Para empezar a tratar una enfermedad lo primero es reconocer que la misma existe. No importa donde se aloje la dolencia, la afección necesita reconocimiento porque mientras habita en estado de orfandad, todas sus consecuencias serán huérfanas de responsabilidad. Así que detectada o, mejor dicho, diagnosticada parece lógico querer curarse, poner énfasis en iniciar de una buena vez el tratamiento para su erradicación o control. Aplica tanto para las enfermedades del cuerpo humano como para enfermedades del cuerpo social, de la sociedad en su conjunto.

De manera que en ambos casos se requiere el diagnóstico y urge el tratamiento. De las enfermedades del venezolano hay una larga lista, nuevas y renovadas; enfermedades le han afectado y le afectan y empeoran al no poder acceder al tratamiento mínimo con la dignidad que todo ser humano merece. Pero parece más grave el trastorno de la salud social; porque, empecemos por aceptar, estamos enfermos y, más aún, empecemos a admitir que la enfermedad social es muy grave.

Todos los días se revelan facetas desconocidas de ese trastorno, de esa patología que se manifiesta con acciones y sentimientos hasta ayer desconocidos. Porque siempre hemos sido buenos, justos, simpáticos, alegres, solidarios y un largo etcétera. Pero ¿acaso nos atrevemos a convenir que también somos unos revanchistas, a reconocernos en la alegría del linchamiento, acaso nos detectamos en la sed de venganza y no de justicia?

Fueron muchos los que, por ejemplo, aplaudieron que vecinos de Los Frailes de Catia quemaran vivo a un supuesto delincuente, “¡pa que siga robando!” se oye en el video colgado en las redes sociales. Otros rozan el paroxismo cada vez que algún líder político se expresa con gestos o gritos en contra del enemigo, y no falta quien sonría con bastante complicidad si el gesto o la palabra lleva guáramo genital.

Muchos de los que admiten esa enfermedad, ubican su origen afuera: unos, en la propuesta chavecista de mover la sed contenida de aquellos que fueron víctimas de la mal llamada cuarta república; otros, en el mal gobierno de Maduro; más de los que pensamos creen que se trata de un problema astrológico, que Venezuela es Cáncer y ese signo es demasiado sentimental, falto de iniciativa, dramático, nostálgico y así.

Pocos son los que hablan abiertamente de la enfermedad que tenemos dentro, que puede comernos o, mínimo, devolvernos a la barbarie (como si en algún momento hubiéramos dejado de vivir en ella). Que también somos eso que no nos atrevemos a admitir. Luego, no toda la responsabilidad recae en el gobierno, porque ciertamente los gobiernos también se enferman, también son patológicos y tienen tendencia al autoritarismo y a la violencia, pero siempre podrán ser controlados, regulados, pero ¿cómo se recupera una sociedad enferma, llena de odios y de venganza, de revanchismo y de linchamientos?.

Ojalá no crean que trato de quitarle responsabilidad al gobierno, a este o a los anteriores, de la situación de abandono, inseguridad, desazón y desesperanza que hoy tenemos los venezolanos. Simplemente hago el ejercicio de admitir que me preocupa casi hasta el dolor pensar que la solución de los males no se quita sacando a un presidente de Miraflores, que antes hay que sacar un montón de basurita social y sentimental que hemos ido cultivando con bastante orgullo.

Vamos, que enfermarse no es malo, lo malo es no curarse

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