En Santa Mónica, por donde pasaba la marcha, desde los edificios los vecinos tocaban cacerolas. “¡Bajen, vamos a marchar!”, les gritaban los manifestantes que se trasladaban a pie, pero no importaba mucho si se les unía más gente o no, la meta estaba clara: llegar al Distribuidor Altamira, donde se congregarían otras movilizaciones de seis puntos más de la ciudad.

La protesta fue convocada por la oposición contra la ruptura del hilo constitucional en el país, y fue bautizada como #TrancaContraElGolpe.

Ese grupo se encontró con el de Bello Monte, donde estaba el gobernador de Miranda, Henrique Capriles. En sus declaraciones a la prensa, el dirigente de Primero Justicia cambió la seña: la ruta ahora era Distribuidor Altamira-Defensoría del Pueblo.

Aunque nutrido, ese no fue el único grupo que salió del este de la ciudad. Desde temprano empezaron a congregarse manifestantes en Parque Cristal (Altamira), Caurimare y Santa Fe. A las 10:30 am los manifestantes de ese punto ya habían trancado la autopista Prados del Este en ambos sentidos.

Luego de sus declaraciones, la marcha arrancó a paso sostenido hasta Altamira, donde se vieron los primeros encapuchados y primeras barricadas, postal que se volvería costumbre a lo largo del día. Allí, una vez que estaban todos los manifestantes concentrados, la dirigencia reiteró el plan de ir a la Defensoría. Igual que el pasado martes 4 de abril, pero esta vez con más gente.

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Aunque algunos desistieron, la mayoría agarró como camino la autopista Francisco Fajardo para dirigirse a la plaza Morelos. Esta vez tampoco lo logró el grupo opositor. A la altura del Centro Comercial El Recreo se encontraron con un piquete de la Guardia Nacional Bolivariana que impedía el paso. A eso de la 1:00 pm empezó el enfrentamiento entre manifestantes y funcionarios, que duró, al menos, unas tres horas más.

En los 30 metros inmediatos al piquete, manifestantes y dirigentes resistían las bombas lacrimógenas (vencidas) de los funcionarios. Más atrás todavía quedaba el río de gente, negada a irse. Cada vez que los uniformados dejaban de lanzar bombas por un par de minutos, la gente aprovechaba para avanzar.

“Hay que quedarnos en la calle, porque esta no es una lucha de hoy nada más. Es una lucha de días, y hay que mantenernos en la calle. ¡Calle, calle y más calle!“, gritó uno de los manifestantes. Acto seguido, la autopista se inundó de aplausos.

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Así se mantuvo este tramo de esa arteria vial durante unas dos horas, hasta que la frecuencia de las bombas empezó a hacerse mayor y la represión creció. Los uniformados empezaron a lanzarlas hasta el otro lado de la autopista, donde los manifestantes las recibían y las tiraban al río Guaire. Las bombas se hundían de inmediato y no hacían efecto.

Pasadas las 3:00 pm, el aire se hizo más pesado: aumentó mucho más la frecuencia en la represión con lacrimógenas y cada vez caían más cerca de la gente. Ya se habían registrado algunos de los 18 heridos que dejaría la jornada, pero en ese momento los paramédicos pasaban corriendo de un lado a otro en lapsos de tiempo más cortos. Los desmayados aumentaban.

A las 3:30 pm, los uniformados ganaron terrero e hicieron retroceder a los manifestantes. Empezaron las carreras, desde el punto de El Recreo hasta el módulo policial de El Rosal. Por unos segundos, los manifestantes creyeron que allí todo estaría en calma, pero no fue así: las bombas siguieron e incluso lanzaron dentro del área comercial de El Rosal, donde varios establecimientos estaban cerrados.

Cuando los manifestantes llegaban hasta la avenida Francisco de Miranda, con los rostros enrojecidos -por el cansancio y el esfuerzo de respirar entre las bombas-, desde los carros les preguntaban “¿cómo está la cosa?”. “Candela“, fue la respuesta más común.

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