Después de haber nacido Jesús en Belén de Judea, en el tiempo del rey Herodes, unos magos de oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: “¿Dónde está el que ha nacido, el Rey de los Judíos? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo”. Al oír esto el rey Herodes se turbó y con él toda Jerusalén… Mateo 2: 1-3 (N.B.: las citas bíblicas han sido tomadas de la Santa Biblia, Ediciones Paulinas 1967, en homenaje al cuatricentenario de la ciudad de Caracas).

De los cuatro evangelios canónicos: Mateo (escrito hacia los años 70 a 80 de nuestra era), Marcos (65 a 75), Lucas (80 a 85) y Juan (95 a 100), solo los de Mateo y Lucas se refieren al nacimiento e infancia de Jesús, mientras que el de Mateo es el único referente a una estrella que guía a unos “hombres sabios” o “magos” hasta Belén. En el siglo III de nuestra era se comienza a llamarlos reyes, en número de tres. Melchor, Gaspar y Baltasar como apelativos aparecen por primera vez en el siglo VI de nuestra era y es en el siglo XV cuando la iconografía les da representación diferenciada en edades y etnias europea, asiática y africana. 

 En ocasión de su cuatricentenario en 2014, la Universidad de Gröningen (Países Bajos) celebró un congreso dedicado al tema de la natividad de Jesús y la estrella de Belén, que reunió a astrónomos, historiadores, teólogos y otros eruditos. Ahí se documentaron las objeciones de los investigadores modernos a la tradición primitiva que atribuye al apóstol Mateo la autoría de ese evangelio, inclinándose por un autor de nombre perdido para la historia, un escriba y experto en leyes judías, que con fines proselitistas escribió unos 80 años después de los sucesos, sin haber sido testigo de la vida de Jesús.

Otro punto en discusión es el año del nacimiento de Jesús. El abad del siglo VI Dionysius Exiguus introdujo el sistema calendario que hoy conocemos como “antes de Cristo, aC” y “después de Cristo, dC”, tomando como año 1 el del nacimiento de Jesús, según sus cálculos. El evangelio de Mateo, ya lo vimos, indica que Jesús nació cuando Herodes el Grande era rey de Judea, cuya muerte según registros históricos ocurrió entre 1 y 4 años antes de nuestra era. El evangelio de Lucas, por otra parte, inicia su reseña de la infancia de Jesús ubicándola también “en tiempos de Herodes, rey de Judea” (Lucas 1:5) para más tarde contradecirse al señalar que días previos al nacimiento de Jesús “…salió un edicto de César Augusto para que se empadronara todo el mundo. Este es el primer censo hecho siendo Quirino gobernador de Siria…” (Lucas 2: 1-3), un censo que ocurrió en el año 6 de esta era, lo cual introduce un lapso de 8 a 10 años de diferencia entre la muerte de Herodes y el censo de Quirinio.

Los historiadores modernos aceptan que el nacimiento del redentor ocurrió en vida de Herodes, por lo que debió suceder 4 a 8 años antes del actual año 1 dC. Cabe señalar que hoy en día, las denominaciones aC y dC se ha propuesto sustituirlas por “antes de la era actual” y “después de la era actual”, en aras de evitar sesgos religiosos impropios de la universalidad de la humanidad.

“…[H]emos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo… (Mateo 2: 2-3), dicen los magos a un sorprendido Herodes, turbado ante la posibilidad de lidiar con un rey de los judíos diferente a él mismo, y cuya predicción celestial ni él ni sus astrólogos/astrónomos fueron capaces de visualizar. Si de verdad existió ¿qué estrella sería la que guio a los magos hacia Jerusalén y Belén?

Al respecto sostengo una animada conversación con Gladis Magris, astrofísica del Centro de Investigaciones de Astronomía (CIDA) en el Estado Mérida, Venezuela, ganadora del Premio Lorenzo Mendoza Fleury (popularmente conocido como Premio Polar) en su edición 2022. Las especulaciones sobre la estrella de Belén -me dice- son de larga data. Ya el célebre astrónomo Johannes Kepler hace cuatro siglos planteó la posibilidad de que la estrella de Belén podría haber sido una nova. Otros hablan de cometas, meteoros, conjunciones de planetas y supernovas, como posibles candidatos a representar a la estrella de Belén. Pero en aquella época los cometas eran considerados presagios ominosos de tragedias, por lo que el paso del cometa Halley en el año 11 aC, considerado por algunos como un buen candidato, podemos descartarlo, al igual que haremos con novas y supernovas, por cuanto éstas habrían dejado un rastro astronómico detectable aun hoy, que en ningún caso ha sido reportado.

En cuanto a una conjunción entre planetas y estrellas, que pueda durar por días o semanas, un candidato favorable sería el alineamiento de Júpiter, Saturno, la luna y el sol en la constelación de Aries en las primeras horas matutinas del 17 de abril del año 6 aC. Sin embargo, la imprecisión sobre la fecha natalicia de Jesús en un rango de unos 10 años hace posible elevar a no menos de 12 los candidatos a ser considerados en esa lista élite de eventos astronómicos. Esa fecha en abril, no obstante, va a contracorriente de la tradición navideña decembrina que conocemos hoy, iniciada alrededor de 336 dC, cuando la comunidad cristiana primitiva superpuso la natividad a la antigua fiesta pagana del solsticio de invierno, dies natalis solis invicti, y la resurrección de Cristo a las fiestas judías de Pascua (marzo-abril; los cuatro evangelistas dan cuenta de esa coincidencia), alrededor del equinoccio de primavera, como símbolo del renacimiento de la naturaleza, luego del duro invierno boreal. Es improbable que algún día sepamos cuál fue el fenómeno astronómico que produjo a la estrella de Belén… si es que de verdad ella existió, y si concedemos al evangelio de Mateo un rigor histórico que no es tal. Entonces ¿cómo leer estas historias? ¿O son más bien, leyendas?

En realidad, todas las culturas tienen historias y mitos que los definen. Así, los relatos bíblicos, las enseñanzas de Confucio, el Tanaj judío, el Popol Vuh de los mayas, los Vedas de la India, son apenas unas pocas de una larga lista de referencias que sirven a los pueblos para reconocerse. Para creyentes y no creyentes, esas tradiciones pueden significar guías espirituales de unión, lecciones de vida, de amor hacia ti y hacia los demás, de sintonía con la naturaleza.

“Ama al prójimo como a ti mismo”, Mateo 22: 39, es una frase que en diversas versiones está presente en esos textos antiguos, como norte comunitario para vivir en paz. Ese es el verdadero sentido de las festividades decembrinas, no importa cuál sea nuestra carencia o profesión de fe. Llámese Navidad, Januká, Mawlid al-Nabi, Zartosht no-diso, Rohatsu, el paso del tiempo, una y otra vez a lo largo de los siglos, ha convertido la época decembrina en renovado rito secular para recordarnos en medio de infinitos desasosiegos, que la paz universal y el amor a la humanidad deben ser siempre propósitos de vida.

Vaya entonces mi salutación decembrina a todos mis lectores, cualquiera sea su fe.


 

*Gioconda Cunto de San Blas es Ph.D. Bioquímica, Universidad Heriot-Watt, Edimburgo, UK y Lic. Química, UCV. Investigadora Emérita del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) e Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Acfiman).

 

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