecidos. Impresionante cómo se ayudan entre sí. Mueven los escombros entre todos, intentan levantar otra vez sus casitas; algunos están durmiendo sobre la tierra, como pueden. Nos llegó una señora diciendo: “¿No les quedó un colchoncito? Que yo la verdad estoy durmiendo sobre el asfalto y estoy bastante cansada”, señaló José Miguel.

La retribución del migrante

De Venezuela se han ido al menos 7,72 millones de personas a la fecha, según estimaciones de la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes, conocida como R4V. De ese total, 444,4 mil están en Chile, lo que convierte al país en el quinto con mayor cantidad de migrantes venezolanos.

José Miguel es contador de profesión, lleva ya cinco años en la capital chilena y proviene de Trujillo, al occidente de Venezuela. Wilmary cumplió dos años en Santiago, antes vivía en Barquisimeto, estado Lara, donde trabajaba como vendedora. Ambos salieron del territorio nacional empujados por la crisis humanitaria compleja, como la mayoría de los que deciden hacer las maletas y marcharse.

Montilla huyó de la inseguridad. A su padre biológico lo mataron en un robo a mano armada a un mes de su partida a Chile. Wilmary intentaba salvar a su mamá del lupus que la aquejaba. No lo logró.

La grave situación en Venezuela obliga a muchos a irse para ayudar a sus familias desde fuera. También es el caso de Italo Meléndez, de 34 años, que residía en Barquisimeto y llegó a Valparaíso en 2021 tras “pedir la cola” durante 15 días desde Colombia. Es decir, haciendo autoestop. En Venezuela no rendía el dinero para atender a su hijo diagnosticado con autismo.

Italo es uno de los motorizados del Grupo de Panas. Se enteró de la iniciativa por Wilmary, quien lo llamó e invitó a participar.

“Lo que uno ve en esos sitios es tristeza, porque no tienen ayuda de nadie. Los primeros días algunas personas nos amenazaban porque había un rumor de que los delivery andábamos encendiendo cerros. Pero cuando nos volvimos virales no se metieron más con nosotros”, contó Italo a Efecto Cocuyo en llamada telefónica.

La gasolina de la moto para ir a las zonas afectadas sale de su propio bolsillo. Se lamenta porque perdió el trabajo en una farmacia recientemente, debido a que se ausentó para participar en las jornadas de Grupo de Panas.

“Aquí vamos. Seguimos. Esto lo hago porque me sale del corazón, yo estoy agradecido con Chile, gracias a Dios no puedo decir que estoy mal. Hoy me siento muy bien porque acabamos de repartir 100 almuerzos”, dijo Italo.

Italo, Wilmary y José Miguel concuerdan en que su labor en medio de la tragedia chilena es una retribución a un país que los ha recibido por largo tiempo y desde el cual han podido construir poco a poco una nueva vida.

“Estoy muy agradecida con Dios por permitirme hacer esta labor. Es muy triste ver cómo estas personas se quedaron sin nada. Yo soy madre y lo que más me impactó ayer fue ver a un bebé de cinco meses en Viña, sonriendo a pesar de tanta desgracia a su alrededor. Esas cosas me mueven a ayudar”, expresó Wilmary.

Qué van a hacer ahora

Grupo de Panas seguirá operando por un tiempo, según indica José Miguel. Algunas organizaciones chilenas los han contactado y esperan poder unir esfuerzos.

“Aquí estamos prestados en este país y con todo y eso nos han abierto puertas. Eso es algo que agradecer. Toda la gente de Grupo de Panas lo hemos conversado”, dijo Montilla.

Mientras, Chile se mantiene alerta por los incendios forestales. Unos 1.500 bomberos están desplegados en las calles, para atender los sectores de Valparaíso que sufrieron la catástrofe y evitar nuevas emergencias.

Entre tanto humo y lágrimas, otros migrantes se han organizado para recolectar insumos y ayudar a levantar escombros. Connacionales también han resultado afectados, aunque aún no hay cifras oficiales de cuántos venezolanos perdieron enseres por las llamas.

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