No hay duda que, de acuerdo a todos los indicadores internos y externos que presenta Venezuela en la actualidad, las políticas públicas aplicadas en el campo de la economía van totalmente a contravía, es decir, en la dirección contraria a lo que debería ser en relación a nuestro actual entorno de bajos precios petroleros. En este sentido, el llamado rentismo, aunado a una visión ideológica extremadamente cerrada, no han permitido variar las fórmulas que siguen siendo las mismas -con algunos maquillajes nominales- de abordaje metodológico público.

No podemos aceptar como explicación-justificación el desbalance de los indicadores sociales y económicos del presente con la consabida “guerra económica” y la bajada abrupta de los precios internacionales del petróleo. En relación a la primera explicación gubernamental tenemos dos aspectos que compartir. Uno tiene que ver con la credibilidad del mismo: en enero de 2016, cerca del treinta por ciento de la población (alrededor de un tercio) creía firmemente que una alianza de factores externos vinculados y asociados al imperialismo norteamericano era el causante directo de la problemática económica del país; otro tiene que ver con la actualidad, menos del siete por ciento cree esta versión. Y en lo que respecta a los bajos precios del crudo, países con características similares al nuestro con un esquema básico o aproximado de monoproducción como Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Bahrein, Nigeria, entre otros, para nada están padeciendo un deterioro abrupto de sus indicadores. Por lo contrario, apostaron a la diversificación y consolidación de sus fórmulas públicas para el abordaje de la economía.

El gobierno venezolano, aún con un cambio drástico de clima de opinión pública durante los últimos dos años, se ha empeñado en mantener una visión que promueve en demasía el control público sobre la economía privada del país con las consecuencias que esta actitud ha generado en los procesos productivos internos. Ante la disminución del ingreso de divisas, las importaciones se han reducido y el pueblo padece las penurias de la escasez y el encarecimiento de la vida. ¿Cómo, entonces aplica esto en el campo de la política? La dialéctica, contraria al dogmatismo, está asociada al movimiento, a los cambios, al constante devenir de nuevas tesis que van teniendo sus antítesis en la dinámica de los tiempos históricos. Este contraste a su vez da origen a las síntesis que se convierten en nuevos patrones, nuevos esquemas que –cuando cumplen sus ciclos- hacen fluir sus contradicciones para dar pasos a nuevos cuestionamientos que generan nuevas alternativas.

El dogmatismo y la dialéctica están asociados a todos los ámbitos de la vida humana; sin embargo, donde más visibilidad tienen es justamente en el tema del liderazgo político y económico de una nación en vista del impacto de sus resultados en toda la población.
En Venezuela, lamentablemente nos está tocando ver en este momento histórico la enorme contradicción entre dogmatismo y dialéctica. Por una parte, el presidente de la República y su equipo de gobierno aplicando y reforzando el mismo esquema ideológico en todo el proceso de formulación de medidas económicas cuyo impacto o es mínimo o prácticamente nulo en la consecución de resultados concretos. Por la otra, la activación de la dialéctica con toda su fuerza social en la población exigiendo cambios y restando apoyo y legitimidad al gobierno. Son dos conceptos vivos en plena faena histórica.

La dialéctica obliga a responder de manera diferente. Los mismos esquemas cambiarios; la acentuación de la política de control estatal ahora reforzada y fundamentalmente soportada por la institución castrense; las políticas restrictivas para la inversión privada nacional e internacional; el relanzamiento del discurso polarizador en el campo político negando al otro, son elementos, acciones cuyo anclaje ideológico no permite su evolución y cambio.

La consecuencia inmediata de este fenómeno de la acentuación del dogmatismo en la acción política y el abordaje de la situación económica es la deslegitimación constante, abrupta y sobrevenida del liderazgo actual del país. Las encuestas lo vienen reflejando hace algunos meses. No hay ya conexión popular ni respaldo masivo al liderazgo presidencial. Todo lo contrario. La gente cada día se alinea en torno a concentrar las responsabilidades de la situación-país en Nicolás Maduro a quien asocian con la parálisis económica que impacta el día a día de los venezolanos. Ya los porcentajes de responsabilidad directa en la imagen del presidente superan el setenta por ciento. Si alguien del gobierno no visualiza e interpreta correctamente este esquema situacional, vamos directo a un choque de frente con un tren a enorme velocidad.

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