Como si fuera parte de sus manos, el fino nailon se desplaza ligeramente por sus dedos; la aguja entra rápidamente entre las cuerdas tejidas del telar triangular. Los lentes están sobre su nariz; masca una pella de chimó para evitar la fatiga. No hay ni una pizca de duda en su acción, ya son seis décadas haciendo calzando a los pobladores de Barbacoas. Su fama lo precede en el pueblo, pues quienes llegan a su casa solo buscan un buen par de alpargatas tejidas a manos por Dolo Milano, El Alpargatero.
No hay un barbacoense que no use un par de alpargatas hechas por Don Milano; y es que todo el pueblo conoce de primera mano su obra. Tanto él como su familia se dedican a elaborar el calzado más popular de la región llanera venezolana.
A sus 70 años de edad, Don Dolo mantiene un carácter avispado con respecto a su nombre, pese a ser una figura respetada en Barbacoas, algunos de sus habitantes aseguran que su nombre real es Dolores. “Me llamo Dolo, Dolo Milano, El Alpargatero de Barbacoas”, insiste.
Dolo tejió su primer par de alpargatas en su tierra natal: Las Mercedes del Llano, en el estado Guárico, a dos horas de Barbacoas, cuando tenía ocho años de edad.
Confesó que aprendió su labor gracias a un amigo de la familia, cuyo nombre lamenta no recordar hoy en día. Aquel personaje era oriundo de Apure y tejía por gusto, solo para él y sus amistades más cercana.
“Él tejía era porque quería diseñar su calzado, no le vendía a nadie. El señor me regaló el pabilo, el marco donde se iba a montar el telar, una aguja y una paleta, me la armó y me dijo váyase para su casa y aprenda usted; y yo, con entusiasmo, comencé”, relató Dolo.
Desde aquel momento, Dolo vio que la artesanía podía ser un escape para su destino como agricultor, esta labor no le llamaba la atención. Su padre era un hombre pragmático y de carácter fuerte, típico de los llaneros en la Venezuela que, pasaba en ese momento, de una economía agraria a petrolera.
Dolo relata con lucidez que su padre, más de una vez, le reclamó a su amigo por enseñarle la labor artesanal.
—Tú lo que estás es perdiendo el tiempo allí. Yo no sé para qué mi compadre te metió esa vaina en la cabeza de ser tejedor—, le decía el padre a Dolo.
—Papá yo no quiero ser agricultor, si me caigo de un caballo y me quiebro un hueso no me podré dedicar a nada más—, le respondió el joven Dolo a su progenitor.
Pero Dolo no se acercó a la artesanía de alpargatas solo por ver al amigo de su padre tejiendo. Dolo era miembro de una familia de 11 hermanos, su padre trabajaba para el Estado y el dinero no le alcanzaba para comprarle zapatos a todos sus hijos.
“Andábamos descalzos, ese fue el entusiasmo y la idea mía cuando yo vi a ese señor tejiendo”, explica.
Su padre terminó aceptando la profesión que emprendería su hijo, cuando Dolo empezó a hacer las alpargatas para sus hermanos. Ellos le pedían que se las fabricara. Dolo las hacía con entusiasmo, aunque a la vez los reprendíapor no querer aprender el oficio.
Mudanza
Cuando el abuelo de Dolo murió su padre se vio obligado a trasladarse desde Las Mercedes del Llano a Barbacoas, al sur del estado Aragua. Era 1958 y la dictadura de Marcos Pérez Jiménez acababa de caer.
La familia se estableció en el poblado aragüeño y empezaron de cero. Dolo sabía tejer alpargatas, en su adolescencia perfeccionó su técnica. Poco a poco, comenzó a darse a conocer.
En un principio Dolo no tenía aspiraciones de ser solo conocido como alpargatero. Tener el talento de hacer el calzado tradicional del llano, más bien fungía como una forma de sortear el escollo de la pobreza y mantener a su familia. Durante un tiempo también se dedicó a ser camionero.
Aquel oficio le permitió recorrer varias zonas del país. Era una dicha poder conocer nuevas personas y asombrase por las maravillosas vistas, dignas de un catálogo turístico. Sin embargo, una úlcera gástrica acabó con sus recorridos.
Joven y enfermo, a los 26 años Dolo decidió empezar a ganar dinero con el oficio que había aprendido a los 8 años. Se casó en Barbacoas, se mudó a su propia casa y su familia empezó a crecer. “Mi familia estaba creciendo y me tenía que ocupar del sustento para mis hijos”, explica.
¡Lleven sus alpargatas!
En sus inicios, pese a su fama como alpargatero, Dolo no tenía muchos clientes frecuentes en su casa, tal como ocurre hoy en día. Su plan principal fue irse a dar vueltas con un saco al hombro, por el pueblo para vender las que había fabricado.
“Todos los días en la casa se sacaba una docena de alpargatas y no venía la gente a comprar a la casa, mi esposa sacaba dos diarias yo sacaba dos pares, las demás las sacaban nuestros hijos. Como la gente no venía a comprarlas a mi casa tome la decisión de salir a venderlas”, cuenta desde su casa.
El primer intento fracasó. No pudo vender ninguna. Descubrió que no era necesario salir a venderlas todos lo días, porque la gente que trabaja en el campo cobraba todos los sábados después del mediodía. Así que cambió su estrategia de ventas. Juntaba 20 pares de alpargatas, las metía en el saco y se quedaba con dos pares en la mano.
Antes de salir a vender, desayunaba. Aunque precavido, también guardaba una arepa, antes de salir a recorrer el pueblo y sus alrededores. Algunos vecinos, no acostumbrados al ruido, le reprochaban la gritadera, pero eso no lo detuvo. Siguió adelante con su exitosa estrategia de ventas.
“Yo gritaba por todo el pueblo ´¡Sí hay alpargatas, sí hay las alpargatas! Compren alpargatas para que no se le revienten los pies, para que vayan a bailar joropo´; y con esa labia yo vendía mis alpargatas”, recuerda entre risas.
Dolo se regresaba a su hogar sin un par de alpargatas, todas las vendía.
Su casa, su taller
Todos los días, a las 6 de la mañana, comienza la jornada en el patio trasero de su casa. Ese espacio se convirtió en su taller. El pequeño terreno tiene cauchos por doquier, sillas de mimbre y pedazos de nailon regados.
La emisora siempre está a volumen bajo. A pesar de su edad, Dolo fabrica un par de alpargatas en dos horas. Sus nietos, se sientan alrededor de su abuelo para tejer, por ser jóvenes suelen ser más rápidos y terminan un par hasta en hora y media.
“En dos horas te ganas 10 dólares. Esto no es un negocio para hacerse rico. Pero yo amo hacer alpargatas”, enfatizó sonriendo.
Dolo tiene cinco hijos y todos saben hacer alpargatas. Varios tienen sus propias familias, y han enseñado a sus descendientes el oficio de su padre.
Para el artesano de alpargatas, que su familia haya seguido la tradición de tejer es un orgullo. Confianza sentirse satisfecho con su labor, porque pudo pagar la educación de sus hijos, profesionales y graduados de universidades. “Ninguno se me quedó bruto”, se jactó.
“Una de mis hijas es maestra y haciendo alpargatas gana más dinero que dando clases; con un par que venda salva el mes y todavía le queda real, si lo comparas con lo que gana como educadora”, detalló el artesano.
En el taller de Milano hacen alpargatas con adornos, de colores y hasta con el tricolor nacional, estas últimas a Dolo no le gustaba hacerlas porque sentía que irrespetaba el símbolo patrio.
“Cómo se pueden poner la bandera en los pies”, reclamó. Uno de los colores que también se llevaban mucho en la casa de El Alpargatero era el rojo.
Cuenta el artesano que cuando el presidente Hugo Chávez popularizó entre sus seguidores el color rojo, la gente pedía decenas de pares de alpargatas de ese color. “Ahora nadie las pide roja, ya no se venden”, agregó.
Un robo lo alejó de Caracas
A finales de los años 70, cuando Luis Herrera Campins llegaba al poder, Dolo aprovechó para ir a vender su artesanía a Caracas. Sabía que en la ciudad le iría mejor que venderlas en el pueblo; como veía a mucha gente usar llaveros, se las ingenió para fabricar pequeñas alpargatas para guindar las llaves.
Dolo aprovechaba el tráfico que se genera en la avenida Baralt a la altura de El Silencio, para mostrar sus llaveros a los conductores caraqueños. “Los vendía desde las 6 de la mañana hasta las 9 am en las colas que se hacían”, señala.
El artesano de alpargatas iba una o dos veces por semanas a la ciudad y se regresaba en los autobuses del terminal de Nuevo Circo, que viajan a diario de Caracas a El Sombrero.
Un día Dolo había terminado de trabajar y se dirigía caminando de El Silencio al Nuevo Circo; ya había vendido casi toda la mercancía y en el bolso le quedaba solo un par de alpargatas grande. Ese día se había ganado tres mil bolívares, que necesitaba llevarlos a su casa para que su familia hiciera el mercado y pagar algunas deudas.
Mientras El Alpargatero caminaba por el bullicioso centro de Caracas se dio cuenta de que un hombre le ordenaba detenerse y le pidió todas sus pertenencias.
—Párate y pégate y me das todo lo que tienes, dijo el ladrón armado con una pistola.
—Chamo, los reales que tengo no te los puedo dar, respondió Dolo nervioso.
Aprovechándose de su elocuencia, el joven alpargatero inició un pequeño diálogo con el delincuente para evitar ser robado y llegar a casa sin un bolívar.
—Esos riales no son míos. Se los tengo que llevar a mi jefe en el llano. Solo te podría dar 100 bolívares de mi ganancia. Es más abajo de Apure, sino llevo esos riales a ese hombre, se me va a molestar: los reales no te los puedo dar tendrás que matarme– dijo Dolo al delincuente.
Sin importar todos los argumentos expuestos por Dolo el delincuente intentó arrebatarle el bolso cuando de pronto un policía se dio cuenta de la situación. El hombre armado tiró su pistola al suelo para zafarse de una detención, pero el funcionario lo detuvo.
—Coño, llanero, te ibas a dejar joder con una pistola de juguete– exclamó el policía a Dolo.
“Desde ese día dije que no iba más a Caracas a hacer absolutamente nada”, juró El Alpargatero.
En las seis décadas que tiene Dolo haciendo alpargatas ha perdido la cuenta de cuántas ha realizado, pero se siente satisfecho al saber que sus alpargatas han llegado a Estados Unidos, Haití, España y otros rincones del mundo que él no recuerda.
“Tengo una admiración por saber que mis alpargatas le están dando la vuelta al mundo”, sonrió Dolo mientras tejía un par de alpargatas en su silla de mimbre verde.
Esta historia es la primera parte de la historia de las alpargatas. La segunda será publicada la próxima semana.